Hace ahora un siglo ocurrió en Málaga algo que rara vez había pasado antes: cuando los alimentos se pusieron por las nubes y comer se puso difícil, las mujeres salieron a la calle para exigir a los políticos una solución. “Las más animosas y valientes reanimaban a las de espíritu más femenino, con voces y frases por el estilo: ¡Hay que hacer lo que no hacen los hombres! ¡No se puede vivir! ¡Hay hambre en nuestras casas! ¡Pan y trabajo o de lo contrario veremos lo que ocurre!”, recoge en portada la crónica de El Popular del 10 de enero de 1918.
La historiadora Raquel Zugasti ha investigado este episodio, casi desconocido pese a su singularidad. “Sin llegar a ser un movimiento feminista, porque lo que se pide es que bajen los precios de las subsistencias, sí es un movimiento femenino en el que las mujeres ocuparon el espacio público”, explicó Zugasti en una charla organizada por el Ateneo Libertario El Acebuche. La investigadora ha analizado los acontecimientos a partir del seguimiento que hizo la prensa.
La historia empieza el 9 de enero de 1918 con una manifestación imprevista, pero algo venía gestándose desde mucho antes. Los alimentos básicos estaban por las nubes y muchos pasaban hambre. “Las patatas, el aceite, el pan, el pescado, las verduras, todo, en fin, está hasta un cincuenta por ciento más caro que años atrás (…) Figuraos lo que ocurrirá en las clases humildes, en las casas cuyos jornales irrisorios apenas si dan para comprar pan. Debe ser horrible”, denunciaba El Popular para dar contexto a la manifestación. “¡Si las mujeres mandasen!”, exclamaba El Regional en su titular de la jornada, antes de definir la manifestación como el “primer aldabonazo de la miseria del pueblo dado a las puertas de la ineficacia oficial”.
Ese día las mujeres habían dicho basta: “Ayer, una manifestación espontánea de mujeres –entre 800 y 1.000, según las crónicas-, de humilde condición, irrumpió la apacible vida de la ciudad dando señaladas muestras de impaciencia y desesperación, vista la pasividad de las autoridades llamadas a poner el remedio posible en el conflicto y el ansia de lucro desmedido de acaparadores sin conciencia, que prefieren ver morir de hambre al pueblo, guardando almacenados sus artículos, en espera de mayor ganancia, antes que venderlos a un precio justo y remunerador”.
Esas mujeres (almendreras, trabajadoras del textil, dependientas) se reunieron y fueron a ver al Gobernador. De entre ellas eligieron a Concha Mesa, “anciana de 80 años”, que expuso de forma “elocuente, sincera y conmovida” la situación “tristísima” de las clases pobres ante la subida del pan, las patatas, el aceite y el pescado. Protestaban especialmente por que se exportaran grandes cantidades de pescado cuando en la ciudad apenas había para comer. “¡La guerra no la tenemos en Málaga; ni el pescado viene de Alemania!”, le dijeron las mujeres luego al alcalde. “Lo que no se puede pedir es que una muchedumbre hambrienta asista impasible al espectáculo de las exportaciones y del acaparamiento”, advertía El Regional.
La historiadora explica que “las autoridades eran muy inmovilistas y la Junta de Subsistencia casi no tenía actividad”. El movimiento tuvo en principio la simpatía de los periódicos, pero las autoridades y la propia prensa apelaban al asistencialismo y la caridad con un tono paternalista. No era eso, sino derechos, lo que las mujeres pedían. Y aunque el alcalde sí presionó para limitar las exportaciones, fue sustituido inmediatamente.
Gran mitin en calle Beatas y represión
El 13 de enero, cerca de dos mil mujeres se reunieron en un local de calle Beatas. Entre cinco y seis mil se quedaron en las calles, según las crónicas. Ante la falta de soluciones, acordaron dirigirse al día siguiente a las lonjas y los mercados para requisar patatas y pescado, vender el género a precios moderados y entregar el dinero al Gobernador Civil para que este lo distribuyera entre los vendedores. El movimiento genera réplicas en Madrid, Barcelona y Valencia.
Ese fue el punto de inflexión: lo que había comenzado como un movimiento simpático tenía ya una notable capacidad de acción. Los periódicos cambian entonces su percepción (“La ciudad a merced de las mujeres”, titula El Regional el 15 de enero) y el Gobernador ordena enarenar la calzada. Es una medida imprescindible para que los caballos no resbalen durante las cargas. Al día siguiente de la requisa, Guardia Civil y militares se despliegan en las calles y mercados para custodiar el género.
La destrucción progresiva del tejido fabril malagueño vino a romper el equilibrio. Cuando el 15 de enero una manifestación de obreros de los Altos Hornos coincide ante la sede de Gobierno Civil con la de las mujeres venidas de El Bulto, La Victoria o La Trinidad, y con otra columna de mujeres, se produce el choque en la Cortina del Muelle. Una pedrada golpea a un teniente, que da la orden de disparar. A partir de entonces, el caos.
Aquel día se produjeron cargas de fusilería, y durante la noche se reprodujeron los enfrentamientos. El resultado: cuatro muertos a manos de las fuerzas del orden y decenas de heridos, casi todos ellos por sable. Dos de los fallecidos eran mujeres. “La jornada trágica de ayer: muertos, heridos, cargas, atropellos. Málaga doliente e indignada”, tituló El Popular.
La represión provocó en Málaga una huelga general de cinco días y una rabia profunda. El entierro se hizo de madrugada, para evitar nuevos altercados. Los balcones se llenaron de crespones negros. 23 personas fueron detenidas por una silba masiva al Gobernador. Sin embargo, nunca se depuraron responsabilidades: la investigación no aclaró quién disparó las balas que mataron a quienes pedían comer y los 23 detenidos fueron sometidos a un proceso militar acusados de insultar a las fuerzas del orden. No se les condenó, quizás porque hubiese supuesto un nuevo escándalo.
La mujer en el espacio público
¿Qué se consiguió? “La movilización de las autoridades, pero con parches”, explica Raquel Zugasti. Se entregaron bonos para pan, que empezó a venderse a 40 céntimos, y se llevaron cocinas portátiles a los barrios obreros, pero el remedio siguió siendo asistencialista. El Gobernador Civil dimitió cuatro días después de las cargas.
En perspectiva, los sucesos de enero de 1918 dejaron algo más. No fue un movimiento feminista porque aquellas mujeres no reclamaban derechos para ellas, sino subsistir. Fue, en cambio, un movimiento femenino. “Las mujeres estaban en casa y salieron a la calle para decir ”queremos comer“”, comenta Zugasti, que añade: “El gran mérito de estas mujeres fue hacerlo en un contexto de absoluto sometimiento al hombre”.
“No hay muchos precedentes de una organización exclusivamente femenina”, comenta la historiadora, que cree que con aquella ocupación del espacio público y el empoderamiento de muchas malagueñas “los hombres pudieron comprobar la capacidad de reivindicación y gestión de aquellas mujeres”. Durante algo más de una semana, tomaron la calle para poner fin a la especulación que estaba llevando a los malagueños al hambre y la miseria. Un siglo después, la historia de las malagueñas faeneras sigue siendo casi desconocida.