Para escribir su última novela, a Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) le han movido por igual la admiración y el sentido de la justicia. “Creo que en España hemos sido profundamente injustos con Manuel Machado”, afirma. “Somos muy dados a encasillar, a poner etiquetas ideológicas que siempre están en un extremo u otro. Era necesario poner su vida y su obra en el sitio que le corresponde”. Ese empeño ha cristalizado en El querido hermano (Galaxia Gutenberg), una novela que recrea, entre otras cosas, el viaje que este escritor hizo desde Burgos a Collioure al conocer la noticia de la muerte de su hermano, Antonio Machado.
Desde hace mucho, los amantes de las simplificaciones han reducido a Manuel Machado a la condición de poeta facha por su adhesión al régimen franquista y sus versos a Franco, mientras que Antonio sería el poeta rojo por su abrazo a la república y su famoso soneto a Enrique Líster. Sin embargo, Pérez Azaústre denuncia que “es más fácil poner etiquetas que indagar en la realidad. No todo el mundo sabe, por ejemplo, que doce días después de que Antonio izara la bandera republicana en el balcón del Ayuntamiento de Segovia, Manuel leyó en el Ateneo de Madrid un himno a la República que había escrito con música de Óscar Esplá”.
“Luego es cierto que la República va evolucionando, o involucionando, Manuel deja de escribir en la Libertad porque se está volviendo demasiado soviético para él, y lamenta que el mundo se debata entre dos dictaduras, la del capital y la del proletariado, porque no está de acuerdo con ninguna”, prosigue Pérez Azaústre.
Poemas de circunstancias
El momento crucial es aquel en el que, de visita en Burgos junto a su esposa, Eulalia Cáceres, es detenido y encarcelado bajo la acusación de tibio. “En aquel momento”, señala el escritor, “eso significaba que podías aparecer en una tapia con un tiro en la frente”.
Jacques Issorel, que ha estudiado a fondo la vida y obra de los dos hermanos, afirmaba que Manuel salió de la prisión con el cabello completamente blanco, de los espantos que había presenciado en su breve tiempo de cautiverio. Pérez Azaústre duda si es una metáfora, porque “canas ya tenía, era un señor de 62 años, que no eran los 62 años de ahora. Además, era alguien castigado por la vida que había llevado, más bien licenciosa. Pero lo seguro es que salió de la cárcel profundamente asustado y consciente de la gravedad de la situación. Al principio de la guerra, una periodista francesa le preguntaba por el momento que se vivía, y él la despachó con una manolería, no creía que fuera a durar más de una semana. Pero en septiembre del 36 ya han matado a Lorca, ya han pasado cosas. Manuel sabe que se han acabado las manolerías, sale de la cárcel dispuesto a jurar los principios del Movimiento. Seguramente, todos habríamos reaccionado así en su lugar. No es el único que escribe poemas de circunstancias alabando a un bando de la guerra”.
En ese Burgos convertido en capital del franquismo, Manuel Machado profundiza en su catolicismo y se hace amigo del sacerdote Bonifacio Zamora y se interesa por San Agustín. “Él, que ha sido un gran vividor y fiestero, tiene también esa vía profunda que conecta con Antonio”, agrega el escritor.
¿Pique de celos?
Mientras tanto, se ha producido el dramático éxodo de su madre y sus hermanos Antonio y José a Francia. Cuando Manuel recibe la noticia de la muerte del primero, toma la decisión de ir a despedirse de él, atravesando un país en guerra y aquejado de bronquitis. “Ese gesto suyo define no solo al personaje, sino a una personalidad y a una persona”, asevera el novelista. “Me conmueve que pasó dos días sin salir del cementerio de Collioure. A veces ponemos poco énfasis en el factor humano, el amor de aquellos dos hermanos por encima de cualquier diferencia”.
A este respecto, el autor cordobés trata de descartar la teoría según la cual existía cierta belicosidad entre los hermanos. “Hay una conversación epistolar en la que Manuel dice a Antonio que va a dejar la poesía, por estar demasiado circunscrita al modernismo, mientras que la de éste ‘no tiene edad’. Antonio le responde que ninguna poesía tiene edad si es verdaderamente poesía, ‘y la tuya lo es’. ¿Quién puede ver ahí un pique de celos?”
“Cada uno es grande a su manera, y aunque la obra de Manuel tenga caídas, es de una gran modernidad”, agrega Pérez Azaústre. Pero además, ambos dialogaban tan bien, que escriben a cuatro manos obras de teatro y retan a sus amigos a que identifiquen qué fragmentos había escrito uno y cuál otro. “Es una maravilla ser escritor y tener un compañero que respira lo que escribes, que te lee, que te acompaña, que conoce tu evolución, ¡y además es tu hermano!”.
Reivindicación y olvido
Para terminar, el autor de El querido hermano subraya que “no he querido redimir a Manuel, ni siquiera exculparle, porque para ello tendría que asumir que hay una culpa previa. Y yo soy escritor, no soy juez de nadie. Creo que Manuel estaba convencido de las cosas que dijo, pero no estoy dentro de su alma para saberlo. ¿Antonio estaba totalmente identificado con la República? Por supuesto. ¿Pero exacerbó al final esa circunstancia? Tal vez. Lo cierto es que aquí se politizan hasta las Danas, y en cambio, nos cuesta respetar las opiniones y sus contextos”.
Lo único seguro, concluye, es que “la obra de un poeta es de sus lectores, pero la etiqueta que le ponemos puede hacer mucho daño. Eso sí, a la gente que se ha perdido la poesía de Manuel Machado por la etiqueta de facha, solo puedo decirles: tú te lo pierdes. También entiendo que la izquierda haya reivindicado a Machado y todo lo que supuso su marcha y su muerte en Collioure, no podemos ponernos vendas en los ojos. Prefiero que lo reivindique, a que lo olvide”.