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‘Esta vez venimos a golpear’: cuando la juventud sevillana más inquieta se conectó con el mundo

Libro05

Alejandro Luque

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Si en su anterior libro, Días de viejo color, Fran G. Matute quiso demostrar cómo Andalucía fue un volcán creativo desde los años 50, en su nueva entrega, titulada Esta vez venimos a golpear (Sílex), hace foco en Sevilla para poner de manifiesto hasta qué punto fue pionera en la llegada y enraizamiento de la contracultura durante la agitada segunda mitad de los años 60.

“En cierta medida este trabajo es lo que yo quise hacer la otra vez, pero por circunstancias varias no pude y se me quedó ahí la idea en el tintero”, explica el autor. “Lo bueno es que el trabajo anterior me valió para perderle el miedo a hacer entrevistas, también a contactar con gente de renombre, como Luis Gordillo o Gonzalo García-Pelayo, y me obligó a investigar previamente. Todo eso fue un poco el germen de cogerle el punto al tema de la investigación, que no había abordado antes con tanta profundidad”, dice.

La idea de que la capital hispalense se había adelantado al resto del país en la recepción de aquella modernidad que estaba sacudiendo medio mundo estaba en su cabeza desde el principio, pero necesitaba “datos objetivos, información histórica, que sirviera para dar consistencia a esa afirmación. A día de hoy, solo puedo afirmar que hasta que Madrid o Barcelona no tengan un estudio tan pormenorizado como este de Sevilla, no va a ser posible afirmar tal cosa”.

El polvorín de la universidad

“Sí se puede decir que Sevilla fue especial, por su tamaño y por su idiosincrasia”, prosigue Matute. “Lo que aquí ocurrió fue muy notable. Quizás a nivel proporcional, lo que aquí pasó fue más fuerte que lo que pasó en Barcelona o Madrid en el mismo periodo, que como digo está sin estudiar todavía. Para una ciudad no tan grande y con tanto peso en la tradición, las transgresiones que aquí se vivieron, sobre todo a nivel artístico, teatral y musical, fueron muy impactantes. Hubo un grupo de jóvenes muy comprometidos, muy relacionados con la Universidad de Sevilla, entonces un polvorín por las revueltas, que utilizaron la cultura para desarrollarse personalmente, pero también para tratar de crear conciencias antifranquistas”.

La lista de los actores principales de aquella aventura es larga y prestigiosa. En pintura, asoman los nombres de José Ramón Sierra, Gerardo Delgado, Ferdando Verdugo, Toto Estirado, Paco Molina, Paco Cortijo o Luis Gordillo, etc.; en teatro, Justo Ruiz, Juan Carlos Sánchez, Amparo Rubiales, Luis Nuñez Cubero, Pedro Álvarez Ossorio, José María Rodríguez Buzón, Miguel Rellán; en música, Mane Segura, José María Ruiz Frutos, Gualberto García, Silvio, el locutor Joaquín Salvador, el periodista Alfonso Eduardo Pérez Orozco, o el mánager y productor Gonzalo García-Pelayo, entre otros.

“En arte lo que destaco es la pintura abstracta o pop o con contenido social; en teatro, el brechtiano; en música, la psicodelia y el beat y el rhythm and blues”, apunta el autor del ensayo. “Todo eso tuvo mucha presencia en la Sevilla de entonces, con conocimiento de causa por parte de los jóvenes. Sabían perfectamente lo que estaban haciendo y lo que significaba”, indica.

Bases militares y viajes

Por otro lado, uno de los lugares comunes que Matute trata de demostrar es que las bases de Morón y Rota tuvieron menos culpa en aquella efervescencia de la que se les ha intentado atribuir. “Los jóvenes hippies, por ejemplo, interactuaron más con los extranjeros mochileros de paso que con los militares. La base trajo americanos a la ciudad y se creó una convivencia lógica, claro. Se asumió mucho la cultura americana, pero no es cierto que los militares trajeran tantos discos raros. En Sevilla, había tiendas de discos donde se vendía de todo. Por ejemplo, Vivas Hermanos, donde escribía Joaquín Salvador y hablaba de todos los grandes grupos de los 60, los más raros. Hay, con todo, una conexión importante: Alfonso Eduardo, pionero de la radio de música moderna, sí tenía mucha relación con los dj’s de Morón”, asegura.

Las correas de transmisión, en suma, eran múltiples y estaban bien engrasadas: “Estaban muy informados todos. La propia prensa local contaba muchas cosas de lo que ocurría fuera. Y luego hay viajes. Víctor Perez Escolano, por ejemplo, estuvo en la Bienal de Venecia del 64, la bienal del pop americano. Amparo Rubiales y Justo Ruiz estuvieron en el festival de Avignon del 68 viendo al Living Theatre, vanguardia pura teatral. Gualberto iría en 1969 a Woodstock. Casi todos los hippies pasaron por Ibiza o por Marruecos. Y había muchas lecturas también, toda la Generación Beat. José María Ruiz Frutos, por ejemplo, vio en Londres en el 68 a Pink Floyd cuando estaba todavía Syd Barrett. Y entre las experiencias de los sevillanos fuera, hay que contar que García Pelayo vio a los Beatles y a los Kinks en París”.

"Sevilla desde esos años no ha dejado de ser un sitio de fusiones, iconoclasta. La norma cultural en Sevilla es ahora la fusión, lo puro se ha quedado fuera del discurso"

“Quizás resulte curioso saber que la CIA, indirectamente, a través de la Fundación Ford, terminó financiando unas jornadas organizadas en verdad por el PCE en la Universidad de Sevila, la llamada Semana de Renovación Universitaria, en la que participó Agustín García Calvo”, apunta Matute. “Hubo muchas revueltas entonces. Es importante conectar todo el ambiente contracultural con lo que pasaba en la Universidad. En el 68 hubo un expediente y expulsaron a 23 alumnos en marzo, antes que el mayo del 68. Algunos de aquellos expulsados terminaron llevando el local Dom Gonzalo, como Camilo Tejera y Porfirio Andrés. A Pipo Clavero no lo expulsaron, pero estaba metido en todo el meollo”, indica.

Capital de fusiones

En cuanto a las obras perdurables de aquel tiempo, Fran G. Matute explica que “hay que dejar claro que en el periodo que hablamos todo era muy mimético, había poca creación original. Las obras eran adaptaciones de obras de teatro extranjeras: Frisch, Brecht, Wexler. Los grupos de música hacían versiones de Jimi Hendrix, Cream, los Beatles, Stones, etc. Los pintores eran más originales, pero en ellos se notaba mucha influencia del expresionismo abstracto, por ejemplo”.

“Es un periodo de formación, son jóvenes probándose. Lo mejor de la creación se dio quizás ya en los 70. Lo más importante en los 60 es ver lo conectados que estaban con lo que estaba pasando a nivel internacional: todo el mayo del 68, la revolución hippie, el influjo beatnik, la psicodelia… Nada de eso era ajeno a estos jóvenes”.

¿Y los herederos, quiénes serían? “La herencia es clara”, subraya el escritor. “Sevilla desde esos años no ha dejado de ser un sitio de fusiones, iconoclasta. La norma cultural en Sevilla es ahora la fusión, lo puro se ha quedado fuera del discurso. Se ve en el arte (Cuervo), la música (Veneno), la moda (Fridor)…”, dice.

Matute, que ya prepara una segunda parte de este trabajo centrada en los años 1969 – 1973, donde se hablará con detalle de gente como Smash, Esperpento o Equipo Múltiple, cree que no hay que magnificar aquel movimiento. “Sevilla siguió su curso en los años que hablo, del 65 al 68; todo seguía en verdad igual. Es exagerado decir que Sevilla era como San Francisco. Sevilla era Sevilla, con su Semana Santa, sus toros, su feria. Y con un gobernador civil muy opresor, llamado Utrera Molina. Solo que la cultura no era importante para el franquismo y dejó hacer”, concluye. 

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