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Cómo Málaga perdió sus cafeterías más tradicionales: del fin del Central al cierre de Doña Mariquita

Néstor Cenizo

15 de enero de 2022 20:05 h

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“Trini, por favor, que no se nos olvide llamar a los de la asociación del cáncer para devolverles el bote”, le dice a su hija Rafael Prado, mientras firma un modelo tributario.

Cerrar una cafetería histórica también es esto. Sobre la mesa del último dueño del Café Central se apilan algunas pequeñas cosas: embellecedores que sujetaban botelleros; dos colecciones de viejas fotos de la Plaza de la Constitución; tornillos dorados en vasos de plástico. Objetos incomprensibles sin el todo. Estas cosas eran el Central: miles de realidades materiales que se desmontan y se apilan.

El Central también era lo que no se puede tocar. Guardaba, por ejemplo, la historia de una familia que inventó cómo pedir café. “Mis 67 años de vida te contemplan”, arranca Prado, resoplando. “Yo nací aquí”.

Una cafetería histórica rodeada de franquicias

Prado acaba de cerrar, y con él se va otro pedazo de la historia sentimental de Málaga. Abundan en su Centro Histórico franquicias de moda, heladerías al gusto del turista y restaurantes que sirven lo mismo que en Barcelona. Escasean cada vez más los comercios tradicionales, las tiendas de primera necesidad, las cafeterías o restaurantes con sabor propio, como Doña Mariquita (cerrada en 2019) o el Café Central.

El Central era un caso extraordinario: una cafetería tradicional y con servicio en mesa, capaz de resistir en plena Plaza de la Constitución (centro de todo en la ciudad), gracias en buena medida a que su dueño es copropietario del local. A un par de metros, al otro lado de la estrecha calle Santa María, Camper. Después, Hard Rock Café. Y enfrente, Stradivarius. Durante la entrevista, Prado recibe la llamada de un intermediario interesado en arrendar el local. No se sabe que será, pero esto ya no será el Central.

El Central aparecía en todas las guías turísticas y en las recomendaciones de los cruceristas. Puede que para este negocio el turismo haya sido un elixir y un veneno, y Prado lo sabe: “Yo he vivido del turismo y para el turismo”, admite. En los últimos años, su terraza estaba poblada de turistas, y eso le valió muchas críticas. “Es que los guiris no son tontos”, replicaba él: “Lo que quieren siempre es mezclarse y vivir lo que se vive en esta ciudad. Si desaparecen este tipo de negocios eso se pierde. Porque ir a un sitio y encontrarte las mismas hamburgueserías, los mismos restaurantes, las mismas tiendas… eso no es bueno”.

Jubilación y subida de rentas

Aunque se trate de una decisión personal, este cierre no se explica sin la ubicación de la cafetería. La Plaza de la Constitución corona la calle Larios, una de las vías comerciales más caras de España. Y en el Centro Histórico suben desde hace años los alquileres, de forma inasumible hasta para grandes franquicias. Al otro lado de la plaza ha habido cuatro cafeterías, y hace tiempo que cerró el Costa Coffee, presente en cientos de ciudades. Prado sabe que si no hubiese sido copropietario, hace tiempo que no estaría aquí. “Estaba pagando menos de lo razonable. Es cierto. Pero era fácil llegar a un acuerdo y no ha habido manera”.

Prado se jubila, pero hubiese preferido no hacerlo. “El resto de propietarios no han querido o sabido comprenderme”. Pretendían multiplicarle la renta “casi por cuatro”, y eso era inasumible: “Podría, si despidiera a la mitad de la plantilla y fuera al modelo Starbucks o McDonalds, con dos chicos que limpian mesas y tiran cosas a la basura, y el resto sirven a la cola de clientes. Pero no es ese el servicio que la gente espera del Central: esperan servicio en mesa, un café reposado, un almuerzo tranquilo que venga precedido de una charla y terminado en una tertulia tranquila”.

Hay también un desencuentro familiar, porque los copropietarios son sus hermanos. “Yo comprendo que quieran sacar más rentabilidad, pero hay otros factores: el legado de mis padres y mis tíos, lo que ha significado esto para Málaga”.

En los últimos cinco días ha vendido unas 3000 tazas del Café Central, y le han llegado pésames desde Argentina o California. Que le han reenviado artículos de prensa escritos en Holanda. Y que estos días su teléfono parece cantar copla: “Pena, penita, pena”.

El cartel que inventó cómo pedir el café en Málaga

El Café Central era en realidad tres antiguos cafés (el Múnich, el Suizo y el Central) con salida a Pasaje Chinitas, calle Santa María y Plaza de la Constitución, fusionados definitivamente en los años 70 por Pepe Prado, padre de Rafael. Murió aquí: “Bajó a desayunar, se sintió mal, subió a la vivienda y se murió. Parte de sus cenizas las esparcimos en un jardincito que había aquí porque así lo quiso él”.

Para entonces, ya hacía varios años que Rafael había tomado las riendas para ir un poquito más allá de la pura cafetería, pero siempre llevando por bandera el “desayuno malagueño”: un café con leche, dos porras, un pitufo mixto y una loquilla. “Eso es pura Málaga”.

También lo era el azulejo, que trascendió sus paredes para enriquecer el léxico de los malagueños, al menos en lo que al café se refiere. “Aprenda a pedir café a su gusto y así será casi malagueño”.

En 1954, Pepe Prado tuvo una idea. Pensó que todo sería mucho más sencillo si, en vez de malgastar tiempo y café preguntando a sus clientes las proporciones de leche y café, ponía un nombre diferente a cada una. Nació así una fórmula genuina que hoy identifica con diez denominaciones a los cafés que se sirven en Málaga. De más a menos café, o de menos a más leche, va así: café solo, largo, semi largo, solo corto, mitad, entre corto, corto, sombra y nube, que viene a ser un café… con muy poquito café. ¿La décima? “Ya no me lo ponga”.

De esos azulejos hay dos ejemplares, ligeramente distintos. El primero de ellos hace días dejó de ilustrar al local, y su lugar lo ocupa hoy un recorte de cemento. El ayuntamiento está buscándole ubicación, pero el jueves Prado aún dudaba de su destino. El otro, traducido al latín por un cura agustino, luce ya en el Colegio Los Olivos, donde estudió Prado. “Llevándolo allí se cierra el círculo. Es el guiño para que los niños se aprendan los nombres, y se introduzcan en el mundo del café, que es apasionante”.

24% de franquicias en los locales del Centro Histórico

La Catedral del Pescaíto, Valdi, Doña Mariquita, Café Central... El goteo de cierre de locales emblemáticos en el Centro Histórico ha afectado también a comercios como Pérez Cea, Candilejas o Casa Ceferina.

La Asociación de Vecinos del Centro Histórico lleva años denunciando que la sustitución de comercios de cercanía por franquicias y establecimientos de consumo turístico contribuye a la despoblación del barrio y a convertirlo en un decorado sin personalidad. Un informe publicado en 2019 por el OMAU, dependiente del ayuntamiento, resaltaba la “alta proporción de franquiciados” en los locales de planta baja dedicados al uso comercial y de restauración en la almendra del Centro Histórico: el 24%. También, la significativa proporción de bares de copas y discotecas (21%) entre la oferta de restauración. Solo el 17% de la superficie se destina a equipamiento, primando las actividades religiosas (55%) y cultural (30%), y un equipamiento educativo (6%) y sanitario (1%) muy reducido. Solo el 2% de la superficie tiene uso residencial.

Hace unos días, el alcalde Francisco de la Torre sacó pecho echando la vista atrás: antes por el Centro de Málaga no se podía pasear, dijo, porque “daba miedo”. Pero la regeneración del Centro tiene ganadores y perdedores. “Han revalorizado el Centro y hay un proceso inflacionista de los locales, cuyos propietarios instan a los arrendatarios a que se vayan porque quieren contratos de más rentabilidad. Todo el mundo quiere ganar dinero, sin darse cuenta de que es preferible menos a largo plazo, que mucho a corto plazo”, dice Prado, que advierte: “Esto acaba arrancando al destino la personalidad que tenía”.

Málaga no tiene líneas de ayuda o bonificaciones que protejan específicamente a estas empresas, pero sí ha concedido unos tres millones de euros en ayudas directas extraordinarias (de cinco millones presupuestados) a 1.239 autónomos y pymes de comercio minorista y hostelería para mantener y reactivar su actividad tras los cierres por la pandemia. Ciudades como Sevilla se plantearon establecer un límite al número de franquicias, pero lo descartaron por considerarlo ilegal.

Prado no pide ayudas, pero sí protección para estos pequeños negocios, y crear una conciencia entre los propietarios: “Tienen que dejar trabajar y crecer a los negocios que alquilan sus locales”. “Porque, ¿quién se va primero cuando hay una crisis? El grande”, se responde Prado: “Lo estamos viendo en el centro: llega un negocio, se pone, se quita”.

“¿Dónde se tomará el desayuno?”

Y ahora, Rafael, ¿dónde se tomará el desayuno? “Es la pregunta del millón. Llevo tres días de jubilación intentándolo y todavía no lo he encontrado. Lo del pitufo lo llevan muy malamente. ”Aquí tenemos brioche“, me han dicho. Hay gente que hace bien el café... pero no lo he encontrado. Y me temo que muchos de mis clientes tampoco”. 

Un estruendo interrumpe la conversación. “¡Eso lo pago yo!”. Llega el del butano a recoger una decena de bombonas. Prado acaricia una espesa y suave cortina roja, una de sus últimas adquisiciones. Querían dar al local un toque de café-teatro, ideal para las reuniones de las “cuarentunas” que promovía. Admira los botelleros, que encontró dos años después de verlos por primera vez en Alemania.

Desde hace cuatro días está desmontando una vida, pero el domingo no tuvo que recoger servilleteros. “La gente se tomaba el servicio y sin limpiar la taza se la guardaban en el bolso”, cuenta un trabajador. “No me cabrea en absoluto. Sé que en casa veinte personas hay un servilletero del Café Central que lo van a recordar toda la vida”.

Prado despide con calidez a los del frío. “Ya no tenemos ni cerveza, ¿te das cuenta? Trabajar aquí ha sido divertidísimo”. Lleva desde el lunes despiezando una vida en el Central, y sabe que cada vez queda menos para terminar.

El churrero que une Doña Mariquita y Café Central

Suena otra vez el teléfono de Prado: hay alguien interesado en contratar al churrero y se llevaría también la freidora. “No te vas a arrepentir. Ese hombre es el mejor”. Y cuenta que Antonio fue, en su día, el churrero de Doña Mariquita, otro emblemático local familiar. Abrió el 17 de noviembre de 1942 y cerró el 20 de marzo de 2019. Poco después, Antonio llegó al Central. 

Francisco Villén refundó la antigua lechería Doña Mariquita cuando salió de la cárcel “por sus ideas republicanas”, relata Fernando Villén, su hijo y el último dueño. “Yo tomé las riendas del negocio con 14 años”, que se jubiló a la fuerza por un grave problema de salud. “Yo era un amante de mi negocio: para mí era un niño pequeño”. Querría haber aguantado hasta que sus nietos pudieran decidir, pero no hubo forma. “La familia se me puso encima”.

Si pudo resistir hasta entonces fue porque optó por comprar cuando el Decreto Boyer le dio la opción. “Yo me empollé la Transitoria Tercera para no depender del alquiler. Muchos en calle Larios o calle Compañía lo tomaron a la ligera, pero cuando se cumplió el plazo de 20 años los alquileres subieron bestialmente. Eso provocó que todos tuvieran que pagar un alquiler que no podían a unos dueños que llevaban 20 años esperando para pegar el zarpazo”, recuerda.

Aquello fue en 2005, y muchas cosas han cambiado. “Ahora por desgracia no hay café en Málaga que dé una garantía. Hay muchas franquicias. Negocios que no saben cocinar: todo preparado o adaptado. Excepto algunos restaurantes y alguna cafetería que habrá, pero no la conozco”, lamenta el hombre. “Tenemos muchos establecimientos, pero no hay tiendas antiguas. No es que ame lo antiguo: amo la realidad, saber establecer un vínculo con la clientela. Hoy los clientes son números”.