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Cien años más tarde

Uri Avnery / Uri Avnery

Tel Aviv —

Hay una antigua maldición china que dice: ‘‘¡Ojalá vivas en momentos históricos!’’ (Si la maldición no existe en realidad, debería).

Esta semana ha sido un momento histórico. Crimea se ha separado de Ucrania. Rusia la ha anexionado. Una situación peligrosa. Nadie sabe cómo se desarrollará.

Después de mi último artículo sobre la crisis ucraniana, me vi inundado de e-mails apasionados.

Algunos estaban indignados por dos o tres oraciones de las que se podía interpretar que justificaba las acciones rusas. ¿Cómo podría justificar al antiguo apparatchik (funcionario) de la KGB, al nuevo Hitler, al líder que estaba construyendo un nuevo imperio soviético destruyendo y subyugando a los países vecinos?

Otros estaban indignados, con la misma pasión, a causa de mi supuesto apoyo a las bandas fascistas que han accedido al poder en Kiev, a los antisemitas con uniformes nazis, y a los imperialistas estadounidenses que los usan para sus propios fines siniestros.

Estoy un poco desconcertado por la intensidad de los sentimientos de ambos bandos. Parece que la guerra fría no ha terminado. Sólo se había echado una siesta. Los guerreros de ayer se están volviendo a congregar con sus banderas, listos para batallar.

“No me apasiona ni un bando ni otro”

Lo siento, no me puede apasionar ni un bando u otro. Me parece que ambos tienen algo de justicia de su parte. Muchos de los gritos de batalla son falaces.

Los que están encolerizados con la anexión de Crimea a Rusia y la comparan con el ‘‘Anschluss’’(anexión) de Austria a la Alemania de Hitler pueden tener razón en cierto sentido.

Recuerdo los nodos en los que se veía a austriacos recibiendo exultantes a los soldados del führer, quien, después de todo, también era austriaco. No puede caber duda de que la mayoría de los austriacos recibían con los brazos abiertos ‘‘la vuelta a la patria’’.

Ese parece ser el caso en Crimea actualmente. La península había sido durante mucho tiempo una parte de Rusia. Entonces, en 1954, el líder de la Unión Soviética, Nikita Jrushchev, también ucraniano, entregó Crimea como regalo a Ucrania. Fue prácticamente un gesto simbólico, ya que tanto Rusia como Ucrania pertenecían al mismo Estado soviético y estaban sometidos a la misma opresión.

Pero la cuestión principal es que no se consultó al pueblo de Crimea. No hubo un referéndum. La mayoría de la población es rusa, y sin duda ahora desea volver a Rusia. El pueblo ha expresado este deseo en un referéndum que, en su conjunto, parece bastante auténtico. Por tanto, puede que la anexión esté justificada.

El mismo Vladimir Putin sacó el argumento del precedente de Kosovo, que se separó de Serbia no hace tanto tiempo. Esto puede resultar un poco cínico, ya que Rusia en su día se opuso rotundamente a esta secesión. El mismo Putin está contradiciendo ahora todos los argumentos rusos.

Si por un momento dejamos de lado el cinismo, la hipocresía y la política de las grandes potencias, y nos aferramos a simples principios morales, podemos decir entonces que si está bien que uno lo haga, está bien que lo haga cualquiera. Una considerable minoría nacional, que vive en su patria, tiene el derecho a separarse de un Estado que no le gusta.

Es por esto que apoyé la independencia de Kosovo, y creo que se puede aplicar el mismo principio a Cataluña y a Escocia, a Tibet y a Chechenia.

Siempre hay una manera de prevenir la secesión sin usar la fuerza bruta: crear condiciones que hagan que la minoría quiera permanecer en el Estado mayoritario. Generosas medidas económicas, políticas y culturales pueden conseguirlo. Pero para eso se necesita la sabiduría de líderes con una perspectiva amplia, y esto es un bien escaso en todas partes.

Del mismo modo, se puede entender a los ucranianos cuando echan a un presidente que los quiere llevar a la órbita rusa contra su voluntad. Los accesorios de oro de su cuarto de baño no vienen al caso.

Otra cuestión es el papel que los fascistas juegan en este proceso. Hay artículos contradictorios, pero los periodistas israelíes que están en el lugar atestiguan su presencia notable en el centro de Kiev.

El problema se nos ha planteado desde la primavera tunecina: en muchos países de las ‘‘primaveras’’ los levantamientos traen a primer plano elementos que son peores que los tiranos a los que quieren reemplazar. Las revoluciones las empiezan idealistas que son incapaces de unirse y organizar un régimen efectivo, y después los relevan fanáticos intolerantes, que luchan y se organizan mejor.

Los levantamientos traen a primer plano elementos peores que los tiranos a los que quieren reemplazar

Ese es el secreto de la supervivencia del abominable Bashar al-Assad. Pocas personas quieren que Siria caiga en las manos de una tiranía islamista parecida a la de los talibanes. Esa es también la suerte de Egipto: los demócratas liberales empezaron la revolución pero en las elecciones democráticas los derrotó un partido religioso, que tenía prisa por imponer sus creencias al pueblo. A éstos los derrocó una dictadura militar que es peor que el régimen que derrocó la revolución original.

El surgimiento de neonazis en Kiev es preocupante, incluso si Putin usa la presencia de éstos para sus propios fines. Si Occidente los apoya, abierta o encubiertamente, sería inquietante.

Igual de preocupante es la incertidumbre acerca de las intenciones de Putin.

En muchos de los países que rodean a Rusia viven grandes cantidades de rusos, que se fueron a vivir allí en los tiempos soviéticos. En países como Ucrania, Letonia, Estonia, Moldavia, y otros viven grandes minorías rusas, e incluso mayorías, que anhelan la anexión a la madre patria.

Nadie conoce realmente a Putin. ¿Hasta dónde llegará? ¿Puede controlar sus ambiciones? ¿Lo arrastrarán sus triunfos y la falta de políticas inteligentes en las capitales de Occidente?

Parecía contenerse cuando se dirigía a su parlamento sobre la anexión de Crimea, pero no podían dejar de verse los adornos imperiales del evento. No sería el primer líder de la historia que sobreestima sus triunfos y subestima el poder de sus oponentes.

Por otro lado: ¿hay la suficiente inteligencia en Washington y en las otras capitales de Occidente para generar la mezcla correcta de firmeza y control para impedir una incontrolable entrada en guerra?

Dentro de tres meses el mundo ‘‘celebrará’’ el cien aniversario del disparo en Sarajevo: el disparo que provocó un gran incendio a escala mundial.

Puede resultar útil volver a contar la cadena de sucesos que provocaron una de las guerras más destructivas de la historia de la humanidad, una guerra que consumió millones y millones de vidas humanas y destruyó todo un estilo de vida.

El disparo que la empezó fue bastante accidental. El asesino, un nacionalista serbio, fracasó en su primer intento de matar a un archiduque austríaco bastante insignificante. Pero después de haberse dado por vencido, se volvió a cruzar por casualidad con su pretendida víctima, le disparó y la mató.

Los incompetentes políticos austríacos y su emperador senil vieron una oportunidad fácil de demostrar la valentía de su país, y le dieron un ultimátum a la pequeña Serbia. ¿Qué podían perder?

Nada excepto que Serbia era la protegida de Rusia. Para disuadir a los austríacos, el zar y sus ministros y generales igualmente incompetentes ordenaron una movilización general de su gran ejército. No eran conscientes en absoluto del hecho de que esto hacía que la guerra fuera inevitable, porque…

El reich alemán, que había nacido tan solo 43 años atrás, vivía con un miedo mortal a una guerra ‘‘en dos frentes’’. Situado en medio de Europa, y apretado entre dos grandes potencias militares, Francia y Rusia, trazó un plan para anticiparse a esta eventualidad. El plan cambiaba cada año siguiendo la estela de ejercicios militares, pero se basaba esencialmente en la premisa de que un enemigo tenía que ser aplastado antes de que el otro enemigo tuviera tiempo de unirse a la batalla.

La I Guerra Mundial fue una guerra que nadie quiso

El plan que estaba en marcha en 1914 era aplastar a Francia antes de que se pudiera completar la torpe movilización rusa. Así que cuando el zar anunció su movilización, el ejército alemán invadió Bélgica y alcanzó las afueras de París en pocas semanas. Estuvieron a punto de conseguir derrotar por completo a Francia antes de que los rusos estuvieran preparados.

(25 años después, Hitler resolvió el mismo problema de forma diferente. Firmó un pacto engañoso con Stalin, acabó con Francia y después atacó a Rusia).

En 1914, Gran Bretaña, conmocionada por la invasión de Bélgica, se apresuró en ayudar a su aliado francés. Italia, Japón y otros se unieron a la lucha. Lo mismo hizo el Imperio otomano, que gobernaba Palestina. La Primera Guerra Mundial estaba en marcha.

¿Quién quería esta guerra terrible? Nadie. ¿Quién tomó la fría decisión de comenzarla? Nadie. Por supuesto, había implicados muchos intereses nacionales e internacionales, pero ninguno tan importante como para justificar semejante catástrofe.

No, fue una guerra que nadie quiso o siquiera llegó a imaginar. La pura estupidez de los políticos contemporáneos, seguida de la estupidez colosal de los generales, destruyó la flor de la juventud europea.

Y, al final, se confeccionó un tratado de paz que hacía prácticamente inevitable otra guerra mundial. Sólo después de otra horrible guerra mundial los políticos entraron en razón e hicieron que otra guerra fratricida en Europa occidental fuera impensable.

Cien años después de que todo empezara, es bueno recordarlo.

¿Puede algo como esto ocurrir otra vez? ¿Puede una cadena involuntaria de actos estúpidos llevar a otra catástrofe? ¿Puede una cosa llevar a otra de una forma que los líderes incompetentes sean incapaces de detener?

Espero que no. Después de todo, a lo largo de estos cien años, se han aprendido y asimilado algunas lecciones.

¿O no?

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