En la vida ocurre algunas veces: un anuncio toma cuerpo y se convierte en una realidad que se puede tocar, en algo tan material como una papelera de la calle. Se esfuman el guion, los intérpretes y la música agradable (pongamos Fleet Foxes), y queda entonces la pequeña historia de un tipo común que, haciendo una cosa sencilla, se encuentra un puñado de décimos de lotería y se comporta tal y como querría el guionista del anuncio de la Lotería de Navidad: se lo devuelve a su dueño. Sin derramar una lágrima, pero venciendo a la tentación, que es la prueba del algodón de que esto es la vida misma.
Algo así, que podría ser un anuncio y que quizá lo sea, ha ocurrido en Málaga. Un día Salvador Picón, dueño del Bar Flor (en el barrio de La Malagueta) perdió, no sabe ni cómo, 40 décimos de la Lotería de Navidad. Al cambio, 800 euros de valor real, pero ya se sabe que un décimo de lotería vale, para quien lo compra o para quien lo regala, algo más de lo que cuesta. Lleva veinte años regalando y vendiendo ese mismo número: el 23610.
Es muy probable que este miércoles a Picón no le toque la lotería, pero tiene suerte. Ese día, Salvador Jiménez, barrendero de LIMASAM (el servicio municipal de limpieza de Málaga), hacía su ronda de mañana. El resto de esta historia, adelantada por Sur, lo cuenta el propio Jiménez:
¿Cuándo y cómo encontró el décimo?
Era un viernes, el 5 de noviembre. Hago mi ronda de 6.30 a 13.30 del mediodía. Estaba trabajando en mi servicio de limpieza, con el camioncillo haciendo mi ruta. Pasé por esa papelera, no estaba llena y seguí adelante, con papeleras y contenedores. Cuando terminé el recorrido, hice como siempre: por si hay alguna anomalía, vuelvo. Y me puse con una chapulina a cortar unas matas de unos bordillos.
Al llegar a la altura de la papelera vi que había un sobre. Entonces pensé: “Si estuviera llena de dinero…” Quité la papelera y lo cogí: “Hostia, ¿esto qué es?”. Había cuatro folios con diez décimos cada uno. Vi que eran para Navidad. “¡Coño, esto es una señal! ¿Me va a tocar o qué?”.
Habrá muchas cosas en las papeleras en las que no repare… ¿Qué le llamó la atención?
No sé, vi un sobre. Pensé: “¿Y si estuviera lleno de dinero?” Como hay tantas cosas raras… Yo qué sé: cien, doscientos euros, un suponer. Y me dije: “Voy a mirar”.
Entonces encontró los décimos. ¿Qué pensó en ese momento?
“Hostia, ¿es una señal de Dios para mí o qué?” Luego pensé que era raro y me dije: “Quieto parado”. Pensé que lo habían robado y tirado aquí, o que alguien lo había perdido. Llamé a un amigacho que es policía y se lo comenté. Me dijo que eso debía estar denunciado. Me dijo: “Quedártelo te puede doler la cabeza, es superior a 300 euros y es una apropiación indebida”.
¿Le pasó alguna vez por la cabeza la idea de quedárselos?
Sí, claro. ¿Y si toca? Pero si toca y está denunciado, ¿con qué cara me presento yo? ¿Voy a la administración que me ha tocado a que me digan que me estaban esperando?
¿Hay quien le ha dicho que debió eso es lo que debió hacer?
Una pila de gente. Pero yo les digo: “Tú haz lo que te parezca y yo haré lo mío”. Es mejor ir por la vida en condiciones.
¿Comentó con sus compañeros lo que había encontrado?
Sí. Terminamos a la 13.30, y quedamos en el quiosquillo al lado del cuartelillo. Así hablando les dije: “Y si yo me encuentro cuarenta décimos, ¿qué pasa?”. Y empezaron que si vaya pelotazo... Les dije que me había pasado. “En el coche lo tengo”. Uno me dijo que los vendiera. Pero yo no quiero problemas. Qué va, es mucho dinero. La cabeza es la que manda. Así que mejor entregarlos y no le hacemos ningún desavío a nadie.
¿Cómo localizó a su dueño?
Fue mi amigo -el policía Luis Martí- quien se puso manos a la obra: buscó a la administración de lotería, al propietario, y ya después me lo dijo a mí. Yo fui a comisaría, hice una comparecencia, me hicieron el papel y entregué los décimos. A la vuelta ya me acerqué a la cafetería, y resulta que conocía de vista. Habíamos tropezado alguna mañana por donde paso con el coche barriendo. Él vive por la zona que trabajo, en Miraflores del Palo [al este de la capital]. Un día había parado en los contenedores antes de que pasara el camión. Él tiene un perro y se vino para mí. Tenía un collar de corriente, ¡no veas el susto que me pegó! Así que le dije: “Tú cara me suena. Tú eres el del perro…”. Y él me respondió: “Y la tuya a mí. Tú eres el que va a barrer”.
¿Qué ha supuesto para él recuperar los décimos?
Iba a perder 800 euros, qué va a suponer… Si no los encuentro… Él no se explica cómo acabaron los décimos ahí. Fue en una papelera a 500 metros de su casa.
Al final, acabó comprando ese número…
Cuando hablé con él le dije que me regalara dos. Y le dije: “Yo te voy a comprar 15 décimos”. Porque al hablarlo con los compañeros todos me pedían. Los amigachos de Sevilla, de Cádiz, me decían: “A mí me guardas uno”. También para mis familiares. Los he comprado para vender a compañeros y para regalar. Y yo llevo uno de ese número, y otro que él me regaló de otro.
¿Se imagina que tocara mañana?
Ojalaíta. Bien repartido está.