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En memoria de la mayor fosa común de España

Fosa común del cementerio de San Rafael, en Málaga.

Néstor Cenizo

“Ese día, a las 8 de la mañana, vi a una señora, ya muy mayor, que arrastraba una silla a las puertas del cementerio. Colocó su silla y se sentó, sin decir nada. Me movió la curiosidad y me acerqué a ella:

-Buenos días, yo soy Sebastián Fernández- le dije.

-Yo soy Paca -me respondió- y he venido a velar a mi padre, que está por aquí. No pude velarlo cuando murió, y vengo ahora que lo van a exhumar.

-¿Y usted sabe dónde está?

-Más o menos sí, porque llegó muerto. El enterrador era amigo de la familia, y cuando le trajeron el cadáver dijo: 'a este lo dejáis aquí, que lo entierro yo'.

Ese enterrador colocó el cadáver con los brazos cruzados sobre el pecho; también sabíamos que medía 1,56 metros y que llevaba unos botines de cuero. El sepulturero llamó a la madre y le dijo: 'a tu marido lo he puesto allí'. Ella llevaba de vez en cuando un ramito de flores y lo ponía en el suelo, y esa costumbre la transmitió a su hija. Localizamos la fosa y encontramos a su padre, ahora estamos realizando las pruebas de ADN“.

Sebastián Fernández es profesor de Arqueología e Historia de la Universidad de Málaga (UMA), decano de su Facultad de Filosofía y Letras, y conoció a Paca el día que comenzó su labor como director de los trabajos de exhumación de los cuerpos enterrados en las fosas comunes del cementerio de San Rafael. La anécdota que relata ocurrió el 16 de octubre de 2006. Este 11 de enero se inaugura oficialmente el panteón que honrará la memoria de 4.571 personas, cuyos cuerpos fueron arrojados a los hoyos abiertos en San Rafael y rociados de cal viva. No hay mayor fosa común en España.

Málaga fue tomada por las tropas franquistas entre el 6 y el 7 de febrero de 1937. Desde entonces y hasta 1957, el cementerio de San Rafael, al suroeste de la capital, fue un siniestro depósito de los fusilados ante su tapia. “Hay de todo -explica Fernández en su despacho- incluso encontramos curas, porque la sotana tenía un grosor de centímetro y medio y aunque la cal se la comía, quedaban restos y llevaban crucifijos en las manos. Una vez llegó una señora diciendo que si encontrábamos varios botones dorados, era su padre, un capitán de la Guardia Civil que permaneció fiel a la república”.

Pero resta aún identificar a quién corresponde cada esqueleto y nadie sabe cuánto tomará esta labor. Los familiares ya han pasado por el departamento de Medicina Legal y Forense de la UMA para dejar muestras de saliva y sangre.

El cementerio se dividió en parcelas a las que se dieron nombres del santoral, y de las 18 fosas documentadas aparecieron restos en nueve de ellas: “Cada una es de unos 10x3 metros, y contenía entre 250 y 260 cuerpos, aunque depende de los estratos: algunas tienen cinco, otros seis, otros cuatro…”. Los estratos a los que se refiere Sebastián Fernández los forman cadáveres, cubiertos luego con el manto combustible de una capa de cal viva que hierve al contacto con el agua: entonces, explica el profesor, los huesos se abren, y la ropa se quema.

Pero quedaron los objetos personales, las medallitas de la virgen del Carmen de las mujeres de la ciudad marinera, o un dominó hecho con caña con el que algún preso se entretendría esperando la muerte. Luego está el llamado patio civil, donde fueron depositados los cadáveres de los prisioneros considerados peligrosos o que no querían confesar. Los cuerpos de esa fosa aparecen con las manos amarradas con alambre y el tiro en la frente en la nuca. “Costó mucho localizarlo. Pero alguien dijo que de chiquitito visitaba aquello, y que los cadáveres estaban flotando. Eso me guio hasta localizar una capa freática que baja desde el norte del cementerio hasta el ángulo suroeste. Seguimos esa capa hasta que dimos con el lugar”, recuerda hoy Sebastián Fernández.

Cuando comenzó a trabajar no sabía lo que se encontraría bajo la tierra y pensaba que hallarían los restos de 1.500 víctimas. En tres años, él y su equipo encontraron 2.840. No se sabe dónde fueron a parar los otros cuerpos, hasta los 4.571 que constan en la documentación recopilada por la Asociación contra el Silencio y el Olvido y por la Recuperación de la Memoria Histórica de Málaga, aunque se trabaja con la hipótesis de que muchos de ellos fueran trasladados al Valle de los Caídos. Una funeraria preparó cajas con capacidad para 15 cuerpos, y la asociación está tirando de ese hilo tan fino.“Los dueños de la funeraria han fallecido. Pero la transmisión oral, en una época tan reciente, es un método muy válido para reconstruir la historia”, explica el experto..

En el rigor de la explicación académica del profesor hay también una emoción indisimulada, porque en este trabajo no aplicó el cincel y el martillo alrededor de los restos de un homo sapiens. Ni siquiera trabajó en una necrópolis visigoda, y tiene experiencia en ello. En San Rafael, los muertos son de antes de ayer y sus hijos los reclaman: “Imagine conocer al hijo de un hombre que fue fusilado por tener unas ideas...”. Por eso, se felicita de que las tres administraciones (Ayuntamiento de Málaga, Junta de Andalucía y UMA) hayan mantenido un entendimiento “modélico” que no se ha reproducido en otros casos, y concede especial mérito a la labor de la Asociación, que evitó que se ejecutara el plan para levantar unas pistas deportivas allí donde nunca reposaron los fusilados.

Sobre San Rafael se depositaron toneladas de tierra extraída del llano donde hoy se instala la Feria. “En ese momento no existía conciencia, excepto para algunos miembros de la asociación. Y el que sabía, no quería saber”, explica.

El profesor recalca la importancia de que esos huesos, limpiados y tratados con la paciencia de un artesano después de tantos años, reposen ahora en urnas individuales. Está aliviado, porque todos los días sintió la responsabilidad de estar contribuyendo a saldar una deuda. Muchos de esos familiares seguían colocando lápidas o esteras allí donde pensaban que estaban sus muertos, como Paca hacía con sus flores.

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