Rescatando a Manuel de la Escalera, el artista total que pasó 23 años en las cárceles franquistas y acabó en el olvido

La primera década de los 2000 supuso un gran impulso para la llamada memoria histórica en España, con iniciativas que incluyeron la reparación y el homenaje a quienes pagaron con su libertad la lucha contra la dictadura. Sin embargo, muchos murieron antes y no alcanzaron a recibir en vida ese reconocimiento. Uno de ellos fue Manuel de la Escalera (1895-1994), cineasta, escultor, escritor y traductor que pasó 23 años de su larga vida en las cárceles franquistas, pero que nunca llegó a ser objeto de homenaje oficial. Ahora reivindica su figura el historiador arcense Alfonso Oñate con su biografía Manuel de la Escalera. De la celda al olvido, publicada por Prokomun.
“Suelo decir medio en broma que Manuel de la Escalera me eligió a mí para este libro”, comenta Oñate. “Todo empezó cuando leí el libro de Gregorio Morán El cura y los mandarines, donde se hacía referencia a De la Escalera y a Juan Iturralde como escritores excluidos del canon de la Transición. Lo que más me llamó la atención fueron esos 23 años en la cárcel: yo soy historiador, además interesado en la memoria histórica, y desconocía por completo ese nombre”.
Más tarde, Oñate fue invitado a dar una charla en el Ateneo Fermín Salvochea de Cádiz, donde se atrevió a mencionar a De la Escalera. Y cuál no sería su sorpresa cuando una librera, Teresa Viruega, le dijo que en su juventud había “conocido a Manolo”, como lo llamó, y lo puso en contacto con su albacea, el artista Manolo Calvo. “Sobre De la Escalera no había apenas información en internet, y mucho menos entrada en Wikipedia, pero Calvo, aunque tenía 80 y pico años y no recordaba muchas cosas, tenía bastante material que fue encauzando la investigación. Y quedé atrapado por el personaje, claro”.
Deuda de honor
Fue así como Oñate pudo descubrir, por ejemplo, que Manuel de la Escalera había sido hijo de padres indianos, y que nació en San Luis de Potosí (México) en 1895. Que su familia materna era dueña de minas de plata, y la paterna una estirpe de juristas desde el siglo XVI, incluyendo un abuelo que fue alcalde de Cádiz durante la Década Ominosa. Que, aunque fue célibe y nunca llegó a casarse, parte de sus primos siguen viviendo en México. Que fue testigo de la revolución mexicana, del París de las vanguardias, de la República española, de la Guerra Civil y de los años más duros del franquismo, y llegó a ver aquella Transición a la democracia donde no parecían tener lugar las personas como él. “La vida de Manuel es todo un siglo”, afirma su biógrafo.
Con Manuel de la Escalera casi cabría hablar de muchas vidas. Una de ellas fue el cine. “Fue uno de los animadores de los cineclubes proletarios que se crearon en la República, y que difundían cine soviético, censurado entonces. Al calor de un comunicado del crítico Juan Piqueras, De la Escalera monta el Cine Club Proletario de Santander, el más potente del país”, recuerda Oñate. También, al estallar la guerra, organizará el cine ambulante en distintos frentes, y rodará documentales en el campo de batalla antes de ser hecho prisionero en Asturias.
El primer periodo de prisión para Manuel de la Escalera es el comprendido entre 1937 y 1941. Será un largo peregrinaje por varias cárceles, de Burgos a Santander, “pues era la manera que tenía el régimen de hacerle la puñeta a los presos”, recuerda el historiador. “Luego se marcha a Zaragoza, donde junto a otros miembros del Partido Comunista logra levantar una estructura muy modesta de apoyo a los presos. Y nuevamente va a ser ingresado en prisión, pero Jesualdo de la Iglesia, uno de los jueces más duros del franquismo, lo deja irse a Madrid. El motivo es al parecer que, durante el interrogatorio, De la Escalera asegura que tenía una deuda de honor con quienes lo ayudaron estando él preso. Y lo deja en libertad vigilada”.
Aprender entre rejas
No tarda en pasar a la clandestinidad, pero un confidente de la policía lo identifica, huye a Barcelona y es allí donde será capturado y regrese a prisión, esta vez para un periodo comprendido entre 1944 y 1962. “En el 44 el destino de España está en el aire como país asociado al Eje”, apunta Oñate. “Se teme que los presos puedan ser una quinta columna y los mandan primero a Alcalá de Henares, pero como está demasiado cerca de Madrid, pasan a Burgos. La mayoría de los presos que pasan por allí en aquellos años saldrán bastante mal de prisión”.
Una de las cosas fascinantes en la vida carcelaria de Manuel de la Escalera es el modo en que convierte su penosa situación en una oportunidad. Por ejemplo, allí conocerá a un irlandés, de nombre Frank Ryan, que le va a enseñar el inglés hasta el punto de que se hará traductor de autores como Katherine Mansfield, Sommerset Maughan o William Saroyan.

No fue la única revelación que tuvo en aquellos años. “En la cárcel de Alcalá de Henares le influyó mucho un turco sefardita, Alberto Asa, miembro destacado del PSUC, que hablaba siete u ocho idiomas, entre ellos el catalán y el alemán, y que acabó siendo una institución en Barranquilla. O la amistad con José Luis Gallego, uno de los grandes poetas del siglo XX español, padre de una de nuestras grandes traductoras del francés, María Teresa Gallego-Urrutia. También conoce a gente importante como Manuel Mota Montero, Melque Rodríguez Chao o Laso Prieto, muy olvidados, pero que tuvieron también su papel. Quizá el más conocido sea Marcos Ana, que era un chaval sin formación pero con inquietudes, y que en cierto modo es una creación de Manuel de la Escalera y José Luis Gallego”.
Un millón de pesetas
En su etapa de libertad se vuelca en la literatura. Escribe un guion, El buen juez, que llegó a leer Berlanga; también alguna obra de teatro y una novela satírica de ciencia-ficción, El caso del planeta asesinado, y publica su diario, Muerte después de Reyes, “un libro que, en un país con memoria, tendría que ser leído en los institutos”, añade Oñate. “Pero la Transición aplicó la damnatio memoriae de los romanos. La izquierda española se siente atraída por los movimientos de liberación del Tercer Mundo, por Vietnam, por Cuba, lo que explica en parte que personajes como él queden relegados”.
En 1990, Manuel de la Escalera recibió una compensación económica por sus años de cárcel: un millón de pesetas. Unas 43.500 pesetas por año encerrado. Se ganará la vida como traductor, y cuando recibe una beca del Ministerio de Cultura para traducir un libro, ya anciano, bromea: “Por fin voy a engañar al Estado, me moriré antes”. Pero logró acabarlo y publicarlo.
La lista de sus homenajes se reduce a uno: el promovido por Manuel Calvo en la sede de la SGAE. “Los reconocimientos oficiales fueron más tardíos, a principios del siglo XXI. No recibió ninguno en vida”, lamenta el historiador, que confía en que este trabajo suponga una oportunidad para recuperar a un hombre excepcional.
¿Cómo encajaba Manuel de la Escalera el hecho de haber pasado un cuarto de su vida entre rejas? “Lo tomaba con resignación”, dice Oñate. “Era su pasado, su vida, no podía renegar de ella. Cuando sale de la cárcel, con 67 años, era un viejo ya, muchos de sus proyectos han quedado malogrados, sobre todo en el cine. En los últimos años se va inclinando hacia la mística, tal vez como una manera de dar sentido a todo lo que había vivido”.
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