Aunque Mick Jagger es el paradigma de cantante veterano inasequible al cansancio, hay otros astros del rock que llevan más de medio siglo subidos a los escenarios y todavía despliegan una energía asombrosa. Ian Gillan (Hounslow, Londres, 1945), líder de los legendarios Deep Purple, es uno de esos casos dignos de estudio para la ciencia. El cantante que grabó discos históricos como In rock o Perfect strangers visitará este mes España junto a su banda –el 23 en el Teatro Romano de Mérida y el 24 en la Plaza de España, en el festival Icónica Sevilla–, y con ese motivo atendió a elDiario.es por teléfono desde su residencia habitual en el Algarve, Portugal.
Al otro lado de la línea, su voz suena joven como en los años 70 u 80, y ni siquiera se consiente un suspiro de los que serían normales en un señor de 77 años. Para Gillan, el secreto para seguir al pie del cañón y encandilar a tres generaciones de fans no es otro que “mantenerse sano, eso es todo”, ríe con ganas. “Necesitas fuerza, y también entusiasmo. Esos dos elementos te permiten mantener el nivel. Y ayuda mucho poder trabajar con músicos fantásticos, porque eso te mantiene ilusionado respecto al futuro, con lo que esté por venir. Esa es la respuesta más sencilla que se me ocurre, salud, ilusión… Y asumir el hecho de que con los años las cosas evolucionan, van cambiando para que el interés no decaiga. No es lo mismo de siempre. Si fuera así, un día tras otro, creo que lo habría dejado hace muchos, muchos años”.
No puede decirse, desde luego, que Gillan haya llevado una carrera monótona. Tras foguearse en formaciones juveniles como The Javelins o Episode Six, fichó en 1970 por unos Deep Purple que buscaban acercarse a registros más duros, unos años después salió del grupo y montó su propia banda bajo las denominaciones de Ian Gillan Band y Gillan, pasó fugazmente por Black Sabbath, volvió a Deep Purple, se marchó de nuevo para unirse a Garth Rockett and the Moonshiners y en 1992 regresó –¿definitivamente?– con los Purple. La banda de sus amores, asegura.
Sin rencores con Blackmore
“Es absolutamente fantástico estar con ellos”, dice. “Todo con ellos evoluciona orgánicamente, es natural. Nos sentamos a ensayar o vamos a una sesión de composición o de ensayo durante un día o diez, lo que toque... Empezamos a mediodía todos los días en la sala de ensayo y de pronto nos detenemos, podemos pasar mucho tiempo simplemente charlando, escuchamos cosas, escribimos. Todo está ahí, los elementos están. Lo importante es la orquestación, pero nos nutrimos del folk, la experimentación, el jazz, el blues, el rock, todo. Y poco a poco la cosa va flotando, se van desarrollando pequeñas ideas... Así ha funcionado todos estos años, y seguimos trabajando de la misma manera”.
Para muchos, Ian Gillan posee el honor –compartido solo con contadísimos ídolos, como Ronnie James Dio u Ozzy Osbourne– de haber militado en nada menos que dos de las bandas fundacionales del heavy metal, pero él no parece demasiado interesado en el devenir de esta música en las últimas décadas. “No, en realidad no me gusta demasiado el heavy metal. Quiero decir que puedo escuchar cosas heavies, admiro a la gente que lo hace, pero no es mi estilo preferido de música. Prefiero un espectro algo más amplio de sonidos, con más dinámica y más textura. Me gustan las luces y las sombras, me gusta el humor, y en ese sentido el heavy metal es un cauce demasiado estrecho para mí”.
Lo cierto es que el vocalista pudo lucirse con dos de los guitarristas a los que se considera padres del género: Ritchie Blackmore (con el que chocó reiteradamente, hasta el abandono de éste del grupo) y Tony Iommi, el mago de los riffs satánicos. Con ambos asegura mantener buena relación: “Con Ritchie estamos en contacto, naturalmente, le deseo todo lo mejor. Él estuvo enfermo hace algún tiempo, y le mandé una postal de ”que te mejores“, algo así. Esa es nuestra relación, es buena, aunque no pasa de ese nivel. Y con Tony Iommi también estoy en contacto, por supuesto”.
Una alegría diaria
Por otra parte, y puestos a subrayar el nivel del entrevistado, cabe recordar que el año próximo se cumplirá medio siglo de la exitosa adaptación al cine de Jesucristo Superstar, un proyecto conceptual que tuvo a Gillan como su primer cantante, si bien se limitó a grabar el álbum original de 1970, rechazando formar parte de la película por estar dedicado en cuerpo y alma a Deep Purple. “No me di cuenta en su momento, pero fue un tipo de proyecto completamente diferente a lo que se hacía entonces. Por otro lado, para mí cantar es algo de lo más normal, pero en este caso era algo diferente por tratarse de un disco conceptual, y lo hice todo en tres horas. Fue una sesión rapidísima, y ahí quedó. No adquirió fama hasta que los medios de comunicación se fijaron en el trabajo, y en ese momento yo ya estaba fuera. Fue un proyecto muy interesante y me alegra mucho que fuera bien. Y hacerlo fue divertido, también con sus dificultades, con aquel punto funky, orquestal”.
No se arrepiente: para él, su actual grupo es el no va más. “En la música, cada día es una alegría, pero personalmente puedo decir que, como banda, Deep Purple me ha proporcionado las cosas más increíbles y he sentido la felicidad con ellos, sí, absolutamente”.
Entre otras cosas, una actividad ininterrumpida hasta que llegó el frenazo forzoso de la pandemia, que también tuvo su gracia: le proporcionó “algo de tiempo libre”, ríe de nuevo. “Me encanta trabajar, me encantan las giras, me encantan los directos, para mí esa es la esencia de ser músico, pero durante ese tiempo de cuarentena tuve mucho que hacer. Tuve que redecorar mi casa, tuve que escribir mi libro y trabajé mucho y toqué mucho. Fue fantástico”.
Para acudir a Mérida y Sevilla, en fin, Gillan no tendrá que recorrer demasiados kilómetros. “Trabajamos por todo el mundo nueve meses al año, y el tiempo restante lo paso en Portugal, sobre todo. La vida es muy tranquila aquí, vivo en las colinas, en el Algarve, muy a gusto. Y es bueno para mí escribir, es muy agradable. Mi familia viene a visitarme con frecuencia, también compré un pequeño barco y salgo a divertirme en el mar. Es un buen lugar de recreo y un buen entorno de trabajo. Tengo muchos amigos músicos que vienen a visitarme y trabajamos en mi estudio. Así que es plan muy, muy bueno”.