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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Marionetas con dos rombos

Si en este cuarto las marionetas cobrasen vida cuando se apaga la luz Raphael, el Rey, la Reina, Joselito, una gitana de cara ajada, un legionario transexual y un espermatozoide tan perezoso que decidió quedarse en un testículo probablemente montarían una extraordinaria bacanal. Quizás dirigiera el cotarro la cabaretera Carmela Amargura, acostumbrada a presentar espectáculos que protagonizan “fenómenos de la genética, equilibristas cuadrapléjicos, vaginas parlantes y fetos cantores”. En una nave industrial de Málaga esperan jarana estas criaturas de cuerpo de gomaespuma y pegamento y alma gamberra. “Yo siempre les doy los buenos días cuando entro”, dice su creador, Ángel Calvente. El Espejo Negro, la compañía que dirige y que fundó con su mujer, Carmen Ledesma, cumple 25 años con cinco espectáculos en cartel. Dos de ellos son clásicos recuperados: La Cabra, que vuelve a la calle, y Es-puto cabaret.

Dice Calvente que todo el dinero que reunía cuando tenía 12 o 13 años se lo gastaba en pegamento; que buscaba colchones en la calle para destriparlos y sacarles hasta el alma. Y que con eso (a veces también con trapos o juguetes desguazados), imaginación y ganas hizo marionetas. El teatro llegó a Calvente cuando reparó en que tenía entre manos algo más que muñecos. “La marioneta es el actor total”: caminan y hablan como él quiere, y muestran el rostro que les quiera dar, siempre con sus verrugas y sus arrugas, porque pronto entendió que las querría con sus imperfecciones, aunque pudiese crearlas perfectas. Tienen también un semblante (a veces pícaro, triste o feroz) y un carácter. Y cuando tienen todo eso, movimiento y voz, hay un momento en el que algo ocurre: “Tú sabes que esa cosa encima del escenario no tiene vida; pero te lo estás tragando. Es emocionante. Yo le doy energía, pero tú terminas de creértelo. Para eso hace falta que yo me transforme en ese personaje y crea que está vivo”.

Entonces llegaron al Espejo Negro grandes artistas de la farándula española (Joselito, Raphael, Rocío Jurado), estrellas del pop y del rock (Michael Jackson, Freddie Mercury) y un elenco de seres inclasificables: Justa Desgracia (“que enseña una teta porque es fan de Susana Estrada”), el Niño Torero (“testículo de Jehová”) o Marianna Travelo. Calvente también los ha visto morir porque su cuerpo se pudre, y las ha traído de nuevo a la vida transmigrando su alma: “Siguen teniendo el espíritu del original porque siempre dejo algo cuando repito alguna marioneta: un diente, un trocito de oreja…”.

El Espejo Negro tiene un sello propio, y en ese mundo las canciones de Raphael son la banda sonora para La Venganza de Don Mendo, astracanada hecha marioneta. En sus obras hay influencias que van desde John Waters a las folclóricas, pasando por Monty Python, el costumbrismo andaluz, el cabaret y la guerra de las galaxias. Aunque Calvente cree que ahora es “más tranquilo, menos punki”, se ha dicho mil veces que practica un humor irreverente y transgresor. Algo de eso hay.

Eva Lorena, la niña de madre alcohólica y padre negro, estaba enferma de cáncer y sufrió un trasplante de hígado. “Lo tuvieron que traer de África, y cuando llegó aquí estaba echaíto a perder, y nos lo comimos por la noche de cocretas”, contaba la niña en un momento de Todas ellas tan suyas. Al final de aquella historia, Eva Lorena moría. “La gente se encogía en el sillón, pero yo hice el espectáculo con un punto de esperanza”, explica hoy el director de la compañía. Para relajar el ambiente la propia Eva Lorena tenía que recordar que era una marioneta. “Ahora la gente es más sensible a ciertas cosas. Hace años se hacían sketches sobre el maltrato a la mujer. Esa nueva sensibilidad, bienvenida sea. La falsa sensibilidad, no: la de yo sí, pero tú no, o haz lo que yo te diga pero no lo que hago, no. Yo sigo con mi rollo: religiosos, políticos y militares”.

Por si hubiera dudas, Calvente lleva años explicando a quien quiere oírle que el teatro de marionetas no es lo mismo que teatro infantil. Sin embargo, hay “padres desnortados” y gente dura de mollera. De Locura, estrenada en 1998, empezaba anunciándose así: “Música clásica (del Cobos), duchas frías, cabezas al cero, camisas de fuerza ajustadas, medicación administrada… habitación 091”. Lo protagonizaba Justa Desgracia, en el psiquiátrico por su afición a la zoofilia vertiente canina. “Algún iluminado, el antiguo director de la SGAE [Teddy Bautista], dijo 'marionetas: infantil'”, y la obra fue nominada a mejor espectáculo infantil en los premios Max de 1999. 15 años después, en la repisa de premios de El Espejo Negro hay dos Max por espectáculos que sí son para niños y que siguen representando, La Vida de un Piojo llamado Matías (2009) y El fantástico viaje de Jonás el espermatozoide (2012): “Cuando trabajo para ellos me amordazo un poco: lo hago pensando en un público no adulto, aunque sí inteligente. No puedes tratar a los niños como bobos”.

Distingamos forma y fondo: el fondo de El Espejo Negro es lúdico y provocador, pero las formas (iluminación, decorados…) son exquisitas. “La palabra teatro es tan grande que no puedo defraudar a la gente. Te puede gustar o no, pero técnicamente es impecable”, explica Calvente. Ese trabajo consume en torno al año y medio y 100.000 euros. La limitación de las subvenciones a los teatros ha provocado que muchas compañías deban asumir el riesgo de trabajar “a taquilla”, sin ingresos pactados con las salas que garanticen un retorno mínimo de la inversión. “La cuestión es que los teatros tengan dinero para contratarnos. Yo vivo de subirme al escenario, no de poner la mano. Pero si el teatro no tiene dinero, ¿cómo me va a contratar? Nos han abandonado. El gobierno (el central y el autonómico) se empeña en pensar que nuestro sector no sirve para nada, y da mucho trabajo”, se queja, antes de preguntarse: “¿Por qué un agricultor sí se merece una subvención y el teatro no? Yo te alimento el alma pero si no tienes, ¿yo qué hago?”. Denuncia un gran problema: “En este país no se ha creado público”.

El Espejo Negro lleva intentándolo 25 años, y para ello se ha valido de unas criaturas de espíritu punki encerradas en un cuerpo de poliuretano. Durante la charla, su creador va presentando a todas esas criaturas con cariño no fingido. “Yo siempre les digo buenos días cuando entro. Ojalá algún día digan hola, Ángel”. Si no lo hacen, será que están de resaca.