El marmolista con silicosis que cambió sus dos pulmones de piedra con 34 años: “Era operarme o morir lentamente”
La madrugada del 31 de mayo Juan Antonio González caminó por la línea que separa la vida y la muerte. A las once de la noche, en una habitación pegada a un quirófano del Hospital Reina Sofía de Córdoba, pensó por última vez en María, se despidió de su familia, aspiró tres veces del inhalador y se durmió. Durante una noche, González vivió sin pulmones mientras le retiraban lo que quedaba de los dos que tuvo, carcomidos por la silicosis, y le ponían dos de un donante. Cuatro días después abrió los ojos y encontró la cara de su hermana y de Lucía, su mujer.
Antes de entrar al quirófano, los médicos le habían advertido: el 75% de casos tan graves como el suyo no lo superan. “Mis arterias estaban hechas una piedra, y cuando retiraron los órganos se deshacían como arena. Pero era eso o ir muriéndome lentamente, con mi mujer y mi madre cuidando de mí”.
Antes de entrar, pesaba 56 kilos, no subía la cuesta que llega a su casa, tenía que descansar al cuarto escalón y no tenía fuerzas ni para sentar a su hija de un año en la silla del coche.
“Yo, que cuando estaba en el mármol cogía tablas de 60 kilos, y de 1,60 de largo, y verme que no podía subir ni a un primero…”, cuenta este hombre, todavía joven, desde su casa de Montemayor (Córdoba), donde la epidemia de silicosis causada por el corte y pulido de las encimeras de aglomerados de cuarzo ha dejado un rastro de al menos 80 enfermos y un fallecido, como contó elDiario.es Andalucía en este reportaje.
“A mí esto me ha dado la vida. Ahora hago cosas que pensaba que ya nunca iba a poder hacer. Me da una alegría inmensa poder andar, jugar con mi niña, manejarme yo solo, montar y sacar el carro en el coche. Poder hacer todo eso otra vez”. Hoy camina siete kilómetros diarios y hace 40 de bicicleta. “Estoy hecho un toro”, sonríe.
“Yo no llegaba a Navidad”
A Juan González la silicosis le dejó los pulmones al 33% de su capacidad. Dice que no tenía dos pulmones sino dos piedras, pero ahora le acaban de dar el alta para las broncoscopias: ya no tendrá que desatascar los bronquios cada pocas semanas. El viernes pasado tuvo su primera espirometría desde la operación, y ha triplicado su capacidad. Lleva mascarillas en sitios cerrados porque toma inmunosupresores que evitan que su cuerpo rechace los nuevos órganos, pero eso es poco peaje para él.
Juan está convencido de que sin esa operación a vida o muerte no llegaba a Navidad. “Por eso digo que es un milagro, que se debe a la profesionalidad del equipo del Reina Sofía” y al donante, relata el hombre, que cita por su nombre a quienes le atendieron. María Jesús Cobos, Francisco, Benito, Mercedes, Ana Luz…
Este jueves, en el Día contra la Silicosis que promueven algunas asociaciones, Juan debía entregarles un reconocimiento de parte de la Asociación de Perjudicados por la Silicosis de Andalucía, pero el equipo, liderado por Ángel Salvatierra, pionero en la especialidad de trasplantes de pulmón e Hijo Predilecto de Andalucía, tuvo que posponer la entrega por decisión del hospital.
Desde hace años, la silicosis es la principal enfermedad profesional en Andalucía, donde había 1.110 “casos prevalentes [existentes]” a 30 de junio de 2021, según los datos de un informe del SAS desvelado por este medio el pasado febrero. En 2022 se comunicaron 34 nuevos casos, nueve incapacidades permanentes y un fallecimiento por silicosis en el sector del corte y tallado de piedra en Andalucía, según el avance de la Estadística de Siniestralidad Laboral. Algunos expertos creen que la epidemia está subestimada porque solo una parte de los casos se notifica.
“Hay gente que piensa que asociarse es para sentarnos a hablar, pero no. Es pelear por nuestros derechos, porque nos han matado”, dice González.
Ocho años sin contrato y ni una inspección
Como la de muchos afectados, la historia de Juan empieza en los años del boom inmobiliario. Todo el mundo quería una encimera de cocina de Silestone (el producto estrella de Cosentino) o de Caesarstone, y aquello era trabajo a chorros para pueblos como Chiclana (Cádiz) o Montemayor, con escasa alternativa económica y abundante mano de obra barata. “Yo empecé a trabajar a los 16 años. Me salí de la ESO porque no estudiaba. Prefería trabajar. Había amigos míos ganando dineros, y yo quería eso porque para estudiar no servía”.
Era el año 2005 y hasta poco antes de 2016, cuando dejó el oficio con los pulmones ya encogidos, no le advirtieron de que aquellas piedras que cortaba tenían un peligro mortal. Para qué, si ni siquiera tenía contrato: “Cuando lo pedía me decía que había mucha gente en la puerta. Y era cierto”. Todo ese tiempo lo pasó González cortando encimeras con una radial, respirando un polvo con micropartículas de sílice capaces de clavarse como un puñal en los alveolos pulmonares. Siempre en seco, con apenas una mascarilla FFP2. “Era todo polvo. Una nube que no veías al compañero hasta que no estabas encima”.
Tampoco vio nunca a un solo inspector de trabajo. Sólo recuerda que un día, mientras comía el bocadillo con un compañero, les llamó el jefe. “Nos dijo que lo alargáramos, que estaba el inspector por allí”.
“Era como si me pusieran la mano en la boca y la nariz”
Un día de verano de 2016 Juan se dio cuenta de que algo no marchaba. Al volver de la verbena, tuvo que aparcar lejos y subir la cuesta, y entonces sintió el ahogo por primera vez. “Yo había escuchado rumores de la silicosis, pero al principio nadie sabía qué era esto”, recuerda. Así que decidió hacerse las pruebas por su cuenta y la radiografía le tranquilizó. Allí no se veía nada. “Al mes siguiente me llamaron del Hospital de Montilla, porque estaban rastreando casos de silicosis”. Y allí el TAC sí lo encontró: silicosis simple crónica, grado A.
González dejó el mármol, entró a trabajar en una cartonera e hizo vida normal. Pero apenas dos años después, aquello había empeorado. En 2018 la silicosis derivó en crónica complicada, y en 2020, en complicada progresiva. Grado C. Lo peor que podía ser. Fue entonces cuando la neumóloga Blanca Hortal le recomendó que “averiguara” los papeles para jubilarse. Por entonces, él tenía 32 años. “Yo no quería jubilarme con esa edad, no busqué la paga. Pero a finales de 2021 ya me dijo que en dos o tres meses no me iba a poder mover”. “Está yendo muy rápida”, le advirtió.
La doctora estaba en lo cierto. Para marzo de 2022, el joven ya no podía ni dar unos pasos sin ahogarse, aunque siguió trabajando hasta septiembre, cuando se dio de baja por depresión. Verse incapaz de casi todo lo atormentaba.
Desde entonces, sufrió tres ataques graves. “La peor sensación del mundo. Era como si me pusieran la mano en la boca y la nariz. No te quedan fuerzas para moverte. Los ojos se me volvían hacia atrás, y pensaba que me quedaba en el sitio”, relata. Una vez le pilló solo, pero tuvo los reflejos para alcanzar el bote de ventolín que había guardado en el coche, y coger fuerzas para llamar a su padre. Cree que, si no, no lo estaría contando.
El 23 de enero, Juan entró en la lista de trasplantes, y pocos meses después, mientras limpiaba la jaula de los pájaros, lo llamaron. Tenía que estar en el hospital en una hora y 20 minutos. “Mi mujer se hartó de llorar. Yo lo tenía asimilado, sabía que ese día tenía que llegar”.
Ya en Córdoba, le dieron otra sorpresa: no le trasplantarían uno de los pulmones, sino los dos. Por un momento, se le cayó el mundo encima. “Pero tenía la niña con 15 meses: esa es la que impidió que yo saliera corriendo de la camilla. Me dije que me iba a ver crecer, así que para dentro. Cuando me pusieron la mascarilla, pensé ”que sea lo que Dios quiera“. Tres inhalaciones, y a la tercera ya no me acuerdo de nada”. A los cuatro días despertó, de vuelta a la vida.
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