Su sonrisa marcaba el acento en la ironía. Su semblante, dulce, inteligente y cómplice, se paseaba en silla de ruedas por los cenáculos literarios de Granada y de media Andalucía, hasta que el sábado 20 de julio falleció como consecuencia de una enfermedad respiratoria. Este domingo, los restos mortales de Mariluz Escribano Pueo (Granada, 19 de diciembre de 1935) descansaron en la ciudad donde ejerció una serena rebeldía y una indudable influencia como maestra y como escritora.
Era sobrina nieta de Joaquín Costa e hija del catedrático de Geografía Agustín Escribano, Director de la Escuela Normal de Maestros de Granada, fusilado por el fascismo, apenas un mes después que Federico García Lorca, el 11 de septiembre de 1936. Ella tan sólo tenía nueve meses cuando ocurrió aquello, pero más temprano que tarde supo que el comandante Valdés había estado relacionado con ambas ejecuciones: “Cuando llegan los días de septiembre,/ láminas del otoño,/ las madrugadas frías y estrelladas/detienen sus palabras./Pero es sólo un instante/de sangre y de fusiles/porque mi padre vuelve del silencio/y pasea conmigo/el callado silencio de las calles,/y los campos sembrados/y las constelaciones,/y su voz de madera me acompaña, me mira cómo crezco./Todo el mundo conoce/que heredé de mi padre una bandera”, escribe en uno de los poemas de Umbrales de otoño, (Ed. Hiperión, 2013), el libro con el que obtuvo el Premio Andalucía de la Crítica y en el que su memoria se hace verso.
Sus allegados recuerdan que no le resultó fácil su infancia de posguerra. Su madre, Luisa Pueo y Costa, fue represaliada por la dictadura y, por ello, perdió su empleo como profesora de la Escuela Normal de Maestros y, a partir de 1937, fue confinada en Palencia y Burgos durante tres años, en los que Mariluz creció bajo ese estigma. Con posterioridad su madre, que había sido secretaria de la célebre Residencia de Señoritas de Granada, lograría recuperar su condición de maestra, un oficio que heredó su hija.
“Me duele Granada”
De tarde en tarde, Mariluz Escribano abordó sus remembranzas en títulos como Sopas de ajo (Ed. Comares, 2001) o Memoria de azúcar (Alhulia, 2002). La profesora y crítica Remedios Sánchez ha seguido la pista de su peripecia vital y literaria, reivindicando su figura durante los últimos años. Crió sola a cinco hijos, tras la muerte en accidente de tráfico de su esposo; Doctora en Filosofía y Letras y Diplomada en Magisterio, Mariluz Escribano desarrolló un fuerte activismo en la sociedad civil granadina de los años 60, desde asociaciones como Mujeres Universitarias o Mujeres por Granada, colectivo que fundó y lideró durante varios años: “A mí me duele Granada –le dijo a Remedios Sánchez-, pero de todas formas debo aclarar que mi preocupación por la ciudad viene de mucho antes de la aparición de Mujeres por Granada. Recuerdo ahora cuándo, en los años setenta -estábamos en el franquismo todavía y los grises daban palos a diestro y siniestro- querían arrancar los árboles de la avenida Calvo Sotelo; yo estaba entonces embarazada de ocho meses, pero aún así no pude dejar de estar allí manifestándome en contra del atropello”.
Aunque desarrolló una formidable labor como recopiladora de tradiciones populares de la Vega de Granada, desde su Cátedra de Didáctica de la Lengua y la Literatura, no comenzó a publicar textos literarios hasta cumplidos sus cincuenta años: Sonetos del alba (1991), Desde un mar de silencio (1993) o Canciones de la tarde (1995). Desde 1958, sin embargo, había firmado artículos en diarios como Patria o Ideal, editado ocasionalmente luego en formato libresco: El ojo de cristal (Dauro, 2004), Jardines, pájaros (Comares, 2007) y Escuela en libertad (Zumaya, 2010). “Escribo artículos para crear conciencia ciudadana”, declaró a Remedios Sánchez con motivo de la publicación del primero de esos títulos.
Su último libro de poemas, El corazón de la gacela, fue recibido por la crítica como la consolidación de “una de las voces líricas de mayor calado y profundidad dentro del actual panorama de las letras andaluzas y españolas”, a decir de José Sarriá. A juicio de Francisco Morales Lomas, la poética de Mariluz Escribano estriba en “una necesidad perentoria de crear un mundo”, sobre las pautas de la infancia, la ciudad y los ecos de la poesía del 27.
Incluida en diversas antologías, en 2015 le fue concedida por unanimidad la Medalla de Oro al Mérito de la Ciudad de Granada, al tiempo que, en 1999, tras la muerte de José Espada, asume la dirección de la revista literaria Extramuros, al frente de la cual se mantiene durante cinco años, hasta que a principios de 2005 funda y dirige EntreRíos, cuyo número cero incluye un monográfico dedicado al asturiano Ángel González, ganador en ese momento del primer Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca Ciudad de Granada.
Más desconocida es su faceta como pintora, a pesar de haber realizado varias exposiciones. No obstante, alcanzó cierto relieve público su narrativa, que iniciaría en 1995 con Tadea Fuentes y títulos como Diálogos en Granada (1995) y Papeles del diario de doña Isabel Muley (1996). Con ella y hasta su muerte en el año 2000, también se adentraría en trabajos de investigación sobre la literatura oral granadina: Romancero granadino de tradición oral. Primera Flor (1990), Retahílas infantiles de tradición oral (1993), Juegos infantiles granadinos de tradición oral (1994), Cancionero granadino de tradición oral (1994), Romancero granadino de tradición oral. Segunda Flor (1995), Adivinancero granadino de tradición oral: retahílas y trabalenguas (1996) y Canciones de rueda. Danzas (2003).
En solitario, Mariluz Escribano publicó textos narrativos como Cartas de Praga (1999), con prólogo de Luis García Montero, y los relatos que agrupó bajo el título de Los caballos ciegos (Devenir, 2008).
Entre otros galardones, recientemente recibió de manos de la Asociación Colegial de Escritores de Andalucía el Premio de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija, en un palmarés que también incluye desde hace diez años a autores como Manuel Alcántara, Rafael Guillén, Antonio Gala, Antonio Hernández, Fernando Arrabal, Pablo García Baena, Josefina Molina, María Victoria Atencia y Pilar Paz Pasamar. En el acto de entrega, la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, le dirigió las siguientes palabras: “Ahora que las palabras se disparan tan frívolamente y significan tan poco, y tantos las sueltan sin hacerse responsables de ellas, no hay nada más importante que agradecerte la vida que has querido transformar en poesía, en presencia y en compromiso constante. Hoy seguimos peleando porque la convivencia sea posible desde las libertades, desde la diversidad y desde el respeto al otro, que no solamente existe, sino que nos construye. Representas todo lo que es profundamente humano y nos representas a todas, en femenino universal. Nos has regalado tu vida y por eso te lo queremos agradecer”.
“Poeta y narradora, habría que incluirla por edad en la promoción literaria del sesenta aunque ella siempre se ha sentido una escritora al margen de generaciones, modas y tendencias. Podría decirse que Escribano se integra en ese territorio olvidado de la llamada literatura sumergida a la que han sido relegadas muchas creadoras marcadas por el estigma de género, una lacra que, afortunadamente, se va difuminando”, asevera Manuel Gahete.
En 2018, cuando publica Geografía de la memoria, también fue distinguida con la Bandera de Andalucía “por contribuir con su trabajo y su talento a reforzar la voz y el nombre de Granada en la consolidación de la autonomía andaluza”. “Pido el perdón del mundo para los asesinos / aquellos que mancharon sus manos con la sangre / de muchos de los nuestros dejándonos sin padres, / dejándonos sin hijos y sin pan para el hambre. / Pido la paz del mundo para todos”, escribiría en uno de sus últimos poemas.