En uno de los bombardeos fascistas a Badajoz, un proyectil se abrió como en gajos al impactar contra el suelo y en su interior apareció un papel que, escrito en portugués, decía: “Esta bomba no estallará”. José Saramago creyó leer esa historia de la Guerra Civil española y buscó sin éxito en Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway, y en otras novelas. La anécdota de muerte y sabotaje, de quebranto y vida, es el detonante de su obra póstuma, Alabardas (Alfaguara), una reflexión sobre la industria del armamento y el tráfico de armas.
Como esa bomba, como un trabajo inacabado, aparece el libro sin estallar de Saramago. Un relato sorprendido por el final del viaje del Premio Nobel de Literatura que incluye las notas de trabajo en las que el autor plantea cuál sería el final de la historia narrada. Una edición ilustrada con grabados de Günter Grass y textos del periodista y escritor italiano Roberto Saviano y del poeta y ensayista español Fernando Gómez Aguilera.
En la presentación en España del texto inédito del escritor portugués –organizada por el Centro de Estudios Andaluces (CEA) en el Teatro Quintero de Sevilla– participaron la periodista y presidenta de la Fundación José Saramago, Pilar Del Río, junto al actor Antonio de la Torre y la directora del CEA, Mercedes de Pablos.
La guerra como fracaso ético de la humanidad
En Alabardas Saramago medita sobre el poder y la destrucción. Sobre cómo las armas alimentan el “gran fracaso ético de la humanidad que son las guerras, sobre la paz como único camino posible para romper con la aparente inevitabilidad de la violencia”. El autor de Ensayo sobre la ceguera o Todos los nombres dejó escritos los tres primeros capítulos meses antes de su muerte.
En la obra plantea el conflicto moral de Artur Paz Semedo, empleado de una fábrica de armas que, intrigado por el sabotaje de una bomba en la guerra que anticipó al franquismo, e impulsado por Felicia, su exesposa, inicia la investigación de los entresijos de una época convulsa. Artur Paz aparece en pleno debate íntimo entre la ceguera impuesta por el miedo heredado y la necesidad del compromiso.
Y José Saramago reflexiona, desde la ficción, sobre una de sus mayores preocupaciones: la violencia ejercida sobre las personas y las sociedades, que las convierte en víctimas y les impide ser dueñas absolutas de sus vidas. El resultado es Alabardas, la última huella del espíritu de lucha de José Saramago. Su última voluntad narrativa.
“Saramago convivió con esa anécdota con muchísima emoción, la contó muchas veces, pero decía que las palabras se las lleva el viento y que un libro, aunque no es eterno, tiene más vida, por eso quería plasmarlo en papel”, comparte Pilar del Río, traductora de la novela.
Saramago, a media voz
“Un libro que no provoque un mazazo en el estómago o en la conciencia quizás no merezca la pena”, enfatiza Mercedes de Pablos. Alabardas sí, opina. Y destaca: “Lo más prodigioso de los personajes de Saramago es que son gente corriente”. “Los masculinos –continúa Del Río– suelen ser bastante contenidos y las mujeres los personajes fuertes”. Caso de la obra póstuma, en que la mujer “desencadena una acción perfectamente definida y que las notas de trabajo dirigen al desenlace”.
“Sales del libro con muchas ganas de rellenarlo”, según Antonio de la Torre, en esa especie de “final abierto” que provoca la pérdida del escritor. Para el actor, la novela trae además pegamento para “generaciones que ya no conocieron a Franco” y un “momento histórico” de permutas sociales: “Ojalá no tengamos miedo en convertirnos todos en Artur Paz”.
“Preguntemos a los muertos si el ser humano, desde que salió de la caverna, no ha inventado un método para solucionar los conflictos”, plantea Pilar del Río. “A lo mejor sí lo hemos inventado, pero también la industria armamentística”, concluye. La guerra, los conflictos armados, son en la actualidad “puro cinismo”. Con la sofisticación alcanzada por la industria bélica, incide Del Río, “¿para qué se necesita producir más armamento? Hay compromisos de Estado para eso, ¿por qué no lo hay para la educación y la cultura? ¿Es que es más importante la guerra?”.
Una fijación que el Nobel portugués traía desde el título: Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas. La guerra como el gran fracaso ético de la humanidad. “Era un cinéfilo total… y consideraba inteligentes a los lectores”, proyecta Del Río. “Saramago es casi para leerlo a media voz”, pespunta De Pablos.