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Retrato coral de Almudena Grandes, hija adoptiva de Rota

Juan José Téllez

Rota —
12 de agosto de 2022 16:10 h

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El yo de Almudena Grandes era muy de Madrid. Y el Luis García Montero, muy de Granada. Pero en Rota conjugaron, entrambos, el “nosotros”. Así resumía el autor de “El jardín extranjero” las emociones vividas durante la XIV Noche de Literatura en la calle, que IU viene organizando desde comienzos de siglo en la plaza roteña de la Merced y que, esta vez, estuvo dedicada a la autora de los “Episodios de una guerra interminable”, que paradójicamente se han quedado sin terminar: falta su anunciado último volumen, pero al menos, en otoño, aparecerá otra novela suya, póstuma, gestada durante el confinamiento y las restricciones, una distopía sobre el autoritarismo que lleva el título de “Todo va a mejorar”.

El hijo de la escritora, Mauro, y su hermana, Mónica Grandes, leyeron a pachas el primer capítulo de dicha narración. Fue al final de la velada, poco antes de que todos los participantes se volvieran a aplaudir hacia el retrato suyo, ejecutado por Juan Vida y cuya reproducción colgaba de una tela del campanario próximo que corona el mercado local.

Mucho más de un millar de personas llenaba la plaza: con niños y con carritos de bebé, de punta en blanco o en modo jipi, con libros o con separadores de páginas con la cara de Almudena sonriendo eternamente. Por allí, entre el gentío, circulaban sin subir a escena el cantaor José de los Camarones, el fotoperodista Javier Bauluz, el cantautor Paco Cifuentes o Liliane Dahlmann, viuda de Isabel Álvarez de Toledo, la Duquesa Roja, y defensora de su legado histórico en Sanlúcar de Barrameda. O la presidenta de la Rioja y los escritores Marina Bernal y Wayne Jamison. Eduardo Mendicutti no pudo participar y Javier Ruibal mandó adhesión. El respetable, numeroso, llenaba las sillas previstas, los bancos públicos o portaba sus propios asientos plegables, para no perder puntal de esta celebración personal y literaria. Los participantes habían sido elegidos entre el llamado Club de los Almudenos –“Creo que fui yo quien inventó ese nombre”, sonrió Joaquín Sabina cuando le tocó el turno--: un grupo de letraheridos y cantantes que dan con sus huesos en Rota todos los veranos y fiestas de guardar y que tuvieron en Almudena, como reconocieron los participantes, una buena madre, una buena esposa, una buena amiga, hermana y defensora.

Esa misma mañana, el Ayuntamiento de Rota le nombró hija adoptiva con rara unanimidad: se ausentaron los concejales de Vox y votaron a favor los del Partido Popular, un gesto –al fin—de normalidad democrática que celebraron al anochecer sobre el escenario, tanto el alcalde de la villa, el socialista José Javier Ruiz, como el propio Luis García Montero. El próximo día 20, tendrá lugar el acto solemne en el que dicha distinción se hará oficial: “Almudena tenía dos patrias: Madrid y Rota, su paraíso”, acertó a decir Sabina.

A través de los testimonios de los participantes, desde los periodistas Pepa Bueno o Jesús Maraña, directores respectivamente de El País y de Infolibre, como la eurodiputada socialista Lina Gálvez, la crítica teatral Rosana Torres, o el editor Chus Visor, el público conoció algunos aspectos inéditos o no del mosaico personal de todas las almudenas: desde su afición por los spoilers –así lo aseguró su hijo Mauro-, a -lo contó Rosana Torres- cómo celebró a su regreso a Madrid un otoño que alguna roteña le hubiera enseñado, por fin, a freir los chipirones: “Para ella, fue un éxito mayor que si le hubieran dado un premio”.

Como cuando Vanessa Cerpa y Merchi Herrera, pescaderas del mercado local, le dijeron en una ocasión “hoy no te lleves boquerones, chocho”, como símbolo verbal de que ya era una más de Rota. Ellas también subieron al tablado para dar lectura al discurso que inspiró aquella célebre anécdota: “Nosotras la veíamos con frecuencia, pero no sabíamos quién era –aseguraron--. Un amigo nos avisó cuando salió su artículo”. Bajo la dirección del actor Antonio Doblas y con la complicidad de Elvira Mejía, en esa noche, casi escenificaron aquellas palabras que le dedicase su clienta.

"Fue el año en que Almudena paró el tiempo: / para quienes la amábamos / el día de su muerte / nunca va a terminar".

En la trastienda del homenaje, la editora Ángeles Aguilera, amiga de Almudena desde hace más de 30 años, o el profesor y escritor roteño Manuel Martín Arroyo, que ejercieron como maestros de ceremonias, o el concejal de IU, Pedro Pablo Santamaría, que también tomó la palabra en un acto que cerraría una foto de familia y la actuación de una de las chirigotas callejeras del carnaval de Cádiz, de la que disfrutaba Almudena Grandes y que este año ha llevado como tipo “El millonario”, un homenaje saudí a Juan Carlos I que anticiparon un indicador de la inflación en Andalucía: la cosa está tan mala, desde la guerra de Ucrania, que los panaderos cortan el trigo con cocaína para abaratar costes.

Fue la única ilustración musical de la velada, aunque vino precedida de otra, la interpretación a capela de “Oración”, un poema laico escrito por Luis García Montero y que Miguel Ríos cantó con su voz eterna, recordando que la compuso contra la guerra de Irak, tras un acto con Almudena y José Saramago, pero que ahora puede servir contra la de Ucrania, “contra todas las guerras”. Los aplausos tumultuosos le siguieron del escenario hasta su asiento, para hacerlo levantar del mismo y devolverle al público su respaldo y compromiso.

Uno de los momentos más emotivos de la noche corrió a cargo de Benjamín Prado, que buceó en su memoria personal hasta leer las cuartillas de un poema que le dedica a su amiga y que concluye diciendo: “Fue el año en que Almudena paró el tiempo: / para quienes la amábamos / el día de su muerte / nunca va a terminar”.

Con lecturas frecuentes de pasajes de “Los aires difíciles”, a lo largo de las dos horas que duró la cita, aparecieron ráfagas de Rota escrita por Almudena Grandes en sus libros o artículos: “El amor verdadero no tiene que ver con el verbo poseer, sino con el verbo pertenecer. El sentimiento de pertenencia es mucho más rico, más complejo y perfecto que la simple posesión. Es imposible poseer una playa, pero es muy fácil pertenecer a alguna, y ésta es la mía, no la que poseo, sino la que me posee cuando puedo olerla, para ejercer la misma fascinación cuando me encuentro a centenares de kilómetros de sus orillas”.

“El verano es el tiempo de la felicidad, y la felicidad sería más pobre, más pálida, lejos de la playa de Punta Candor, para la que escribo esta carta de amor”, escribía Almudena y recitaban sus amigos.

El viento

El protagonista habitual de casi todos los textos de Almudena que se leyeron fue el viento, ese dios pagano, recordó Felipe Benítez Reyes, el primer responsable de que ella y Luis se perdieran por Rota. El viento, lo dijo Grandes, marcaba el destino de los seres humanos en Cádiz. Incluso de cómo soplara dependía cuándo y cómo iba a la playa. Y así lo releyó Pepa Bueno: “Depende, como todo, del viento. Si sopla levante, espero hasta las siete para no achicharrarme. Si sopla poniente, salgo mucho antes, a las cinco y media, para que la frescura del aire no me arrebate las ganas de bañarme. Pero, con levante o con poniente, siempre hago lo mismo, caminar por el borde del mar hasta mi playa favorita, cuyo nombre no escribiré, porque ya me han regañado mucho por hacerle tanta publicidad. Mira cómo está de gente este año, por tu culpa, mushasha… Cuando llego a la muralla de piedras que protege de las mareas la que seguimos llamando ”casa ilegal“ a pesar de la última ley de costas, me doy la vuelta, ando un poco más y me meto en el mar. Cuando la marea está baja, llego hasta la boya. Cuando está alta, a veces me rindo antes, pero siempre avanzo cien brazadas contra la marea y después me dejo arrastrar hasta la orilla.

Hay muchas cosas buenas que salen muy baratas. Una botella de vino para beberla despacio, en casa, al atardecer y entre amigos. Un buen libro de bolsillo, que proporciona una emoción que dura más que el vino y cuesta casi lo mismo. Un cine de verano, el lugar ideal para hacer manitas. Una ración de ensaladilla rusa y dos cañas, en la terraza de un bar cualquiera, antes o después del cine de verano. Enamorarse es un milagro todavía más barato; tan caro que, sin embargo, no se puede fabricar“.

También sus palabras parecían un presagio de la inquietud venidera: “El verano es el tiempo de la felicidad. Apúrenlo y no piensen en el invierno que nos espera. Porque nuestros abuelos lo tuvieron muchísimo peor que nosotros y si no hubieran vivido, si no hubieran sabido disfrutar de la vida, si no se hubieran enamorado en tiempos atroces, nosotros no estaríamos aquí. Si existe una cosa que sabemos hacer bien los españoles es ser pobres. Lo hemos sido casi siempre, pero eso no nos ha hecho más desgraciados, ni más tristes que los demás. Recuérdenlo y sean felices, porque la felicidad también es una forma de resistir”.

Luis García Montero leyó en su propia memoria para recordar como llegaron ambos hasta Rota, de la mano de Felipe Benítez Reyes y de la de Rafael Alberti y María Teresa León, que también se escaparon hasta allí en sus primeros escarceos amorosos. El mejor poeta de España, como le definió Sabina, recordó a su vez como vieron crecer a sus hijos, desde los columpios a los cacharritos: “Ella muy de Madrid y yo muy de Granada”, decía García Montero. “Cuando los yos se juntan para construir un nosotros, aparecen otros territorios. Nuestro nosotros es Rota”.