Nazismo y comunismo: el cine europeo le da un repaso a los totalitarismos en el Festival de Sevilla

Un virus vuelve a recorrer Europa. El mismo que llevó al continente al profundo abismo de la II Guerra Mundial. Pero... ¿tiene Europa inoculada la vacuna contra el fascismo? Es la gran pregunta que muchas de las películas de la programación del Festival de Sevilla parecen preguntarse.

A tenor de lo que nos cuenta el Victory Day de Sergei Loznitsa, no podemos estar tan seguros. Año tras año, a comienzos de mayo, nostálgicos de la Unión Soviética se reúnen en el Treptower Park de Berlín (Alemania) para celebrar que Rusia venció al fascismo. Y lo hacen en un monumento de estilo brutalista soviético, con arengas de dudoso valor democrático y rodeados de tipos con aspecto neonazi (¿neosoviets? ¿sovienazis?).

Sin voz en off, pero con una aguda mirada, el director nos plantea si es posible declararse antifascista desde posiciones acríticas y nostálgicas con ese otro totalitarismo que Josef Stalin instauró, tras la II Guerra Mundial, en los dominios ocultos tras el Telón de Acero.

Entre la Alemania nazi y la Rusia comunista se mueve, sin complejos, la programación del festival de cine. Si Florian Henckel destapó la caja de pandora de la poco idílica Alemania Oriental en La vida de los otros, el oscarizado director alemán vuelve ahora a la carga con Obra sin autor.

Si la película anterior desentrañaba el submundo del espionaje doméstico, su nueva obra se adentra en la vida del artista Kurt Banert y la tragedia histórica de Alemania, que durante tanto tiempo ha envenenado las relaciones personales de las generaciones que nada tuvieron que ver con la guerra.

Sobre artistas habla también el ruso Alexey German Jr, que fascinó hace unos años al mundillo del cine de autor con Under Electric Clouds (Oso de Plata en Berlín), y que retrata en Dovlatov (también Oso de Plata) la dureza de ser escritor en la Rusia de los setenta.

Tres décadas antes, en 1941, los alemanes proseguían con su demente avance hacia el Este. Ana's War (Aleksey Fedorchenko) nos mete en la piel de Anna, una niña de apenas seis años que logra sobrevivir a una matanza ocultándose en un edificio vacío. Es una superviviente del nazismo.

Las tres plagas de la historia

La llamada Europa del Este parece despertar para evaluar su historia contemporánea. Decía Ryszard Kapuscinski en El imperio que “al mundo le amenazan tres plagas, tres pestes. La primera es la plaga del nacionalismo. La segunda es la plaga del racismo. Y la tercera es la plaga del fundamentalismo religioso. Las tres tienen un mismo rasgo, un denominador común: la irracionalidad, una irracionalidad agresiva, todopoderosa, total. No hay manera de llegar a una mente tocada por cualquiera de estas plagas”.

Y la pregunta es: ¿estamos a salvo de estas plagas en la Europa moderna? Es algo que parece obsesionar al ucraniano Loznitsa, que este año no solo nos ha invitado a asistir con asombro a la nostalgia soviética de Victory Day, sino que ha filmado dos películas más, presentadas en Cannes, Venecia y Berlín, sobre el totalitarismo, como The Trial, una revisión de los juicios de Moscú de Stalin.

No resulta complicado mentar al padre del totalitarismo ruso para referirse a Vladimir Putin. Vitaly Mansky retrata a Putin en su polémica Putin´s Witness, un testimonio único del todopoderoso y oscuro presidente ruso. El proputinismo también campa a sus anchas en Donbass, la tercera en discordia de Loznitsa.

Como muestra de sus formas antidemocráticas, Putin sigue encarcelando a disidentes. Es el caso de Kirill Serebrennikov, que no pudo presentar Leto - Summer en Cannes por encontrarse bajo arresto domiciliario. Su película retrata el despertar democrático de la Rusia de los 80, al calor del rock y el punk. Porque todo, a pesar de todo,... no va a ser política.