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Cuidados paliativos para la memoria escrita

Cuando un nuevo legajo llega al Archivo Histórico Provincial de Córdoba, como si de un viajero en los tiempos de las epidemias se tratara, se le mantiene en cuarentena y aislado del resto de documentos de este centro hasta comprobar “su estado físico”. Es una medida básica contra la propagación de males como hongos o insectos que pueden poblar estos papeles con siglos de historia y que pueden infectar al resto de legajos de estos fondos si no se tiene la precaución debida.

Porque esa, la precaución, es una de las reglas básicas en el trabajo de conservación preventiva que desarrollan a diario los técnicos de este archivo, que tratan de preservar en las mejores condiciones los documentos que atesoran, fechados desde el siglo XI en adelante, y que en pergaminos y actas de escribanos y notariales escriben la historia viva de la capital y la provincia cordobesa de los últimos diez siglos.

Cinco kilómetros de documentos

Cada mañana, a primera hora, estos guardianes de la memoria escrita inician su delicada tarea. Con guantes puestos y las condiciones de luz, humedad y temperatura adecuadas -entre 15 y 22 grados centígrados y del 45% al 65% de humedad-, como si de una operación quirúrgica se tratara, en la mesa de operaciones se disponen los últimos documentos que han sido consultados en este archivo. Se realiza con ellos esta tarea de conservación, “para asegurarse de que la mano de investigadores y estudiosos que los han consultado no incida en su estado de conservación”, explica a este medio uno de los técnicos, Rafael Martínez.

Es una “conservación preventiva”, como paso necesario en el mantenimiento de todo el archivo y con el fin de evitar, o retrasar al menos, que los documentos tengan que pasar a ser restaurados.

En total, cinco kilómetros de documentos es el tesoro que guarda este centro y que pasa por las manos de los técnicos conservadores en “un trabajo que hacemos como rutina cada día”, dice Martínez. Ante ellos, “factores externos” como la temperatura, la humedad, el polvo o los insectos son los responsables del deterioro de los legajos. Pero también los “factores internos”, propios de los escritos: la degradación de las tintas férricas que pueden llegar a perforar el documento o la acidez del papel que lo deteriora con el tiempo. Y un factor más se suma siempre: “el propio uso y el trato que se le da al documento”, apunta este técnico.

Contra todo ello, medidas de conservación que se llevan a cabo de manera meticulosa y con especial cuidado. “Cada día anotamos el estado de conservación física en el que se encuentra el documento”, explica sobre su laboriosa tarea otra de las técnicos del archivo, Ana María Chacón. Porque si está muy deteriorado, directamente se retira de la consultas, para evitar un mayor deterioro hasta que pueda ser restaurado.

Protocolo

Sobre la mesa, los documentos son inspeccionados al milímetro. Se sigue un protocolo para su conservación, donde se examinan con luz ultravioleta para detectar hongos, se eliminan los pliegues, se estiran los bordes enrollados, se encapsulan los folios que puedan estar sueltos o más deteriorados con papel de seda o papel japonés, se preparan guardas dobles para proteger los bordes del papel y se numeran para su correcta localización entre los fondos del archivo.

Luego, se realiza un cierre con cintas de algodón blancas que sustituye al tradicional balduque rojo que manchaba el papel y los documentos se guardan en cajas especiales de almacenamiento, que puede llevar tratamiento contra el moho y contra la proliferación de insectos.

Con esta tarea diaria, se trata así de poner barreras al deterioro y lograr la mejor conservación de estos documentos históricos. Barreras para las amenazas que puedan dañar los documentos y que son los principales enemigos de estos legajos. Son, en definitiva, los cuidados paliativos que a diario necesitan estos trozos de historia escrita.