Muere Andrés Vázquez de Sola, el caricaturista que fustigó al franquismo, al clero y la OTAN con trazos exquisitos

“En España se puede decir todo, menos la verdad”. Lo decía un Andrés Vázquez de Sola ya nonagenario, que en los últimos tiempos necesitaba de una silla de ruedas para moverse, pero nunca había perdido su carácter beligerante y su capacidad para reírse a mandíbula batiente. De reírse y hacer reír, o más bien sonreír y pensar, que es lo que hace el humor gráfico inteligente que él encarnaba junto a sus compañeros de una generación irrepetible: Chumy Chúmez, El Perich, Gila, Forges… Su voz y sus lápices han callado para siempre en Monachil, tras toda una vida –97 años– dedicada al arte y la militancia comunista.

Nacido en el seno de una familia conservadora, educado en los rigores de un colegio religioso de Granada, recordaba haber sido un niño triste “porque jugaba a entristecerme, me preguntaba a mí mismo cosas como: ‘¿y si no soy hijo de mis padres?’ Pero había otros motivos para la tristeza: era la guerra, y allí vi morir a muchas personas que quería y respetaba”.

Con sus primeros pinitos periodísticos llegó su aproximación al PCE en la clandestinidad en los primeros años 50, obteniendo su carné en el 1961. Fue un compromiso para siempre que no le saldría gratis. Su humor ácido e irreverente le trajo diversos episodios de despidos, censura, persecución e incluso prisión. Sonada fue su salida de TVE, donde presentaba y dibujaba en directo en el programa La Noche del Sábado. “Yo siempre he tenido el problema de que hablaba más de la cuenta, hacía preguntas inocentes pero que causaban irritación a mi alrededor, y a menudo me decían: ‘Si no estás de acuerdo con esto, te vas a Moscú’. El caso es que alguien, que yo creía un policía, me dijo que convenía que me fuese, porque mi detención era inminente. Hasta que un día Forges me dijo que era un embustero por contar esto, pues quien me avisó no era policía, sino un jefe de plató de TVE: su padre”.

Gracias a Franco

Se exilió gracias al director del diario Madrid, que le encargó unos reportajes de viajes a pie por España, hasta que llegó a Francia y cruzó la frontera. Allí pasaría los siguientes 25 años, hasta 1985. “Tengo que agradecerle a Franco el hecho de haberme ido, porque en Francia he sido muy feliz. Me ha faltado mi poquito de cante, el toque de campanas -aunque no soy religioso, me gusta oírlas- y mis muros encalados. Me ha faltado Andalucía”, recordaba.

En París colaboraría con las mejores cabeceras: Trabaja en Le Canard enchaîné, Le Monde, Le Monde Diplomatique, L´Humanité… Firmó trabajos memorables como La Gran Corrida Franquista, que le dieron renombre internacional. Grabó un disco que causó escándalo por decir que el dictador Franco defecaba. “Fue algo que causó una gran sorpresa en gente que nunca había pensado en ello”, reía.

De regreso a una España nueva, publicó libros como Las mujeres de mis sueños, Con dos me acuesto, con diez me levanto, República ¿o esto? o Virgo fidelis, virgo clemens, virgo potens y otros virgos, siempre acompañados por la polémica. Los fastos del 92 los saludó con el álbum Me cago en el Quinto Centenario, que le valió un proceso por sus sátiras contra la OTAN. Sus colaboraciones con Diario de Cádiz se interrumpieron abruptamente cuando caricaturizó al escritor gaditano José María Pemán, muy cercano a Franco, como un galápago decrépito en cuyo caparazón podía reconocerse la forma de la esvástica.

Vanguardia y caricatura

Su proyecto de crear en su pueblo natal un Centro Internacional de Estudios sobre el Humor y la Sátira quedó abortado por los responsables políticos del momento, del Partido Socialista. Todo ello le recordó que la democracia iba a seguir siendo para él espacio de controversia y hasta de enfrentamientos más o menos acres. No obstante, la Medalla de Andalucía que se le concedió en 2014 venía a sellar en cierto modo la paz entre el creador indomable y la clase política de su tierra.     

Al margen de sus trincheras ideológicas, Vázquez de Sola alcanzó una incuestionable maestría en el arte del dibujo y la pintura, formando parte su obra de las colecciones de importantes museos. Su capacidad para aplicar la herencia de las vanguardias artísticas al lenguaje de la caricatura, así como su genialidad a la hora de captar los rasgos psicológicos de sus caricaturizados con trazos exquisitos, lo elevaron muy por encima de la mayor parte de sus compañeros de oficio. Memorables son, entre muchos otros, sus retratos de Rafael Alberti, Paco de Lucía, Manuel Azaña, Pasionaria, Federico García Lorca, Brigitte Bardot y tantos otros.   

Pero, hiciera lo que hiciera, sus colores de militante –su color, el rojo–, iban a prevalecer bajo cualquier circunstancia. “Desde muy pequeño tuve conciencia de la justicia, me di cuenta de que los buenos no podían ser los que mataban a tanta gente buena. Me llamé comunista porque era como se llamaban los únicos que teníamos vergüenza, y lo seré hasta que me muera. Ser comunista es para mí sentirme hombre, como los buscaba Diógenes, abiertamente hombre”, aseveraba en los últimos años de su vida, echando la vista atrás. “En este momento no estoy de acuerdo con todo lo que hace el partido, pero tampoco estoy de acuerdo con todo lo que hace mi mujer, y no pienso dejarla en la vida. Nunca romperé mi carné, aunque solo sea por no estropear mi biografía”.

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