Como Freud, que en su ensayo El malestar en la cultura afirmaba que la misma cultura que nos salva de enfermedades es también la responsable de grandes sufrimientos, Remedios Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973) cree que esa tecnología creada para facilitarnos la vida también nos la puede amargar. Lo explica prolijamente en El bucle invisible, la obra con que obtuvo el premio Internacional de ensayo Jovellanos que recibirá este 5 de octubre en Gijón, y que acaba de ver la luz en Ediciones Nobel.
“El gran poder que tiene la tecnología para ayudarnos y complicarnos la vida radica en la escala global en la que actúa, pero especialmente en que aparentando ser una tecnología ‘al servicio de las personas’ es en primer lugar una tecnología ‘al servicio del capital’ y de las empresas que la crean”, afirma esta investigadora en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, autora de títulos como Ojos y capital, Los que miran y Frágiles. “Recordar que son tecnologías no gestionadas democráticamente, sino por intereses comerciales ayuda a entender esta extenuación, en tanto el propósito de muchas de esas tecnologías normalizadas en nuestra vida que se nos presentan como recursos gratuitos es lograr ‘tiempo y datos’, crear nuevas necesidades”.
Cansancio, agotamiento, es una palabra que se repite en este trabajo, y que según Zafra “viene de que esa tecnología enfatiza la flexibilidad, pero abaratando y precarizando costes humanos, llevando a la práctica formas de autogestión que crean nuevas servidumbres para la mayoría. Quien tiene el privilegio de contar con mediadores humanos se ve liberado, pero la masa debe mediar cada vez más con aplicaciones tecnológicas para gestionar su vida (casa, trabajo, energía, teléfonos, banco, gestiones, sanidad…). Ya sabes… ‘marque 4 para ser atendido por un operador’”.
Una libertad engañosa
La paradoja se extiende a un mundo de redes que nos tienen más conectados que nunca, pero donde la soledad también hace estragos. “Quizá esa paradoja sea la que devuelva una más interesante semblanza de época. Las redes permiten lecturas diversas, pero una que se nos reitera es su conversión en escaparate del yo, es decir, su configuración para ensalzar al sujeto como producto en venta, expuesto al escrutinio público y, por tanto, más vulnerable y con la reputación en juego. En cierta forma, hay algo de la soledad del famoso, pero habitualmente con una vida precaria”, apunta Zafra, para matizar a renglón seguido: “Esta ‘conversión’ es más bien una ‘programación’ pues hay una estructura digital previa que condiciona y programa las redes favoreciendo que la comunidad sea más una multitud de personas conectadas, normalmente solas frente a sus pantallas”.
Pero tal vez la gran paradoja sea la apariencia de libertad en un sistema que no lo es tanto. “La libertad es uno de los grandes asuntos de la tecnología y nuevamente cabe identificar aristas”, asevera la autora. “Por un lado, de muchas maneras la incentiva y permite por ejemplo, que personas con limitaciones sensoriales, funcionales o de otro tipo seamos más libres en nuestro trabajo y relación con los otros, liberándonos de las oficinas o amplificando los cuerpos mermados. Sin embargo, en la cotidianidad digital a menudo se disfraza de libertad lo que sentimos obligatorio. Cuando nos vemos obligados a ‘aceptar por defecto’ lo que ni siquiera podemos leer, porque necesitamos ‘continuar’ para lograr un servicio, o cuando elegimos entre opciones previamente acotadas donde no encajaría tu respuesta, obligándonos a simplificar y avanzar, a posicionarnos a favor o en contra… O tal vez, de manera más clara, cuando lo que se nos muestra opcional debiera ser respondido con la pregunta ‘¿acaso puedo no estar?’”.
Un elemento colaborador de esos “avances” es la velocidad, que también promete satisfacciones inmediatas con trampa. “La velocidad se ha relacionado con el progreso, pero el progreso es un concepto más complejo si hablamos de progreso social y no de progreso de unos pocos. Yendo rápido tienes garantía de llegar antes, pero no está claro de qué manera ni de lo que sacrificas. El ejemplo de un planeta acelerado que ha primado la hiperproductividad competitiva y el calentamiento global sería claro. Llegar antes ¿a dónde?”, se pregunta Zafra.
Ciencia vs. Humanismo
“Por otra parte, la velocidad en lo que hacemos es posible porque se asienta en ideas preconcebidas o presuposiciones. Por ejemplo, yo que veo poco puedo hacer rápidas muchas cosas en mis itinerarios habituales porque las tengo interiorizadas y memorizadas y parto de que siempre están en el mismo sitio o siguen una rutina, así me resulta fácil responder como de mí se espera. En este caso, la velocidad y la presuposición son aliadas y se retroalimentan. En la vida digital esto es cotidiano: para favorecer la velocidad hay que asentar determinadas rutinas que se hacen, no se piensan… Cuando te das cuenta, para pensar necesitas romper esos bucles, frenar”.
Cuando se le pregunta si la progresiva humanización de las máquinas ha acabado deshumanizando a los propios usuarios, medita un instante. “Me parece muy interesante esta idea, pues la ficción nos ha reiterado como horizonte y riesgo posible los retos de la humanización de las máquinas y los riesgos éticos que esto supone, pero ha pasado por alto la maquinización humana, es decir, que en el trance de estar cada vez más mediados y leídos por máquinas, y en mundos más precarios, también nosotros nos sintamos engranaje, cumplidores de objetivos, desapegados con lo comunitario. Es un temor que cabe contemplar para afrontarlo”.
Entre los muchos puntos sensibles que aborda El bucle invisible, hay uno que parece no pasar nunca de moda en las últimas décadas: la hegemonía de la cultura científica sobre la humanística, aunque Remedios Zafra cree que no se trata de un camino sin retorno. “De hecho, una de las críticas que se realiza en el libro es a concebir ambas culturas como compartimentos cerrados y divergentes, cuando se retroalimentan y necesitan”, afirma. “No me parece casual que la infravaloración del pensamiento humanístico sea paralela a una cultura que prima la celeridad y que desprecia que dediquemos tiempos a pensar, o a jugar… Los tiempos se valoran si son productivos, respondiendo a un determinado modo de productividad, ser rentables”.
Visibilidad de las lentes
“Los tiempos de la filosofía y del arte, sin embargo, son tiempos que ayudan a liberarnos de sesgos, a mirar las cosas desde perspectivas distintas, a extrañarnos de lo normalizado, a hacer pensativas las formas en que vivimos, y esto ayuda a hacer reflexivas también las formas en que podemos cambiar para mejorar como sociedad, para cuidarnos como humanos y como planeta. La cultura humanística es costura comunitaria”, agrega.
Sobre todo el ensayo sobrevuela, en fin, un concepto, el de la “visibilidad de las lentes”, que la autora explica en estos términos: “Es una idea que puede entenderse claramente si pensamos en nuestras propias lentes visuales o auditivas que son las más habituales. Cuando observamos el mundo, miramos el mundo pero no lo que lo media. En el momento en que, por ejemplo, nos cambian los cristales de las gafas, empezamos a descubrir detalles que antes no veíamos. Con los audífonos es más claro si cabe pues en las pérdidas graduales de audición no te das cuenta de la cantidad de cosas que se apagan. De pronto con ese aparato recuerdas que tus pasos sonaban o que el agua también, y descubres que sigue habiendo pájaros en la plaza. Cuando uno es consciente de las lentes y tecnologías que nos ayudan a percibir el mundo, cabe preguntarse por las muchas cosas que existen pero que al no tener la tecnología (lente) adecuada no podemos percibir”.
En este sentido, para la cordobesa una clave del mundo digital es “su grandísima potencia a la hora de ayudarnos a ver un mundo inabarcable, pero sin que seamos conscientes de qué lentes estamos utilizando, es decir, de si esas lentes están programadas para visibilizar unas cosas y no otras”, concluye. “En El bucle invisible me refiero a que una de esas lentes es la capa algorítmica de Internet, en tanto instrucciones que programan unas lentes y no otras. Entender que son ‘programadas’ es importante para no dar por sentada su neutralidad. Más si cabe si quienes mayoritariamente están programando no están expuestos a un control democrático, sino que crean un suelo que parece social pero es suelo-mercado”.