Aunque desde el primer día de su vida apareció en las portadas de periódicos de medio mundo, Louise Brown no se siente muy especial. Al fin y al cabo, cree que ha llevado una vida como la de tantos otros: ir al colegio, estudiar, divertirse, conseguir un trabajo, tener hijos. “No sé cómo hubiera sido mi vida si hubiese nacido de otra manera”, dice. Sin embargo, Brown, la primera persona que nació de una fecundación in vitro, intuye que no demasiado distinta. Su nacimiento pudo ser un hito para la ciencia, pero para ella fue tan sólo el comienzo de una vida que ha discurrido ajena a la relevancia histórica de cómo llegó al mundo.
Eso sí, Brown, que ha mantenido un encuentro con la prensa en Málaga organizado por la Unidad de Reproducción del Centro Gutenberg, ha usado las circunstancias de su nacimiento para hacer pedagogía elemental por el mundo. Acude con regularidad a charlas y conferencias públicas donde se esfuerza por explicar que nada diferencia a una persona nacida de forma natural de otra que nace con ayuda de técnicas de reproducción asistida.
Se estima que después de ella ya han nacido más de ocho millones de personas mediante la técnica de la fecundación in vitro. Sistemas de salud como el español incluyen la reproducción asistida (incluyendo la fecundación in vitro) como derecho asistencial y están a la cabeza en el uso de estas técnicas. En cambio, en países como Italia sigue sin normalizarse.
“¿No tiene dos cabezas?”
Louise Brown nació el 25 de julio de 1978 en un hospital de Manchester. En cierto modo, su gestación había durado una eternidad: durante más de diez años, los médicos habían estudiado qué había que hacer para conseguir una fecundación fuera del útero materno. Antes de Brown habían fracasado muchos otros, pero John y Leslie Brown, que no podían tener hijos de manera natural, tuvieron éxito a la primera. También a la segunda, pues la hermana de Louise, Natalie Brown, se convirtió en la 40ª persona nacida de fecundación in vitro.
Robert G. Edwards (Premio Nobel de Medicina en 2010), el ginecólogo Patrick Steptoe y Jean Purdy, que implantó el embrión en el útero de Brown, son los “padres científicos” de Brown. Mientras vivieron, ella los consideró como una “familia ampliada”. “Le debo todo a los médicos, porque si no hubiera sido por ellos no estaría aquí”, explica.
Desde que vio la luz fue algo más que otro bebé: la primera niña probeta. En los primeros años de vida, los padres de Louise viajaron por medio mundo para demostrar que estaba sana y normal. Recuerda que una vez entraron en una panadería: “¿Es esta la niña probeta? ¿Y no tiene dos cabezas?”, le preguntaron. Ella no entendía nada.
Sus padres le explicaron su gestación cuando tenía cuatro años, y entonces descubrió que su madre guardaba en una caja los recortes y periódicos del día de su nacimiento. Como hacen muchos padres, con la diferencia de que en el caso de Louise Brown, la portada era ella. “Superbebé”, llegó a titular algún tabloide. Sus padres decidieron limitar su exposición pública: “Querían tener un bebé, no una súper estrella”.
“Se peleaban por explicar quién era yo”
La primera “niña probeta” creció en un pequeño pueblo de Bristol, relativamente protegida por un entorno estable. Por ejemplo, siempre tuvo los mismos compañeros de clase. “Íbamos aprendiendo juntos. Cuando venía alguien nuevo se peleaban por explicarle quién era yo, porque yo no lo decía”. ¿En qué momento se dio cuenta de la importancia de su nacimiento para la ciencia? “Ya en la adolescencia. El hecho de que hubiera personas a miles de kilómetros que supieran quién era yo fue un shock”, responde.
Por supuesto, esa atención no fue siempre para bien. Durante años, algunos de quienes se oponían al uso de estos avances la convirtieron en su objetivo. “Llegaron a decir que no tenía alma, pero el Papa envió un mensaje de apoyo diciendo que yo tenía un lugar en el cielo”.
Todavía hoy, Brown evita la polémica con los fundamentalistas religiosos y despacha la cuestión apelando a la libertad de cada cual de pensar como le venga en gana: “Cada uno tiene derecho a su opinión. Algunos están en desacuerdo con la fecundación in vitro; yo no”. También cuesta arrancarle un pronunciamiento sobre el complejo abanico de dilemas morales que abren los avances en la medicina genética: “Si es por razones médicas estoy completamente de acuerdo con la selección genética. Por cualquier otra razón, ya es la opinión de cada uno”.
“¡Mamá, estás en mi libro de Ciencias!”
A Brown le hicieron cientos de tests hasta comprobar lo que ella siempre supo: que su cuerpo y su salud eran tan normales como los de cualquier otra persona. Años después, tuvo dos hijos de forma natural. Y hace poco su hijo mayor, que tiene 13 años, ha vuelto a casa contándole que había visto una foto de ella en uno de sus libros de texto. “¡Mamá, estás en mi libro de Ciencias!”
Su padre no llegó a conocer a sus nietos, pero sí su madre, de la que Louise asegura que hubiese hecho cualquier cosa por tener hijos. “Esto no sólo da la oportunidad a unos padres, sino que permite crear una familia. Si mi padre hubiese muerto sin estar yo, mi madre se hubiese quedado sola”, concluye Brown, una mujer normal que nació de forma extraordinaria.