Sukaina Fares, la activista marroquí que ayuda a las jóvenes a emanciparse de su entorno religioso, sale del anonimato

Alejandro Luque

17 de marzo de 2022 20:52 h

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Sukaina Fares tiene 29 años y lleva en España desde los cuatro, pero siente que ha pasado casi toda su vida en un limbo, en tierra de nadie. Podía haber sido una de tantas chicas de familias musulmanas que viven una doble vida, pero empezó a rebelarse contra las imposiciones religiosas y logró emanciparse, aunque pagó un alto precio por ello. Hoy ayuda a otras chicas en una situación similar a escapar de situaciones que pueden llegar a convertirse en una pesadilla.

Fares ha contado su experiencia en el foro Voces de ida y vuelta. Mujer, Magreb, Islam que se celebra hasta este viernes en Granada organizado por el Observatorio Wassyla Tamzali en colaboración con la Fundación Euroárabe y la Cátedra de Estudios de Género. Junto a la activista, han intervenido en las distintas sesiones voces como los escritores Najat El Hachmi, Mohamed El Morabet o Mimunt Hamido Yahia, la profesora Lola Varela, la ingeniera Kenza Hazeb o la antropóloga Karima Itahriouan, entre otros.

El pecado de la adolescente Sukaina Fares no era otro que “no querer rezar ni hacer Ramadán, querer salir con mis amigas y vestir de una determinada manera. No me gustaría que se confundiera con el libertinaje, porque quienes nos critican suelen apelar a que queremos fornicar o beber. No era eso. Se trataba de decidir por mí misma, sin someterme a ningún dogma”, subraya.

A veces, son simples detalles los que marcan el camino: “Te das cuenta de que no sabes nadar, por ejemplo, o que jamás te has ido de colonias, como otras chicas”. Y ella quería ser como las demás. La respuesta familiar fue un insoportable despliegue de violencia “por no plegarme a ser una buena musulmana, algo que en nuestros contextos se relaciona directamente con ser buena hija”.

Ruptura con todo

Hasta siete veces acudió a comisaría buscando ayuda, pero invariablemente le indicaban que lo único que podía hacer era denunciar a su familia, con todo lo que ello comportaba. “Para esos casos no hay mediación, no hay solución. El castigo emocional que te infliges a ti misma es muy duro, porque dar ese paso equivale a romper con todo, a quedarte sola en el mundo. Si para una mujer maltratada es difícil denunciar a su pareja, ¿cómo vas a hacerlo con tu familia? Y con todo, lo hice”.

Tenía 16 años, y pasó dos en un centro de menores. No es un periodo del que guarde un recuerdo particularmente entrañable. La asistencia se limitaba a tener un techo, pero nunca recibió apoyo psicológico, orientación laboral ni nada por el estilo. “Los funcionarios y educadores de esos centros están muy quemados por los pocos recursos, porque es un modo de atender a las chicas sin más hasta que cumplen la mayoría de edad, y luego a la calle”, apunta. Lo mejor que conserva de aquel tiempo son las chicas que conoció allí, algunas con historias durísimas. “Las víctimas y las verdugas estaban mezcladas”, evoca.

Fares creció entre dos rechazos: el del racismo que sufren los inmigrantes magrebíes, y el que la comunidad musulmana reserva a quienes renuncian a la fe. Sin embargo, logró salir adelante y ganarse la vida, y un buen día pensó que quería devolver la ayuda que había recibido y compartir lo que había aprendido. Y para ello no tenía más que las redes sociales. “Empecé a explicar cosas, a escribir sobre virginidad, homosexualidad, Ramadán. Al principio de un modo más intuitivo, luego dando forma a mis ideas con lecturas de Nawal El Saadawi, Gerda Lener o Wassyla Tamzali. Poco a poco lo fui compartiendo con la gente, descubrí a otras voces con los mismos intereses y acabamos creando una red nacional con muchas chicas”.        

    

Muy pronto comenzó a recibir mensajes de jóvenes –sobre todo inmigrantes o hijas de inmigrantes de El Magreb– que acababan de huir de sus casas, o que escapaban de matrimonios forzosos. “Piden ayuda, porque están muy perdidas. Pero sobre todo te dan las gracias porque, al leerme, no se sentían locas, ni tan solas”, comenta Fares, que ha interactuado desde 2017 con más de un centenar de jóvenes. Además de prestarles refugio y asesoramiento, Fares también las acompaña “emocionalmente, eso es lo más importante. Y cuando alguna está en la calle, hacemos lo que podemos con nuestro dinero. Son niñas que escapan con una mano delante y otra detrás, y cuando cumplen 18 años no hay una institución o ayuntamiento que las ayude”.

Vencer la culpa    

La activista señala como excepción el colectivo Valentas y Acompañadas de Girona, que sí les ha prestado colaboración, y ahora quieren canalizar su actividad a través del Observatorio Wassyla Tamzali. “Muchas instituciones, por el contrario, nos tienen bloqueadas, incluyendo activistas autoproclamados antirracistas o políticos de Podemos, que nos tachan de islamófobos. Y que el Gobierno más feminista de la historia no nos tenga en cuenta es algo que vivimos como una traición. De hecho, se subvenciona a asociaciones salafistas, que nos persiguen y nos señalan”.  

Entre las muchas cosas por cambiar, Fares señala como fundamental la ruptura con los tabúes sexuales: “Es un tema clave en el feminismo, y sobre todo en nuestro contexto. Debes enfrentarte a la vergüenza, a todos esos bloqueos que te pones tú misma, y disfrutar de la sexualidad sin culpa, romper con la doble moral y esa división entre las ”buenas y las putas“. Es un elemento que puede abrir muchas puertas, porque todavía nuestro honor y el de nuestra familia se basa en nuestra virginidad”.  

Hasta ahora, Fares había mantenido su identidad en secreto, por miedo a ese señalamiento, que con frecuencia viene acompañado por el insulto y hasta la amenaza. “Te dicen desde que dios te va a castigar, hasta el 'sabemos dónde vives'”, afirma. Pero el encuentro de Granada ha supuesto su paso adelante. “Lo he hecho porque cada vez somos más”.

Lo que no es fácil sacudirse es el sentimiento de culpa. “¿No podías haber aguantado y haber seguido respondiendo a lo que esperaban de ti? Eso te preguntas. Pero si miro atrás, lo volvería a hacer. Soy más libre y me siento consecuente con mis ideas. No tengo ningún dios ni ningún profeta que esté por encima de lo que creo, ni que me castigue por no someterme a sus preceptos”.

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