Manuel Blanco: “Hay gente muy creativa subyugada por el formato de TikTok o Instagram”

Alejandro Luque

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Se sigue llamando fotografía, pero lo que hoy subimos a nuestras redes y enviamos a nuestros amigos no es -no exactamente- lo que pegábamos en los álbumes familiares hace 30 o 40 años. Esta idea es el punto de partida desde el cual el cineasta y profesor Manuel Blanco (Sevilla, 1980) ha querido plantear su nuevo libro, El proyecto fotográfico – narración visual y reportaje de autor (Editorial Universidad de Sevilla), basado en su propia experiencia con sus alumnos, y con el que pretende invitar a las nuevas generaciones a no despreciar del todo las formas de mirar y fotografiar del ayer.

“Nuestra generación tuvo el mismo recorrido para aprehender las imágenes que las generaciones previas: fotoquímica, laboratorio… Había una relación casi mística con este fenómeno. Guardábamos la foto del abuelo, las de los viajes. Hacíamos un par de fotos al mes. Ahora, hacemos un par de fotos por minuto”, comenta el autor.

La pregunta central para Blanco, por su profesión, era cómo afectaba esta transformación en la enseñanza, y cómo lograr que los jóvenes se acerquen a la fotografía “no desde la saturación, sino desde la selección”, apunta. “Porque hoy vivimos una suerte de censura no porque bloqueen las imágenes, sino porque hay demasiadas”.

Nueva narrativa

El primer paso para el profesor es transmitir a esos nuevos usuarios que, hace no tanto tiempo, la relación con la fotografía estaba más cerca de lo narrativo -de nuevo, el álbum de las vacaciones-pero la estructura era conversacional, mientras que ahora esa conversación ha sido sustituida por la imagen icónica en sí misma. Se trata de recuperar esa visión narrativa, al tiempo que se invita a seleccionar“.

En el aula, Blanco ha trabajado con los estudiantes a partir de ejes temáticos: un abuelo, la historia del pueblo… algo cercano, familiar y acotado, que permita desarrollar una historia en imágenes y, quién sabe, encierre algunas sorpresas. “Me han venido algunos sorprendiéndose de haber descubierto que habían matado a un antepasado suyo en la guerra, o de que en su pueblo habían emigrado algunos vecinos. Las fotos se vuelven una forma de conocimiento, se convierten en historias y se recupera ese elemento conversacional perdido”.

Por el momento, el profesor ha preferido no meterse en el terreno del vídeo, “no al menos como lenguaje en sí mismo, a lo sumo como mediador en el resultado final”, puntualiza, pues ya considera bastante rica, aunque no descarta incorporarlo en un proyecto más amplio.

La foto del café

De momento, el objetivo es acercarse a las imágenes desde una perspectiva distinta a la “instragramera”, esas imágenes concebidas “para acabar en las redes, que es donde acaba todo hoy. Tenemos que recordar que entre la imagen y las redes está ese tamiz que tiene que ver con la cultura narrativa. Las fotografías, que siempre fueron una maquinaria de reconocimiento, han acabado convirtiéndose en sustitutos del lenguaje coloquial. Hay un cambio de registro total entre decir ‘estoy en la cafetería de la facultad tomándome un café’ y lo que se hace ahora, que es enviar la foto de tu mesa y de la taza de café”.

Otra línea de trabajo emprendida por el autor es comprobar cómo miran hoy los jóvenes usuarios de Instagram o TikTok las fotografías reveladas de la era predigital. “Es curioso, les muestras imágenes de cierta complejidad y te dicen cosas como que están borrosas, o que no dicen nada. Es una reacción análoga a la que tienen cuando les pongo trozos de películas clásicas y protestan porque, en su opinión, ‘no pasa nada’. Yo trato de hacerles ver que una escena en la que aparentemente no pasa nada puede servir para describir al personaje, pero tienen una visión Netflix del cine: si no pasa de todo durante todo el tiempo, se aburren”.

Ese perfil de nuevo espectador, según la opinión de Blanco, “no ve por regla general cine de más de ocho años de antigüedad. Necesitan que las imágenes discurran ante sus ojos como si fueran un videojuego, de manera incesante, y este cambio de registro del que hablamos les deja desnortados”.

Contra el hiperconsumo

Frente a esta realidad, la palabra mágica es para el profesor proyecto. “En mis clases, cada alumno tiene que entregar un proyecto, y me doy cuenta de que hay gente muy creativa subyugada al formato de TikTok o IG, pero que sacan a relucir esa creatividad cuando se toman las cosas con calma. No es que nosotros fuéramos mejores, es que nuestro sistema era menos nocivo”.   

Lo cierto es que esas herramientas recientes parecen llamadas a tener una larga vida. “De hecho, aunque cambien de nombre, son el mismo instrumento, y van a seguir surgiendo nuevas formas. Facebook ya ha quedado para puretas, Instagram pasará también, pero el proyecto político-social de las redes, que no es otro que el hiperconsumo, va a quedarse. Y seguirá afectando a la forma de mirar y pensar de los chavales. Se ha aplicado un tipo de consumo del que va a ser difícil salir”.

No obstante, el autor se resiste a condenar las redes sociales a priori. “No son el enemigo, lo importante es el uso que hacemos de ella. Cuando trabajas con ellas desde una cultura visual o literaria, salen maravillas. Yo mismo sigo a gente fascinante en IG, tíos que podrían hacer un libro con lo que suben a la red. El problema es verter contenido sin cultura propia. Y que te traten siempre como consumidor, no como generador de contenido”.

El reto, asume Blanco, no ha hecho más que empezar. “Tengo dos hijos pequeños, de vez en cuando les enseño cosas y veo sus caras, y temo que vayan a ser esclavos de lo que les muestren siempre. No somos conscientes de hasta qué punto el salto generacional es enorme”.       

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