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Javier Krahe, más de cinco años de vacaciones

Javier Krahe, durante una actuación

Juan José Téllez

25 de abril de 2021 08:06 h

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“Parece que fue ayer, pero ya han pasado más de cinco años desde la repentina muerte de Javier Krahe en Zahara de los Atunes, que nos sorprendió a muchos de vacaciones. Por eso, hay gente que no se acaba de creer que el cantante no siga en su refugio veraniego gaditano, de donde podría volver en cualquier momento”, escribe Julio Llamazares, su viejo compañero de partidas de ajedrez en el Estar de Madrid.

Llamazares firma el prólogo de “Javier Krahe, ni feo, ni católico, ni sentimental” (Reservoir Books), la biografía completa del compositor escrita por Federico de Haro, después de la que Ángel Vivas le dedicase a comienzos de los 90. “Su éxito fue que vivió como nadie e hizo lo que quiso sin estar anclado a la dictadura de los billetes”. Así describe Federico del Haro a Javier Krahe, el compositor de “Cuervo Ingenuo”, aquella canción contra la OTAN que censuró escandalosamente TVE al emitir un concierto de Joaquín Sabina.

De Haro acaba de publicar “Javier Krahe, ni feo, ni católico, ni sentimental” (Reservoir books), donde da cuenta de una larga pesquisa en torno a la vida y la obra de aquel discípulo de Georges Brassens que siguió sus enseñanzas hasta el último momento, aunque sólo tradujera dos de sus canciones, “Marieta” y “La tormenta”.

Federico de Haro escuchó por primera vez a Krahe, “escuchando en los viajes en coche La Mandrágora y cuando decía ‘gilipollas’ en ”Marieta“, era como una bula para un niño: podía repetirlo y mis padres se reían”.

“Javier Krahe siguió la estela de Brassens cuando, una veraniega noche en Zahara de los Atunes (12 de julio de 2015), la muerte, súbita y cardíaca, se lo llevó de vacaciones”, relata Federico.

Y es que Brassens había escrito “Súplica para ser enterrado en la playa de Séte”, en el cementerio marino de Paul Valery: “Envidiaréis un poco al eterno veraneante/ que navega por la playa en un hidropedal, soñando/ que pasa su muerte de vacaciones”.

Zahara de Krahe

“En Zahara Javier era un lugareño más. Hablaba de las cosas de allí con la gente de allí y llevaba una vida rutinaria, casi kantiana. Se levantaba en torno a las diez, salía a comprar el pan y el periódico, desayunaba en El Rincón de León (largas conversaciones con León) o en La Esquina de Catalina (qué tocinillo de cielo, Señor) y regresaba a casa. Ya entrada la mañana, si le apetecía, bajaba a la playa y se bañaba desnudo. Comía, se echaba sus dos horas de siesta y regresaba a casa, y, a eso de las siete de la tarde, se fumaba un canuto, cogía su cuaderno y escribía hasta la cena o incluso más allá, porque –ya lo hemos dicho—nunca cenaba. Cuando el día tocaba a su fin, decía: ´Bueno, ya son las doce´, y salía a tomarse unos güisquis. Siempre se negó a actuar allí, eran sus vacaciones. En cambio no tuvo inconveniente en ser una vez pregonero de las fiestas ni en presidir año tras año el concurso de atarraya, modalidad de pesca tradicional”.

Era la costa suiza de sus canciones, la atmósfera que rodea a sus días de playa cuando volvían a ocuparse del mar, él y Annick, su compañera de vida, la madre de su hija Violante. Zahara desfila por el excelente libro que Federico de Haro ha pergeñado con la materia prima de unas 60 entrevistas y una larga pesquisa documental.

En el municipio gaditano, como cuenta el músico Javier López de Guereña, “hijo predilecto de Javier Krahe por autodesignación”, tal y como se denomina a sí mismo, dejaba el coche parado en la puerta mientras estuviera allí.

“Había decidido tomarse un año ‘selvático’. Yo era un parásito vacacional: iba con toda mi familia a conquistar su casa de Zahara de los Atunes. Aquel día echamos la tarde, fuimos a tomar una copa y al volver a casa se nos murió”, rememoraba López de Guereña durante la rueda de prensa telemática en que presentó el libro junto a Federico de Haro: “Enseguida, Javier Ruibal, que apareció por la mañana, me dijo apúntalo todo porque esto hay que contarlo”. Y, en rigor, lo ha hecho. El es mucho más que uno de los informantes de Federico, a lo largo de los dos años de trabajo que ha invertido en esta biografía. Una guía espiritual, casi: “Él nos hizo el favor a todos de que Javier Krahe dejara de tocar la guitarra y a mí, en concreto, me ha hecho el favor de regalarme infinidad de horas de conversación y de orientarme en este largo camino”, suscribe Federico.

Zahara de los Atunes (Cádiz), el Macondo estival de El Gran Wyoming, Kiko Veneno, Aitana Sánchez Gijón o Pablo Carbonell, ocupa numerosas páginas de esta obra, que se adentra en garitos como La Almadraba, El Vapor, o Casa Nicolás: “Un día su amigo Fernando Camuñez le sugirió comprarse un coche nuevo para tardar menos tiempo en llegar a Zahara de los Atunes. ”Bueno, igual podría ahorrarme un par de horas de viaje, pero ¿qué más me da si voy a estar dos meses?“, contestó Javier”.

“En la última década, su lugar predilecto para las salidas nocturnas era La Ballena Verde, un local amplio de actuaciones en directo con una terraza que da a la playa y a la puesta de sol. En sus paredes cuelgan los cuadros de Pepe Valencia, dueño del negocio y pintor con quien Javier jugaba a menudo al ajedrez”, escribe Federico de Haro.

Zahara de los Atunes no fue el primer rincón de la costa gaditana que conoció, sino la capital. A Cádiz, viajaría con frecuencia a partir de 1978, con Joaquín Sabina o Teresa Cano, bien para conocer a su maestro Chicho Sánchez Ferlosio, o a Fernando Quiñones, quien les llevaría a actuar en el festival de Alcances. Con Chicho, el autor de “Gallo rojo”, “La ley” o “Círculos viciosos”, actuaría en La Vilhuela, de Madrid, donde apareció un desconocido Joaquín Sabina, recién llegado de Londres. Atrás quedaban los tiempos de las canciones de su hermano Jorge, que interpretaba Rosa León. También allí y en La Aurora se amigaría con la cantante Teresa Cano, la hija de José Luis, el escritor algecireño que dedicó media vida a reivindicar a los heterodoxos españoles.

“Nunca fue viejo porque nunca fue joven”

Durante la rueda de prensa de presentación, Federico de Haro intentó dibujar a su personaje: “De la infancia, de la juventud, de la mili, del exilio canadiense, del trabajo en una empresa de publicidad, del debut en la Aurora en la época de La Mandrágora, de los veranos de Zahara, de las noches de ajedrez en el Estar Café..., y así hasta la vejez, si es que en Krahe puede diferenciarse lo uno de lo otro porque como me dijo Joaquín Sabina muy acertadamente, Krahe nunca fue viejo porque nunca fue joven”,

Estudiante en El Pilar, de Madrid, familia numerosa y partidos de hockey sobre patines. Con Annick se casó por lo civil en Quebec, una de las primeras bodas laicas de dicha provincia francófona, donde ambos vivieron a finales de los 60 su revolución tranquila. Eso sí, tres años más tarde y tras una mala experiencia aérea, volvieron a casa por mar, en un trasatlántico soviético, que tardó 9 días en cruzar el Atlántico. Con ella, concebiría a su primera hija, Violante.

“Cuando Javier Krahe vuelve de Canadá ya no es solo un chico leído del barrio de Salamanca cuya imaginación y curiosidad han sobrevivido a la educación de la época. Los tres años de autoexilio hacen que incorpore el pasado a su biografía y encuentre su presente. Vuelve casado y ha vivido mil días lejos de su familia. Ha soportado tormentas de nieve y ha cruzado el Atlántico en barco. Lleva barba, fuma en pipa, es el mismo y él mismo, pero es también ya otro, sobre todo porque ha encontrado en Georges Brassens un maestro, quizá el primero. Quizá el único”, rememora Federico de Haro.

Y ofrece algunos ejemplos: “La hoguera, sin ir más lejos, debe su atractivo mecanismo interno a La Guerre de 14-18 (La guerra del 14-18) donde el cantautor francés evoca diferentes guerras para insistir en que su preferida es la Primera Guerra Mundial”.

“No tenía popularidad, pero tenía prestigio. Krahe se merece en España, como mínimo, el reconocimiento que tiene Brassens en Francia, aunque Brassens vendía millones y Krahe miles”, comenta Federico de Haro, quien reseña que al menos cuenta con dos insólitas estatuas en Galicia.

Cinco canciones perdidas

En su trepidante libro, Federico de Haro, no olvida a La Mandrágora, en La Cava Baja de Madrid, que abriera hacia 1978 el pintor Enrique Cavestany y en donde se grabaría un célebre disco en que Joaquín Sabina y Javier Krahe compartían microsurco con Alberto Pérez: “La primera noche que Sabina cantó en La Mandrágora ya lo hizo con Krahe, cuya experiencia sobre los escenarios se limitaba entonces a La Aurora, el festival Alcances y algún que otro recital esporádico”, apunta Federico de Haro.

Su aparición en TVE, en el programa de Fernando García Tola, a finales de 1981, en pleno auge del trío, Alberto Pérez deja Madrid y deja su compañía: “Las habituales actuaciones habían afianzado la relación de Joaquín y Javier. La de ambos con Alberto, en cambio, se deterioró”. Diferencias de costumbres, probablemente. La noche y el día, nunca mejor dicho, apunta el biógrafo, que no olvida tampoco la grabación, por entonces, del cortometraje Sobre la cristofagia, que le valió una denuncia tres décadas más tarde, al emitir el corto por televisión, por un supuesto delito contra los sentimientos religiosos.

En marzo de 1983, nacería Marco, hijo imprevisto de Javier Krahe y Teresa Cano: “Marco y Teresa reciben cada semana la visita de Javier, Violante asume con la ntauralidad propia de una niña de siete años que tiene un hermano pequeño que no vive con ellos y Annick acepta a Marco casi como si fuera su hijo”. Todos ellos han colaborado con Federico de Haro, entre cuyas fuentes documentales tampoco han faltado Alberto Pérez o Joaquín Sabina

El libro incorpora, para colmo, cinco letras inéditas de Krahe, como “El obseso sexual”, que Camilo José Cela incluyó en su Diccionario Secreto, aunque las restantes se consideraban perdidas: “Rodearse de las anécdotas es el punto de vista idóneo para conocerlo. Todos los que lo hicieron en vida, van a ver a Krahe en este libro y los que no, lo van a conocer ahora”, asegura Javier López de Guereña, quien también le describe finalmente:  “Con los artistas, a ser posible, hay que conocer la obra y no a la persona. No era el caso de Javier, que era algo extraordinario. Y la parte más interesante es su vida, su trato, su ingenio, su chispa. Igual la bondad ya no está tan bien vista, pero es el hallazgo superior del hombre. Viva Krahe”.

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