Kala es un nombre árabe que significa “fortaleza”. Es el nombre ficticio elegido por una de las diez mujeres marroquíes que el pasado abril denunciaron abusos laborales -algunas de ellas sexuales- para ser entrevistada. Fue en la finca onubense a donde acudieron para trabajar en la recogida de la fresa.
Con la coordinación del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), llevan casi desde entonces en dos pisos de acogida en la provincia de Málaga. Acceder a ellas no es fácil. Tienen miedo aún, e incluso durante la entrevista telefónica se para en muchas ocasiones, visiblemente nerviosa, cuando recuerda los peores momentos vividos en la finca, aunque su frase lapidaria para resumirlo todo es: “Tengo miedo, sí, pero más esperanza que miedo”, asegura, recordando, como el peor momento vivido en la finca, cuando “aún estando embarazada, me ofrecieron 50 euros a cambio de sexo”.
Kala habla con el diario.es Andalucía como una especie de portavoz de dos mujeres más. Son las tres que han accedido a contar su historia con ella como voz. Su situación en concreto -la de Kala- no es fácil. Tiene dos hijos en Marruecos, y ha dado a luz hace dos semanas al tercero. No puede volver a su casa hasta que demuestre que dijo la verdad, y en esa pelea agradece “a la asociación- el SAT y AUSAJ- la ayuda que nos está dando. Quisiera ver a mis hijos, es muy duro lo que estamos viviendo, pero tengo confianza en que todo se va a solucionar”.
Kala responde con rotundidad, enfatizando sus palabras. Asegura que sí, que ha pasado y tiene miedo, pero “tengo más esperanza que miedo. Puede si estuviésemos en otro país fuese distinto, pero aquí nos sentimos protegidas. Tenemos miedo, pero habría sido mucho peor que esto nos pasara en otro país, incluso en el nuestro. Lo tenemos, pero nos están ayudando mucho a no tenerlo”.
“Te pueden insultar con gestos, no hace falta saber idiomas”
Como muchas de las mujeres que trabajaban en el campo onubense donde denunciaron los abusos, Kala sólo sabía dos palabras de español cuando llegó al tajo. En realidad no le hacía falta más. Su contrato en origen implica llegar a España, trabajar unos meses y regresar a su casa al finalizar la campaña, como mucho a finales de junio. “Claro que no saber el idioma español era algo que hacía las cosas un poco más difíciles, pero las otras personas que estaban más tiempo trabajando lo conocían y me ayudaron. Pero me di cuenta de que a veces no hacen falta palabras para que te insulten, lo pueden hacer con gestos”.
“No había respeto en la forma de hablar hacia nosotras. No entendíamos el idioma, pero sabíamos que nos insultaban. Incluso yo, estando embarazada, no tenía acceso a descansos para comida. Nos sorprendió lo que pasaba, porque llegamos a la finca pensando que eran trabajos regulados con buenas condiciones, pero al final nos trataron mal”, recuerda.
“Si no es por mis compañeras, me violan”
La conversación da un giro cuando recuerda el peor momento vivido en la finca, el que le hizo decidirse a denunciar, y que está recogido en la denuncia interpuesta ante la Guardia Civil. De la queja directa recordando lo que pasó, pasa directamente al miedo, recordando que estuvo a punto de ser violada, y sólo la intermediación de unas compañeras de vivienda lo impidió. “Cuando llegué al sitio para trabajar en la finca, la primera semana no empezamos. Simplemente observaba cómo se hacían las cosas. Había una mujer que trabajaba con ellos, con los dueños, que era la que nos mostraba cómo hacer las cosas. Sin embargo, entendimos rápidamente que ella era la que llevaba a las chicas de la finca a hombres, y estos les pagaban. A mí me ofrecieron 50 euros para irme con un hombre. Le dije que tengo marido, que estaba embarazada, que no vine a España para esto, pero insistió. El mismo hombre pasó algunas veces a verme al trabajo, me insistía, me decía que me fuera con él, y que luego me volvería a llevar al trabajo”.
“Un día, tras el trabajo, me fui a casa con mis amigas, y ellas entraron a tomar una ducha, y en ese momento, no sé cómo, el hombre entró en la casa, comenzó a tocarme, a intentar abrazarme. Le dije que no me tocase, pero él me decía que mientras mis amigas se duchaban podíamos estar juntos, que no se darían cuenta. En ese momento, ellas salieron y consiguieron echarlo de la casa entre todas”, recuerda.
Kala, tras casi media hora de conversación, se tranquiliza recordando que “fue un horror, porque si las otras chicas no hubiesen estado allí conmigo, no sé que hubiese pasado. Tuve mucha suerte de que estuvieran allí”, termina.