El 15 de enero de 1918 miles de mujeres de El Perchel, de Huelin, de La Trinidad y de otros barrios populares de Málaga se echaron a las calles para hacer saber a gritos desesperados que no tenían ni un pedazo de pan que llevarse a la boca. La protesta, que venía larvándose durante una semana en asambleas y manifestaciones espontáneas, fue reprimida con dureza por la Guardia Civil, que acabó con la vida de Francisca Jiménez García y Josefa Caparrós Cervantes, y “el paisano” Salvador Jaime, según las conclusiones de la Fiscalía. Por la noche moriría también Francisco García Márquez.
Decenas de manifestantes resultaron heridos y algunos de ellos se contaron entre los 23 malagueños a los que se procesó por delitos de “insulto a la fuerza armada”, recogidos en el artículo 254 del entonces vigente Código de Justicia Militar.
El episodio de las Faeneras de Málaga, como es conocido, ha sido recuperado ahora por la historiadora Raquel Zugasti para un nuevo libro, en el que presta especial atención al proceso militar que sufrieron los detenidos. “Todo el procedimiento es una manera de justificar lo que pasó”, concluye Zugasti. Aunque la Fiscalía cree que son culpables, todos acaban librándose de cualquier pena al beneficiarse de una amnistía para este tipo de delitos, declarada en la primavera de 1918 para aplacar un descontento generalizado en el país. España sufría la carestía de alimentos y el alza de precios como efecto indirecto de la Primera Guerra Mundial y la represión de las revueltas era gasolina para el fuego de la indignación.
La revuelta de las faeneras. Málaga, 1918 acaba de ser publicado por El Acebuche Libertario en colaboración con Libros del Genal, dentro de una nueva colección, El Hilo de Adriana, en referencia a la donación de Adriana Garosci, que financia la colección y que se dedicará a textos escritos por mujeres o que aborden temas desde una perspectiva feminista. El volumen incorpora un cómic ilustrado por Manolito Rastamán, que traslada el episodio a viñetas.
El contexto: una inflación desbocada por la guerra y la especulación
La revuelta de 1918 es un episodio, poco difundido hasta ahora en la ciudad, en el que se produjo una singular movilización ciudadana encabezada por mujeres, por entonces muy relegadas del espacio público. Lideradas por las faeneras (encargadas de estuchar las pasas, higos y frutos secos para los mercados internacionales), a las que se sumaron costureras, planchadoras, obreras del textil, empleadas del servicio doméstico, criadas o amas de casa, reclamaban una solución a la inflación de productos básicos.
España había asumido el rol de granero de una Europa en guerra y de Málaga partían materias primas a toneladas, mientras los productos de primera necesidad escaseaban y los acaparadores especulaban. El pan pasó de 40 céntimos en 1914 a 60 céntimos en 1918. El carbón subió un 326% entre 1914 y 1916, un 58% entre 1916 y 1917, y un 69% entre 1917 y 1918, según los datos de Zugasti.
En este contexto, cientos de mujeres comenzaron una protesta espontánea. “¡Hay que hacer lo que no hacen los hombres! ¡No se puede vivir! ¡Hay hambre en nuestras casas! ¡Pan y trabajo o de lo contrario veremos lo que ocurre!”, clamaban, según reflejan las crónicas de la época. “¡Si las mujeres mandasen!”, recogía El Regional. El gobernador civil no puso remedio al malestar, que fue creciendo de asamblea en asamblea hasta desembocar el 14 de enero en una acción que da un giro a los acontecimientos: las mujeres se plantaron en los mercados y requisaron patatas y pescado, que luego vendieron a precios asequibles. Entregaron el dinero al Gobernador Civil, pero aquello cambió el paso de las autoridades. Lo que había sido visto con condescendencia pasó a considerarse una seria amenaza al orden público.
Es muy revelador el tratamiento en la prensa. “Al principio las acciones se describían en femenino, siempre en tono paternalista”, comenta Zugasti. “Las más animosas y valientes animaban a las de espíritu más femenino”, se lee en la crónica de El Popular del 10 de enero. “Fueron las mujeres las que dieron ayer una nota de virilidad”, se dice. A partir del 15, cuando comienzan las algaradas, el lenguaje se masculiniza y las mujeres pasan a un segundo plano: habían dejado de liderar la protesta para asumir un papel de pacientes madres de familia guardando las colas del pan.
La represión del 15 de enero: cuatro muertos y decenas de heridos
Una pedrada en la manifestación del 15 de enero es la chispa que prende la llama. La Guardia Civil “fue insultada y agredida con piedras y disparos de armas de fuego (…) viéndose la fuerza obligada a repeler la agresión con cargas de caballería primero, y con disparos de fusil después”, escribe el fiscal. Hay cargas en Cortina del Muelle y el teniente al mando da la orden de disparar a la población. Por la noche se reproducen los disturbios en la Plaza de la Constitución. El gobernador civil prohíbe la reunión de más de tres personas, pero más de 12.000 velan los cuerpos de las mujeres junto al Hospital Militar.
Las muertes no calman los ánimos y se convoca una huelga general, ya mixta. El 17 de enero, El Perchel se revuelve en una manifestación sonora a base de almireces y carracas. Así lo refleja la diligencia que levantó la Fiscalía: “Que en la noche del referido día diecisiete y en ocasión en que marchaba una sección de la Guardia Civil por la calle del Carmen de esta Capital, con dirección a su alojamiento, hubo una pita fenomenal y voces insultantes a la fuerza y al Gobernador Civil”.
Aquel episodio de protesta sonora, la pitá, se saldó con 18 detenidos, que se sumaron a otros cinco que habían sido heridos en la Plaza de la Constitución, y que finalmente pasarían a ser testigos. “El documento refleja una contradicción de los testimonios de la guardia civil y los de los guardias de seguridad y otros testigos e incluso con los informes forenses”, advierte la historiadora. Los agentes aseguran que hubo provocación previa, incluso con disparos de arma de fuego, pero las únicas heridas por disparo son las provocadas por los Mauser de la Guardia Civil. Los heridos de la autoridad lo fueron a pedradas, como demuestran las radiografías aportadas a la causa.
Un episodio similar en Alicante y el sobreseimiento por la amnistía
Los altercados de Málaga tienen réplicas en otros puntos de España, y una prácticamente calcada en Alicante. En los días posteriores, la prohibición temporal de las exportaciones ayuda a bajar los precios del pan, las patatas, el pescado y el aceite, pero siguen sometidos a dinámicas desestabilizadoras. “Hasta el mes siguiente, la Junta Provincial de Subsistencia no impone unas tasas para controlar los precios”, explica Zugasti. Se pide también la dimisión del Gobernador Civil. “La presión es tal que dimite, pero el Consejo de Ministros no acepta la dimisión”.
El sobreseimiento definitivo, después de los informes favorables de la Fiscalía, se produce el 31 de julio. El motivo: que los hechos estaban comprendidos en la Ley de Amnistía, dice el general “encargado del despacho”.
Raquel Zugasti localizó estos documentos en la caja 197 bis del archivo del juzgado togado militar territorial de Málaga, cuando buscaba procesos judiciales de la represión durante la Guerra Civil. Fue su primera toma de contacto con este episodio, que la profesora de la UMA Dolores Ramos también ha tratado en profundidad.
Zugasti recalca paralelismo con el contexto actual: una inflación de dos dígitos y una guerra europea con impacto indirecto. “Comerciantes y empresarios aprovecharon para subir los precios, favorecer la exportación de productos y acapararlos, esperando a que subieran para sacarlos a la venta y aumentar los beneficios”, recuerda la historiadora, mientras los salarios permanecían estables, generando una crisis de subsistencia. Hasta que las faeneras de Málaga dijeron basta.