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Cruzados y sionistas

Últimamente, las palabras ‘‘cruzados“ y ‘‘sionistas’’ aparecen cada vez con más frecuencia como sinónimos. En un documental que he visto recientemente sobre el ISIS, aparecían juntas en casi todas las frases que decían los combatientes islamistas, adolescentes incluidos.

Hace alrededor de sesenta años escribí un artículo cuyo título decía justo lo mismo: ‘‘Cruzados y sionistas’’. Puede que fuera el primero sobre esa materia.

El texto generó mucha oposición. En aquel entonces era artículo de fe sionista que semejante similitud no existía, ni hablar. A diferencia de los cruzados, los judíos son una nación. A diferencia de los cruzados, que eran bárbaros comparados con los musulmanes civilizados de su época, los sionistas son técnicamente superiores. A diferencia de los cruzados, los sionistas hacían uso de su propia mano de obra (eso era antes de la Guerra de los Seis Días, por supuesto).

Ya he hablado varias veces del origen de mi apego a la historia de los cruzados, pero no puedo resistir la tentación de hablar de ello otra vez.

Durante la guerra de 1948, mi unidad de combate luchaba en el sur. Cuando la guerra terminó, una estrecha franja de tierra junto al mar Mediterráneo permaneció en manos de los egipcios. La llamamos la ‘‘Franja de Gaza’’ y construimos puestos de avanzada alrededor de ella.

Unos pocos años después, leí la obra monumental de Steven Runciman Una historia de las Cruzadas. Una coincidencia curiosa llamó inmediatamente mi atención: después de la Primera Cruzada, una franja de territorio junto al mar, que se extendía unos pocos kilómetros más allá de Gaza, quedó en manos de los egipcios. Los cruzados construyeron una serie de fortificaciones para contenerla. Éstas estaban situadas prácticamente en los mismos lugares que nuestros puestos de avanzada.

Cuando terminé de leer los tres volúmenes, hice algo que no había hecho antes ni he vuelto a hacer desde entonces: le escribí una carta al autor. Después de elogiar la obra, le pregunté: ¿No has pensado alguna vez en la similitud entre ellos y nosotros?

“Sobre cómo los sionistas no deben hacerlo’”

La respuesta llegó en días. No sólo pensaba en ello, escribía Runciman, sino que lo hacía todo el tiempo. De hecho, quería añadir un subtítulo al libro que decía: ‘‘Una guía sobre cómo los sionistas no deben hacerlo’’. No lo hizo: ‘‘Mis amigos judíos me aconsejaron no hacerlo’’, señaló. Si alguna vez pasaba por Londres, apostilló, le alegraría que le hiciera una visita.

Sucedió que pocos meses después yo estaba en Londres y lo llamé. Me pidió que me pasara por su casa inmediatamente.

(El nombre de Runciman me sonaba: a su padre, Walter, un vizconde, lo envió Neville Chamberlain en 1938 a mediar entre la Alemania nazi y los checos, y escandalizó al mundo cuando saludó a los alemanes con un ‘‘Heil Hitler’’).

El propio Steven Runciman abrió la puerta; un caballero británico alto, de unos 50 años. Al ser yo un anglófilo incorregible, me sentí cautivado por sus modales corteses y aristocráticos.

Después de tomar una copa de jerez, nos sumergimos en una discusión sobre el paralelismo entre los cruzados y los sionistas, y perdimos por completo el sentido del tiempo. Durante horas comparamos sucesos y nombres. ¿Qué cruzado sería Herzl? (El papa Urbano) ¿Qué cruzado sería Ben-Gurion? (¿Godfrey? ¿Baldwin?) ¿Qué sionista sería Reinaldo de Chatillon? (Moshe Dayan) ¿Qué israelí sería Raimundo de Trípoli, que defendía la paz con los musulmanes? (Runciman me señaló a mí amablemente).

Años después, Runciman nos invitó a mi esposa y a mí a Escocia, adonde se había mudado para vivir en una antigua atalaya cerca de Lockerbie, construida en su día como defensa ante Inglaterra. Durante la cena, servida por un único sirviente, habló sobre los fantasmas que se aparecían en el lugar. Rachel y yo nos quedamos estupefactos cuando nos dimos cuenta de que realmente creía en ellos.

A los dos movimientos históricos los separan al menos seis siglos, y su trasfondo político, social, cultural y militar es, por supuesto, totalmente diferente. Pero algunas similitudes son evidentes.

Guerra permanente

Tanto los cruzados como los sionistas (así como los filisteos antes de ellos) invadieron Palestina desde el Oeste. Vivían con el mar y Europa a sus espaldas, con el mundo árabe-musulmán en frente. Vivían en guerra permanente.

En aquel entonces, los judíos se identificaban con los árabes. Las masacres horribles de comunidades judías junto al Rin perpetradas por algunos cruzados en su camino a la Tierra Santa están grabadas en profundidad en la conciencia judía.

En cuanto conquistaron Jerusalén, los cruzados llevaron a cabo otro crimen cruel asesinando a todos los habitantes musulmanes y judíos, hombres, mujeres y niños, hasta el punto de andar ‘‘con la sangre llegándoles a las rodillas’’, como lo narró un cronista cristiano.

Los habitantes judíos de Haifa, una de las últimas ciudades en caer ante los cruzados, defendieron la ciudad ferozmente, luchando codo con codo con la guarnición musulmana.

A mí se me educó en el odio hacia los cruzados, pero no fui consciente del odio abismal que los musulmanes sentían hacia éstos hasta que le pedí al escritor árabe-israelí Emil Habibi que firmara un manifiesto para una asociación palestino-israelí en torno a la cuestión de Jerusalén. En el manifiesto yo había enumerado todas las culturas que en el pasado habían enriquecido la ciudad. Cuando Habibi vio que yo había incluido a los cruzados, se negó a firmar. ‘‘¡Eran un puñado de asesinos!’’, exclamó. Tuve que omitirlos.

Cuando los árabes nos equiparan a los cruzados, quieren decir claramente que nosotros, también, somos intrusos extranjeros, ajenos a este país y a esta región.

Por eso la comparación es tan peligrosa. Si los árabes albergan semejante odio hacia los cruzados después de seis siglos, ¿cómo van a reconciliarse alguna vez con nosotros?

En vez de perder nuestro tiempo en el debate sobre si nos parecemos o no, haríamos bien en aprender de la historia de los cruzados.

La primera lección afecta a la cuestión de la identidad. ¿Quiénes somos? ¿Somos europeos lidiando con una región hostil? ¿Somos ‘‘un muro que contiene la barbarie asiática’’, como proclamó Theodor Herzl? ¿Somos un ‘‘chalet en la jungla’’, de acuerdo con el famoso dicho de Ehud Barak?

En resumen, ¿nos vemos a nosotros mismos como pertenecientes a esta región o como europeos que aterrizaron por accidente en el continente equivocado?

Israel, una situación parecida

En mi opinión, esta es la cuestión principal del sionismo, desde sus orígenes, y la que ha dictado todo lo que han hecho hasta el mismo día de hoy. En mi folleto ‘‘Guerra o paz en la región semita’’, que publiqué en vísperas de la guerra de 1948, planteaba esta cuestión en la primera frase.

Para los cruzados, esto no era ni siquiera una cuestión. Ellos eran la flor de la caballería europea y vinieron a luchar contra los sarracenos. Pactaron hudnas (treguas) con dirigentes árabes, principalmente con los emires de Damasco, pero combatir el islam era su mismísima razón de ser. Los pocos que defendían la paz y la reconciliación, como el antes mencionado Raimundo de Trípoli, eran inadaptados a los que se despreciaba.

Israel se encuentra en una situación parecida. Cierto, nunca admitimos que queremos la guerra, son siempre los árabes los que se niegan a hacer las paces. Pero desde su primer día, el Estado de Israel se ha negado a determinar sus fronteras, siempre listo para expandirse por la fuerza; exactamente igual que los cruzados. Hoy, 66 años después de la fundación de nuestro Estado, más de la mitad de las noticias diarias en nuestros medios conciernen la guerra con los árabes, dentro y fuera de Israel. (La semana pasada, nuestro ministro de Agricultura, Ya’ir Shamir, exigió que tomáramos medidas urgentes para limitar el índice de natalidad de los beduinos en el Negev, como el faraón en la historia bíblica).

Israel sufre un sentimiento de inseguridad existencial profundamente arraigado, que encuentra miles de formas de expresión. Ya que Israel es en muchos aspectos una clara historia de triunfos y una potencia militar de primera categoría, este sentimiento de inseguridad a menudo da pie a la extrañeza. Creo que la raíz de este sentimiento es la sensación de no pertenecer a la región en la que vivimos, de ser un chalet en la jungla, lo que en realidad significa ser un gueto fortificado en la región.

Se podría decir que este sentimiento es natural, ya que la mayoría de israelíes son de ascendencia europea. Pero eso no es verdad. Un 20% de los ciudadanos israelíes son árabes. Al menos la mitad de los judíos (ellos o sus padres) vienen de países árabes, en los que hablaban árabe y escuchaban música árabe. El pensador sefardí más importante, Moisés Maimónides (Rambam en hebreo), hablaba y escribía en árabe y era el físico personal del gran Salah ad-Din (Saladino). Era tan judío árabe como Baruch Spinoza judío portugés y Moses Mendelssohn judío alemán.

¿Eran los cruzados una pequeña minoría aristocrática en su Estado, como sostienen siempre los historiadores sionistas? Depende de cómo cuentes.

Cuando los primeros cruzados llegaron a Palestina, la mayoría de la población era cristiana, proveniente de varias confesiones orientales. Sin embargo, los invasores católicos los consideraban extranjeros inferiores. Se despreciaba y se discriminaba a los poulains, como ellos los llamaban. Éstos se sentían más cercanos a los árabes que a los odiados ‘‘francos’’, y no lamentaron cuando por fin se les expulsó. Muchos de estos cristianos se convirtieron después al islam, y fueron los antepasados de muchos de los palestinos musulmanes de hoy.

El debate sobre la inmigración

Otra lección es lidiar seriamente con la cuestión de la inmigración. En la sociedad cruzada había un constante ir y venir. Justo ahora está teniendo lugar en Israel un encendido debate sobre la inmigración. Gente joven, la mayoría con una buena educación, está yéndose con sus hijos a Berlín o a otras ciudades europeas y estadounidenses. Cada año, los israelíes miran con ansiedad el balance: ¿a cuántos los trajo a Israel el antisemitismo? ¿A cuántos los ha llevado la guerra y el extremismo de derechas de vuelta a Europa? Esto supuso una tragedia para los cruzados.

Una de las razones principales por la que los sionistas rechazan el paralelismo con los cruzados es el triste final de estos últimos. Después de casi 200 años en Palestina, con muchos altibajos, a los últimos cruzados se los tiró al mar literalmente desde el muelle de Acre. Como le gustaba decir al antiguo jefe en la clandestinidad y primer ministro, Yitzhak Shamir, el padre de Ya’ir: ‘‘El mar es el mismo mar y los árabes son los mismos árabes’’.

Por supuesto, los cruzados no tenían bombas nucleares ni submarinos alemanes.

Cuando el ISIS y otros árabes usan el término cruzados, no se refieren sólo a los invasores medievales. Se refieren a todos los cristianos europeos y estadounidenses. Cuando hablan de sionistas, se refieren a todos los israelíes judíos, e incluso a todos los judíos.

Creo que este emparejamiento de los dos términos es extremadamente peligroso para nosotros. No es la capacidad militar del ISIS lo que me asusta, pues es insignificante, sino el poder de sus ideas. Ningún bombardero estadounidense las va a erradicar.

Se nos hace tarde. Debemos desemparejarnos de los cruzados, de los antiguos y de los modernos. 132 años después de la llegada de los primeros sionistas modernos a Palestina, es hora de que nos definamos como lo que realmente somos: una nación nueva nacida en este país, que pertenece a esta región, aliados naturales en su lucha por la libertad.

Publicado en Gush Shalom | 11 Octubre 2014 | Traducción del inglés: Víctor Rodríguez

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Hace alrededor de sesenta años escribí un artículo cuyo título decía justo lo mismo: ‘‘Cruzados y sionistas’’. Puede que fuera el primero sobre esa materia.