Víctor del Árbol: “Perder el tiempo es abrir el espacio a la imaginación”

Alejandro Luque

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“Hablar con vosotros de literatura, o de la vida en general, es difícil”. Se lo dijo el escritor Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) al joven auditorio que en la mañana de este lunes llenaba el Centro Cultural de la Villa de la localidad sevillana de La Rinconada. Alumnos de los institutos de enseñanza secundaria Carmen Laffón, Miguel de Mañana y San José aguzaron el oído para saber en qué consistía esa dificultad. “Uno está acostumbrado a dirigirse a los adultos, que suelen esconder sus sentimientos. Pero con 14, 15 ó 16 años todavía eres una persona auténtica, que cree que puede ser lo que quiera en la vida. Por eso no vengo a convenceros de nada, solo transmitiros por qué para mí es fundamental escribir, y por qué leer es lo mejor que me ha pasado en la vida”.

La intervención del escritor sirvió como pregón inaugural de una nueva edición del ciclo La Estación de las Letras, que este año –según anunció la delegada de Cultura del Ayuntamiento, Raquel Vega rinconero– contará con figuras como Manuel Vilas, Mar Gallego, Silvia Hidalgo, José Luis Ferris, Fernando Iwasaki, Inés Martín Rodrigo o Isaac Rosa, y que reconocerá las trayectorias de Juan Eslava Galán y el colombiano Héctor Abad Faciolince, así como numerosos escritores locales.

En su apertura del programa, Del Árbol propuso a los jóvenes reflexionar sobre cómo “vivimos en un tiempo donde lo que importa es el resultado: estudiamos para aprobar un examen, y necesitamos que todo pase deprisa, o de lo contrario nos aburrimos. Vivimos en el tiempo del sentido práctico de la vida, y ya no tenemos tiempo para la paciencia, para pensar, para perder el tiempo. Pero perder el tiempo es abrir el espacio a la imaginación”.

¿Para qué sirve la literatura?– Víctor del Árbol no duda en responder: “No sirve para nada. Y sirve para todo”.

El novelista recordó cómo Víctor Hugo escribió su novela Los Miserables precisamente perdiendo el tiempo: paseando, escuchando a la gente, aburriéndose incluso. Por otro lado, siempre que se plantea la consabida pregunta –¿para qué sirve la literatura?– Víctor del Árbol no duda en responder: “No sirve para nada. Y sirve para todo”.

“Imaginad que al hombre prehistórico, que carecía del don de la palabra y por tanto vivía como enjaulado, incapaz de expresar sus sentimientos, le sucede algo terrible, como perder a una cría, un bebé, y no sabe cómo explicar lo que le pasa por dentro”, prosiguió Del Árbol. “De repente, coge un palo y hace un garabato en el suelo, y eso le hace sentir mejor. Contempla lo que ha hecho y lo identifica con sus emociones: esto es pena, muerte, duelo. Cuando al cabo de un tiempo alguien cerca de él pierda otra cría y no sepa cómo escapar de la jaula de la angustia, el primer hombre le dirá: te entiendo, he pasado por eso. Así nace la empatía, que es la capacidad para entender al otro. Y eso nace con la palabra”.           

El autor de títulos como Un millón de gotas, La víspera de casi todo –premio Nadal–, Por encima de la lluvia, Antes de los años terribles o El hijo del padre planteó asimismo por qué es más importante hacer que pensar, e hizo hincapié en que para él “lo fundamental es ser buenas personas, algo que no tiene nada que ver con la religión o con la ética. Buena persona es quien está en el lugar donde tiene que estar, que hace lo que debe hacer. Y eso solo es posible si piensas por ti mismo”, subrayó.

Palabras mágicas

Como curiosidad, Del Árbol señaló que los científicos han calculado que tenemos unos 60.000 pensamientos al día, algunos completamente inconscientes. “Pero lo importante no es tenerlos, sino crearlos, decidir qué quiero yo pensar”. Recordó entonces que, cuando era niño, su padre al verlo fabular le llamó mentiroso, mientras que su madre lo corrigió: Víctor no es mentiroso, tiene mucha imaginación. Eso dijo. “¿Veis la diferencia? Ese es el poder de la palabra”.

De nuevo se remontó atrás en el tiempo, a aquel Antiguo Egipto donde Tot, el dios de la palabra, lo era también de la magia. “Saber escribir era algo mágico, un acceso a un mundo vedado a la mayoría de los mortales, para los cuales la palabra tenía una condición sobrenatural. Y ello se debe probablemente a que somos una especie curiosa: lo que no sabemos nombrar no existe para nosotros. Sin el lenguaje no existiría el mundo, estaríamos aquí sin más”, agregó.

Siempre digo que escribo para mis fantasmas, para alguien que me leerá dentro de 100 años y sabrá más de mí que mis padres, mi mujer o mis amigos”

“Tenemos mucho miedo a lo desconocido, por eso inventamos palabras como Dios, que designa todo aquello que no comprendemos, lo mágico, lo misterioso… Pero además tenemos miedo de morirnos, por eso le contamos a otros cómo ha sido nuestra vida, y ponerlo por escrito, porque la oralidad se la lleva el viento. Lo que queda escrito se podrá leer dentro de 100, 200 o 400 años. Por eso siempre digo que escribo para mis fantasmas, para alguien que me leerá dentro de 100 años y sabrá más de mí que mis padres, mi mujer o mis amigos”.

Finalmente, Víctor del Árbol aseguró a sus jóvenes oyentes que “si os atrevéis a ser lo que queráis ser, vuestra vida será alucinante. Y los libros tendrán ahí mucho que decir. Un libro fue la escalera que, cuando tenía vuestra edad, me ayudó a saltar el muro de la realidad y a ver más allá, encontrar cosas increíbles. Vosotros veis ahora un libro y os parece una cosa inocua, un montón de palabras, un aburrimiento… Yo veo otra cosa. Veo un agujero en un árbol por el que se cuela Alicia para llegar al País de las Maravillas, veo a Julio Verne yendo a la Luna mucho antes de que el hombre imaginara que iría. A mí la literatura me dio la posibilidad de ser el hombre que soy. De ser libre”.

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