“¿Que si trabajo aquí? Bueno, trabajar…”. Con un pie en el último escalón y en la mano una bolsa con comida, Fermín Arjona responde a la pregunta con sonrisa de cortesía y puntos suspensivos. Cada mañana sube las escaleras del Tívoli, se adentra en el parque de atracciones y prepara el desayuno. Durante 17 años fue cocinero en este emblema de la Costa del Sol. Y él, que hace diez meses que no ingresa un euro y ha tenido que vender el oro, lo suyo y lo de su mujer, dice con resignación: “Llevo diez meses sin cobrar, pero si no viniéramos esto estaría abandonado”.
El hombre, de 57 años, es uno de los irreductibles del Tívoli que siguen fichando cada día a pesar de que hace dos años que aquí no se vende ni un supertivolino. El parque de atracciones, clavado para siempre a la memoria sentimental de la Costa del Sol, languidece ahogado por la especulación y la deuda, mientras las administraciones y los juzgados mantienen a los trabajadores atrapados en una maraña de promesas, juicios y concursos de acreedores. Cada mediodía se fotografían en la escalera pidiendo una solución para el Tívoli.
Ellos lo adecentan, dan de comer a los pavos reales (15 adultos y ocho polluelos) y hacen girar la noria para espantar al óxido, aunque hay caminos donde se acumula la hojarasca. Es un detector de ladrones.
Hace una semana, Juan Carmona hacía guardia nocturna agazapado en alguna atracción cuando oyó un tosido. “El protocolo es quedarnos quietos y llamar al compañero de seguridad, que abre para que entre la patrulla policial”. Tres sujetos fueron detenidos.
“El parque no está abandonado; los que estamos abandonados somos nosotros”, lamenta Pedro Medel.
Los trabajadores que tienen contrato fijo, 25 en total, agotaron las prestaciones del ERTE el 1 de noviembre. Tienen contrato en vigor, al que no pueden renunciar sin perder derechos adquiridos, pero desde entonces no han ingresado salario o prestación alguna. Sí tuvieron que pagar el IRPF como si hubiesen cobrado todas las nóminas de 2021. Otros 53 trabajadores tienen contrato fijo discontinuo, y pueden buscar empleo alternativo.
Hay quien ha puesto su casa en alquiler para volver, con dos niños y marido, a casa de sus padres. “Yo estoy viviendo en una habitación que me deja un amigo. Al final, piensas que es culpa tuya y que algo habrás hecho mal”, dice Medel (51 años), que durante cuatro meses llegó a dormir en la última planta del restaurante chino. La mayoría tira de préstamos familiares. A Gonzalo Martínez (44 años), que aún gestiona las nóminas (ahora vacías), se las deben desde diciembre de 2020. Acaba de agotar la prestación de paternidad.
“Lo peor es que no sabemos dónde está la meta”, lamenta Juan Francisco Carmona, casi 34 de sus 52 años empleado de Tívoli. Están atrapados por un contrato, pero a sus mesas ni siquiera llega la luz corriente o Internet. “No hay justicia que explique cómo estamos sin cobrar un salario ni poder optar a otro empleo”, protesta Antonio Camarero, de 58 años.
El año pasado llamaron a Inspección de Trabajo para que comprobara que tenían contrato, pero no tarea. “Aquel día nos dijeron que era una subrogación de libro y que estaba ganado, pero a los dos días ya nos estaban diciendo que estaba judicializado”, relata Martínez.
Viven en un limbo. Por un lado, el juzgado de lo mercantil no se decide a extinguir sus contratos (lo que les permitiría cobrar el desempleo), y por otro, la sala de lo social del Tribunal Superior de Justicia rechaza la competencia para valorar su subrogación en Tremón, la “nueva” dueña del parque. Lola Villalba, secretaria general del Sindicato de Servicios de CCOO de Málaga y representante de los trabajadores en ese proceso, confirma que han recurrido al Tribunal Supremo.
El recurso augura una prórroga a una secuencia interminable de juicios. Después de casi 15 años de pleitos, el Alto Tribunal confirmó el año pasado que la propietaria es esta inmobiliaria, y no el empresario cordobés Rafael Gómez Sandokán, que compró Tívoli en 2004 a través de su empresa CIPASA. Sandokán acabó con el modelo de subarriendos de atracciones, y lo centralizó todo. Durante un tiempo fluyó el dinero. Pero tras ser imputado en el caso Malaya (2007), vendió Tívoli a Tremón. Nunca lo entregó, alegando el impago de Tremón, y ahí empezaron los problemas.
En este tiempo, la gestión de Sandokan (condenado en 2017 por un fraude de 29 millones de euros a Hacienda) generó una deuda de 11,2 de euros (9,5 de ellos con Hacienda y la Seguridad Social) de la que hoy Tremon no quiere saber nada. Tampoco quiere hacerse cargo de los trabajadores, que han quedado en tierra de nadie: tienen contrato con CIPASA, que ya no es la dueña del parque, y exigen la subrogación a Tremon, a su vez en concurso de acreedores con una deuda de 511 millones de euros, según informó ABC.
En marzo de 2021, la inmobiliaria creó Parque Tívoli Málaga, S.L., una empresa más en toda su maraña de sociedades. Los empleados denuncian que así pretende eludir sus responsabilidades. Este medio no ha podido recabar la valoración de la propietaria.
Los trabajadores llevan dos años pidiendo la reapertura del parque, pero es probable que Tremón piense en otra cosa. Tívoli se asienta sobre 65.000 metros cuadrados, muy cerca del centro de Benalmádena. Es una parcela muy golosa: Tremón lo adquirió por 25 millones de euros, pero una vez construido, los trabajadores calculan que el negocio podría rondar los 600.
El Ayuntamiento quiere ligar los terrenos al uso como parque de ocio, al cual podría vincularse “cualquier tipo de actividad comercial o turística condicionada a la apertura del parque”. Para ello, planea llevar al Pleno de octubre una modificación urbanística que limite el uso de la parcela. Por ahora, la idea no tiene el respaldo del Consejo Consultivo de la Junta de Andalucía, pero el Consistorio confía en lograrlo. Los empleados razonan que si las administraciones vetaran el juego especulativo, la inmobiliaria se vería forzada a aceptar alguna oferta para vender el parque.
La historia de Tívoli está ligada al boom turístico de la Costa del Sol y la infancia de decenas de miles de malagueños. Este año se han cumplido cincuenta años desde que, inspirándose en el modelo danés, la familia Olsen abrió Tívoli. Aquel lugar tenía todos los cacharritos imaginables, su propia moneda (el tivolino) y un pasaje del terror inaugurado por Anthony Perkins. También un teatro de 3.200 butacas, por el que pasaron Rocío Jurado, Isabel Pantoja, Alejandro Sanz o el mismísimo James Brown. Una oferta de ocio familiar sin igual en toda la costa andaluza, que una avioneta del parque recorría incansablemente cada verano.
Las atracciones, con un marcado toque vintage, dejan ver el paso de los meses, pero dicen que apenas necesitarían algunas semanas para ponerlas en marcha. Siguen en pie los clásicos: el Castillo del Terror, una noria de 50 metros de altura, barcas de choque varadas y la estrella de los últimos tiempos, la Caída Libre. También una pista de tiro olímpico y karts.
“Yo estaba en compras y veía cómo entraba el dinero a chorros”, dice Antonio Camarero, que fue contratado en 2010. Cada verano trabajaban aquí unas 300 personas. Al llegar el invierno, Sandokán los incluía en un ERTE, de modo que ahora temen que su prestación se agote enseguida. Hoy, las 14 fuentes están secas y la maleza se acumula, aunque a la oficina ha llegado el último número la revista Park International. “No se puede entender que a una empresa rentable desde que abrió, incluso en crisis, le pase esto”, lamenta Constantino Durantes, que lleva 28 años en Tívoli.
Mientras tanto, al lugar siguen llegando turistas despistados. “La gente me pregunta cuándo reabrimos para celebrar aquí la comunión”, asegura Vanessa Fernández, una de sus comerciales. Los trabajadores lamentan no haber aprovechado la efeméride para reabrir y critican que ni la jueza ni el administrador concursal empujaran para ello, cuando la primera finalidad de cualquier concurso de acreedores es reflotar las empresas en crisis. Se sienten abandonados y han grabado un vídeo para denunciarlo.
Los números de su último verano (2020, en plena pandemia), un informe del propio administrador y el interés que habría despertado en algunos inversores serían la prueba de que el parque es rentable. “En plena pandemia había colas para subir al Ratón Vacilón”, asegura Medel: “Llámalo revival, pero todo el mundo tiene al Tívoli en la memoria. Por lo que fue, y por lo que puede ser, porque esto es una mina de oro”.
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