Wassyla Tamzali es abogada, feminista, periodista, activista, escritora, argelina, dígase en el orden que se prefiera. Nacida en Bugía en 1941, en plena colonización francesa, vivió de cerca la Guerra de la Independencia, tanto que sufrió el asesinato de su padre en 1957, un firme defensor de la descolonización, a manos de un militante del Frente de Liberación Nacional.
Desde su juventud, Tamzali reclama con valor y tenacidad los derechos de las mujeres. Lo hizo como abogada y como redactora jefe de la revista Contact, a través de sus libros (El burka como excusa -2010-, Mi tierra argelina -2012-, Carta de una mujer indignada -2011- están traducidos al español), y como funcionaria internacional de UNESCO. Es autora del informe sobre la violación como arma de guerra en Bosnia-Herzegovina y fue directora del Programa para la promoción de la condición de las mujeres del Mediterráneo.
Con voz suave y delicada, cerca del susurro y con la ayuda de la intérprete Isabel Moyano, envuelve con precisión palabras firmes e ideas robustas, casi siempre de alerta contra el fanatismo religioso y en defensa de la libertad de conciencia y el feminismo. Tamzali está en Málaga para hablar de las revoluciones y coordinar Mujer, vida, libertad, unas jornadas de conferencias en el Centro Cultural La Malagueta de la Diputación en torno al “fracaso de la Primavera Árabe” y su legado: “el protagonismo de la ideología islamista como polo unificador” y la ausencia de debate sobre el papel de la religión, el laicismo, las libertades y, sobre todo, el papel de la mujer.
El ciclo se construye a la vez sobre la constatación del fracaso pero también de una esperanza: “Doce años después, las protestas de Irán por la muerte de Mahsa Amini sí plantean el debate, rechazan que la religión guíe la política, se oponen a la teocracia y al símbolo que ha impuesto a la mujer, el velo islamista”.
El título de su conferencia es 'Sin mujeres no hay revolución'. ¿Qué es una revolución sin mujeres?
Es una revolución fallida. Es decir, ni siquiera podemos decir que fracasa, sino que habría que decir si logra existir o no. Y si no existe, no hay revolución. Ni siquiera es una revolución que fracasa.
¿Y qué es una revolución?
Una revolución tiene que existir para estar ahí. Si no logra hacer lo que quería, es decir, derribar el régimen, generalmente después de una revolución viene una contrarrevolución. Por ejemplo, en Túnez hay una contrarrevolución. O con la Revolución Francesa: hubo una revolución en 1789 y luego contrarrevoluciones con el Imperio. Napoleón es una contrarrevolución. Hay levantamientos, rebeliones y están, por ejemplo, las revueltas por el pan. Revueltas de la pobreza ha habido muchas, pero eso no es una revolución. Solo es una revolución cuando cambia profundamente el régimen vigente. Entre tanto, será un movimiento, una revuelta, un levantamiento. La revolución es algo profundo y cuando exista, siempre tendrá efectos muy significativos.
Trece años después, ¿cuál es su balance de la Primavera Árabe? ¿Fue aquello una verdadera revolución?
Sí, la hubo primero en Egipto y luego en Túnez. Hubo una revolución, pero hubo inmediatamente una contrarrevolución. El ejército ha tomado el poder porque la revolución había llevado a los islamistas al poder. Hubo una contrarrevolución, apoyada por los intelectuales egipcios porque había que evitar a toda costa la llegada de los islamistas al poder.
¿Han logrado las mujeres mayores cotas en el espacio público?
Una cosa es el protagonismo de las mujeres y otra la cuestión de las mujeres. Las mujeres han estado muy presentes en la revolución tunecina, en las manifestaciones, y en seguida en las instituciones que se pusieron en pie para reemplazar al antiguo régimen. Tras la caída de Ben Ali, se puso en marcha una comisión en la que muchas de sus integrantes eran mujeres. Esa comisión debía elaborar la Constitución, e integró todas las antiguas presidentas de la Unión Femenina Democrática, intelectuales, y militantes, presidida por un gran jurista, Yadh Ben Achour. Se le preguntó cuál era su idea para la Constitución y dijo que el Código de Familia tunecino es la Constitución: un código que había supuesto una auténtica revolución en términos de derecho en Túnez y en el mundo árabe, ya que es un texto que garantizaba la igualdad entre mujeres y hombres, rompe totalmente con la tradición islámica y es un texto único.
Usted, que vivió en su juventud la revolución en Argelia…
Nunca hubo una revolución en Argelia. La liberación no fue una revolución, fue una guerra de descolonización, y a continuación obtuvo la independencia y afrontó un proceso de reconstrucción. Pero no una revolución. Reconstruimos el país con cambios, hacía falta inventarlo todo. La mitología, diría que mundial, es hablar de la revolución argelina, pero no hubo revolución.
¿Qué lecciones cabe extraer de aquella experiencia y de otras más recientes que sirvan para quienes protestan hoy, como ocurre en su país con la Hirak desde 2019?
El propósito de estas conferencias es mostrar cómo triunfó una revolución en Túnez, incluso si hoy hay una contrarrevolución. Y mostrar que la Hirak tenía todas las condiciones para hacer una revolución y no pudo. La Hirak no ha enunciado ningún principio nuevo. Quería derrocar al poder, pero en términos de valores la Hirak no ha tomado posición. Cuando los tunecinos hicieron la revolución fue porque el pueblo estaba siendo humillado por el Gobierno. No porque fuese pobre, sino porque estaba siendo humillado y de esa humillación nació este movimiento que exige el reconocimiento de la dignidad y la igualdad de todos los tunecinos. Esa es una verdadera revolución porque es un movimiento que incorpora valores.
Entonces, ¿la Hirak no puede ser una revolución?
En el discurso de la Hirak hubo exigencias. Rechazaban que Buteflika volviera a ser presidente, después fueron contra el ejército, pero no hemos oído hablar de ningún valor nuevo. Hicimos mucha referencia a la guerra, para demostrar que el pueblo argelino es un pueblo orgulloso, que ya había derrotado a Francia. Al final, la gente estaba muy pendiente de decir lo que era, pero no lo que quería ser. Y esa es la clave de la revolución, también a título individual. Cuando los tunecinos iban a la calle, le decían no al poder porque les había humillado. No hace falta indicaciones muy precisas, quieren echar al poder por una cuestión de dignidad y de valores.
¿Y qué ocurrió en Argelia?
En Argelia querían echar al poder para poner a otro. Querían un cambio de régimen. Pero el papel de la calle no es cambiar las instituciones, sino enunciar valores. Es decir: este valor que determinará el orden del mundo. No es solo una cuestión política. “Tú vas a ser diputado, yo voy a ser...”. No es eso. Una revolución, como en 1789, abolió los privilegios. “Nosotros cambiamos el mundo”. Y en Argelia había dos cosas a cambiar. Primero, la igualdad entre hombres y mujeres, un principio humanista. Y lo segundo, una pregunta que ha quedado sin respuesta: ¿qué hacemos con la religión?
¿Qué se juegan las mujeres en Irán?
Por primera vez en un país islámico, las mujeres pueden cambiar el mundo para las mujeres.
Allí, no llevar hiyab es un desafío que puede costar la vida o la libertad. En Europa, la cuestión está en su uso en el espacio público.
No son cosas comparables. En Europa, llevar hiyab es una cuestión política, no religiosa. Se trata de afianzar el lugar en la comunidad española, que la rechaza. Es como los judíos cuando llevaban la kipá. Hay dos cosas que decir: quienes vinieron en los años cincuenta, sesenta o setenta abandonaron su país, eligieron una cultura y un modo de vida. Pero la población marroquí que migró a España es pobre y campesina, muy atrasada en comparación con la urbana.
¿Y la segunda?
Hay un sentimiento de culpabilidad en los occidentales y las feministas occidentales, para luchar contra la intolerancia y el racismo, que defienden la apariencia de las magrebíes. Los islamistas, que son la fuerza política tras las mujeres que se ponen el velo, juegan muy bien con ese sentimiento de culpabilidad y con la libertad en Occidente. Los europeos progresistas están por la libertad, pero el problema es que unos y otros hablan de libertad, y no es la misma cosa. En realidad, es un malentendido solo de los occidentales, porque los islamistas saben perfectamente lo que están haciendo: dicen estar por la laicidad porque piensan que es el respeto de las religiones, y no es verdad. La laicidad es, antes que nada, el respeto de la libertad de conciencia. Si hay libertad de conciencia, hay respeto a las religiones. Pero si yo, como religioso, no reconozco la libertad de conciencia, no puedo reclamar la laicidad. Hoy, el movimiento islamista conservador usa la laicidad para exigir su espacio público, pero no acepta la libertad de conciencia del individuo.