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“Soy partidaria de la violencia contra quienes no respetan los aparcamientos para discapacitados”

Simonetta Agnello Hornby

Alejandro Luque

Sevilla —

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En su apartamento, ubicado en un barrio céntrico de Londres, se disputan el espacio los recuerdos de su Sicilia natal, los dibujos de sus nietos y los ejemplares recién llegados de la adaptación al cómic de su primera novela, La Mennulara. Simonetta Agnello Hornby, palermitana de 1945, abogada de profesión con una larga carrera en el Reino Unido, ha logrado triunfar como escritora con títulos como La monja y el capitán, Unas gotas de aceite, Mi Londres o Palermo es mi ciudad, donde siempre se hace patente la huella de su isla. Su último título, Nadie puede volar (Gatopardo), es tal vez el más personal de toda su producción. En él aborda la relación de su familia con la enfermedad, y en concreto la esclerosis múltiple que padece su hijo Giorgio.

“La idea del libro se me ocurrió a mí”, recuerda. “Cuando Giorgio enfermó, pensé cómo entretenerlo, porque el aburrimiento es lo peor para un discapacitado. Entonces le propuse: ¿Por qué no hacemos una película? ¿Por qué no hacemos un programa donde contemos lo difícil que es ir en silla de ruedas de Londres a Sicilia? Mi hijo es una bella persona, prueba todo, disfruta de la vida como puede. No ha sido fácil trabajar con su madre, pero lo hicimos”.

Fruto de aquella experiencia es este volumen, en el que la autora escribe una receta fundamental: “No dejamos que la enfermedad sea el centro de la familia”. “Es difícil”, añade. “Mi padre padecía ostiomelitis, tenía una pierna mala pero parecía normal, estábamos acostumbrados. Esa normalidad debe venir de la familia y del enfermo. Giorgio es un caso distinto, está casi parapléjico, pero sus hijos lo tratan del modo más normal, a veces incluso maleducadamente. Si les encarga algo, se quejan: ‘Jo, papá, tú nunca puedes hacerlo’. En realidad en el mundo somos todos un poco extraños, un poco discapacitados o demasiado capacitados. Cuando nos atenemos al modelo de la belleza clásica o al de la moda, somos poco imaginativos”.

Futuros discapacitados

También alude Agnello Hornby a cierto sentimiento de culpabilidad por haber tenido a su hijo. “Sí, no hay madre que no piense que el hijo que ha tenido, bien o mal, durante nueve meses en su interior, no pueda haber tomado algo malo o feo de ella. Para el padre no es tanto, pero con nosotras es otra cosa. Además, yo fumaba: no durante el embarazo, pero apenas acabé la adaptación lo hice, en pipa. Caminaba con el crío a los hombros y la pipa en la boca. En realidad a nada de esto se debe la enfermedad de mi hijo, pero el sentido de culpa está siempre. ¿Por qué no tenerlo? Negarlo sería un error, pero pensar en ello, ¿por qué no?”, se encoge de hombros.

Por otro lado, Nadie puede volar es una también lección sobre cómo cambia la mirada sobre la ciudad cuando hay un familiar discapacitado. “Cambia totalmente”, asevera. “Para mí siempre fue así, por aquello que contaba antes de la pierna de papá. No veo una escalera sin pensar si hay un pasamanos, un ascensor, si los escalones son demasiado chicos… Todos deberíamos pensar sobre las barreras arquitectónicas, porque cuanto mayores seamos, más discapacitados seremos. Esta es la realidad. Yo ahora, por ejemplo, no tengo la fuerza para abrir un bote con tapa metálica. Antes sí podía, ahora necesito algún objeto para abrirlo. Cuando compro algo para comer, me pregunto cómo lo abriré. Y es importante hacerse la vida fácil con estas cosas”.

Y claro, lo de pagar obras de adaptación del espacio público, aunque uno no tenga familiares discapacitados, le parece una cuestión de justicia “fundamental”, subraya. “No puede haber lugares cívicos en una ciudad que no sean accesibles para una persona en silla de ruedas o con otros problemas. Hoy iba en el metro y pensaba que antes se cedía el asiento a los viejos, ahora no. El metro, que tiene tanto de diseño moderno, no se acuerda de la gente con problemas que necesita ubicarse”.

Violencia legítima

En Sicilia la situación es aún peor. “Palermo es una vergüenza, aunque yo la adoro. Allí los discapacitados están por todas partes, pero si uno se queja por alguna de estas cuestiones, los demás te miran mal o hasta te amenazan. Los guardias municipales no hacen nada, al alcalde no le interesa…”, lamenta. “Soy partidaria de la violencia contra quienes no respetan los aparcamientos para discapacitados. Un grupo de ciudadanos, homologado y registrado, con uno de esos buenos cuchillos, que los metan en las ruedas de quien aparca indebidamente. Me parecería el único modo de explicarles que no está bien hacer eso. De lo contrario, te cubren de palabrotas o se van sin decir nada. Lo haría a escondidas, claro, porque si no te matan antes de que te acerques. ‘¡Chuc!, y ya está. Todo legal, ¿eh?”.

¿Violencia legítima? “Claro. Yo quiero un ejército. Vencimos a los nazis con un ejército, ¡me gusta el ejército! No soy muy pacifista, porque si lo fuéramos, Hitler habría tomado todo, como Franco en España. La violencia regulada contra quienes ejercen la violencia, quienes usan su fuerza contra el discapacitado. No bromeo. He estado en Italia presentando este libro en librerías que tenían el baño para discapacitados lleno de libros, como un almacén. ¿No lo solicitan? Pues ea, lo llenamos de cajas”.

Ni siquiera el turismo emergente ha logrado cambiar las cosas en la isla. “La frase peor me la dijo una mujer que tenía cuatro escalones a la puerta de su restaurante. Miró a mi hijo, me miró a mí, y me dijo: ¿Qué pasa, no puede subir cuatro escalones? La habría matado. Y luego, cuando entramos, el baño no tenía agua. No he vuelto a ese restaurante. Lo haré, pero más calmada”, apostilla.

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