La masacre de La Desbandá, uno de los peores crímenes de guerra cometidos por el ejército franquista, permaneció casi oculta durante muchas décadas. “Aquel corrió”, es una frase que, según la historiadora Encarnación Barranquero, se decía bajito para señalar al malagueño o la malagueña que huyó de las tropas de Queipo de Llano por la carretera de Almería, convertida aquellos días en la carretera de la muerte. Sobre aquello cayó un manto de silencio, culpable en el caso del franquismo, y de cierta vergüenza entre los perdedores de la guerra, que nunca explicaron del todo cómo cayó Málaga a manos de los sublevados.
Desde hace algo más de una década, hay un movimiento civil que reivindica la memoria de aquel episodio sangriento, al que se suma el esfuerzo de varios investigadores por rescatar de la oscuridad de los archivos y de la soledad de los supervivientes, documentos y testimonios que expliquen qué pasó en los cinco días de terror que van del 7 al 12 de febrero de 1937.
El movimiento civil ya pidió responsabilidades a Alemania por la participación de los bombarderos Heinkel, documentada fotográficamente por el médico Norman Bethune. Ahora, la Asociación La Desbandá ha reclamado por escrito al Director General de Memoria Histórica que abra una investigación sobre el censo y la identidad de las víctimas, sus lugares de enterramiento y las “responsabilidades criminales de los gobiernos alemán, italiano y las autoridades golpistas españolas”.
En paralelo, algunos investigadores siguen a la búsqueda de documentos que permitan aclarar qué pasó para que la Málaga Roja cayera en manos fascistas del modo en que lo hizo: sin apenas resistencia, y exponiendo a la población a una huida en la que fue tiroteada y bombardeada por tierra, mar y aire.
Andrés Fernández, arqueólogo de profesión, es uno de esos investigadores. Hace tres años publicó con la historiadora Maribel Brenes Éxodo Málaga Almería, una investigación, adelantada por eldiario.es/Andalucía, en la que se concluye que los desplazados fueron el doble de los que se había pensado hasta entonces. En torno a 300.000 personas pudieron huir por la carretera Málaga-Almería, según los documentos que Brenes y Fernández obtuvieron del archivo personal de Negrín, que posee la Fundación Juan Negrín, con sede en Las Palmas.
La historiadora y profesora de la UMA Encarnación Barranquero, que empezó a estudiar la matanza en 1987, siempre ha estimado que el número de desplazados está entre 100.000 y 150.000. Fue el Socorro Rojo Internacional quien aseguró que había atendido a 100.000 malagueños llegados a Almería. Sin embargo, la historiadora advierte de la dificultad de establecer una cifra precisa ante la ausencia de registros, el bombardeo posterior de Almería y el caos de la huida.
Al fin y al cabo, todas las cifras salen de la observación visual de los testigos directos, como la de Norman Bethune, el médico canadiense que socorrió a las familias que huían. Pero Bethune salió desde Almería el día 10, tres días después de que comenzara el éxodo, de modo que su perspectiva nunca fue completa.
De los que salieron de Málaga llegaron al tramo entre Adra y Almería unos 200.000, según el testimonio de un teniente de carabineros consultado por Andrés Fernández. Muchos otros se dieron la vuelta y regresaron, hambrientos, exhaustos o heridos, y muchos murieron. Almería abandonó el censo de refugiados cuando se comprobó que muchos seguían hacia Levante.
Los propios militares republicanos y el coronel José Villalba estiman en sus declaraciones que huyeron unas 300.000 personas. “Queipo de Llano hablaba de 250.000. No sería su primera mentira, pero cuando los republicanos dan cifras similares...”, señala Fernández. A gran parte de la población de la capital, que rondaba los 190.000 habitantes, se estima que se sumaron entre 60.000 y 90.000 procedentes de la zona occidental, y otros 50.000 que pasaron a través del boquete de Zafarraya hasta Vélez-Málaga.
Las indagatorias de la República, a falta de sentencia
Desde 2006, Fernández ha ido recibiendo los documentos acumulados en ese inmenso archivo, que se nutre del medio millón de documentos que Negrín se llevó consigo a París. Hasta ahora, el gran descubrimiento han sido las indagatorias del proceso con el que la República encausó a los principales mandos militares de Málaga, que no defendieron ni la plaza ni a su población civil. Sin embargo, sigue faltando el documento esencial: la sentencia.
En esa resolución debe estar la verdad judicial republicana de qué ocurrió para que Málaga cayera como cayó. El mismo 7 de febrero, el coronel José Villalba, encargado de su defensa, abandonó la ciudad con otros mandos militares. Queipo de Llano, que se había dedicado a amenazar por radio a los malagueños mientras esperaba a los italianos del Corpo Truppe Voluntari y a los marroquíes regulares, se encontró con una ciudad casi indefensa.
El otro gran misterio está en saber qué pasó con las armas y la munición que se esperaba de Valencia y que nunca llegó. Fernández y Brenes han podido consultar documentos donde se da cuenta del envío, y de la espera en Málaga. “Y ahí se pierde, en el camino”, dice Fernández, que prefiere no sacar conclusiones, aunque recuerda que entre los militares republicanos ya empezaba a cundir la división y las disputas internas.
Barranquero recuerda la carestía de armas para la defensa de la República. También que la ciudad estaba entonces bajo la hegemonía comunista y anarquista. “El Gobierno de Madrid tenía lo que tenía, y tenía que elegir. Si defender Madrid en el Jarama o mandar a Málaga las armas”, explica.
Es probable que ni el propio Queipo de Llano fuera consciente de la debilidad y la escasa resistencia que encontraría en Málaga. “Malagueños, maricones, ponedle pantalones a la luna”, bramó en una de sus tristemente célebres arengas radiofónicas. Tomada la ciudad, centró sus discursos en quienes huían: “A los tres cuartos de hora, un parte de nuestra aviación me comunicaba que grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más aprisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó, incendiando algunos camiones”.
Entre 5.000 y 10.000 muertos
¿Cuántos murieron? Eso tampoco se sabe con certeza, aunque las estimaciones más fiables están entre las 5.000 y las 10.000 víctimas mortales. La memoria oral, tan necesaria para los historiadores, es también caprichosa, y aquí falta la memoria documental para completarla, porque las defunciones no se inscribieron en los registros civiles. “La cuestión es cómo se contabilizaba eso. Porque la gente que se moría en el camino no iban a registrarlos”, señala Encarnación Barranquero.
Hay quien dice que muchos cuerpos fueron arrojados al mar, y otros siguen en las cunetas esperando que alguien los desentierre. Algunos supervivientes explicaban cómo encontraron cuerpos amontonados entre los cañaverales. También hay testimonios de quienes cuentan lo difícil que era recorrer el camino por la noche sin pisar los cadáveres. Muchos refieren haber visto en primera persona idéntica escena dantesca: un bebé mamando sobre el cuerpo inerte de su madre. Probablemente ocurriera, pero es improbable que todos los que relatan la anécdota la vivieran.
Algunos supervivientes recordaban que desde tierra se oían las risas de los marineros de los buques que se dedicaron a bombardear la costa. Fernández y Brenes consultaron el cuaderno de bitácora del Canarias, uno de esos buques, donde se reflejan la munición y las salvas, que empezaban a las 6,45 de la mañana, pero no el objetivo. “La parte que más se acerca a la costa es a 500 metros. No creo que hicieran blanco, pero sí puedes divisar”, explica. En cuanto a los vuelos, hay constancia documental de un vuelo de reconocimiento, en el que el piloto observa a los fugitivos. “Desde Tablada le dicen que el objetivo es disparar. Él pide que le repitan la orden y le dicen que dispare”.
Durante décadas, el franquismo ocultó lo que ocurrió, y muchos callaron. La respuesta a qué ocurrió aquellos cinco días de febrero está en la memoria de quienes sobreviven, y en los sótanos de algunos archivos, que aún guardan los secretos de una de las peores masacres del ejército franquista.