“No hay ofertas de trabajo en el camino que separa la cama del sofá. Nadie llama a la puerta de casa buscando un currículum. Ningún político con promesas bajo el brazo puede solucionar tu futuro”. Los gaditanos José Antonio Rodríguez, Enrique Sánchez y José Antonio Romero repiten sus mantras laborales junto a la barra de De Almadraba, el próspero bar de vinos y productos de la tierra que pusieron en marcha hace pocos meses en Puerto Real como alternativa al declive industrial de la Bahía de Cádiz.
Los tres personajes, que rondan los 45 años, pueden ofrecer una lección muy práctica del fenómeno de la deslocalización. Durante más de la mitad de su vida trabajaron como operarios de alta cualificación para Cádiz Electrónica, una filial de la multinacional de componentes automovilísticos Visteon situada en El Puerto. Era un empleo estable, bien pagado, con planes sociales completos y formación avanzada. “Nos cuidaban como a mojarritas. Era un trabajo envidiable”, rememora Enrique Sánchez. Pero el 23 de junio de 2011 todo se acabó.
Fue así: Los representantes de los casi 400 trabajadores de Cádiz Electrónica subieron a un autobús en la puerta de la factoría. El chófer abrió un sobre que contenía instrucciones para dirigirse a un hotel de Jerez. Allí, aguardaba un grupo de ejecutivos de la multinacional, los “cuellos blancos”, acompañado de varios hombres de seguridad y un traductor que trasladó pronto información inequívoca sobre el cierre inmediato de la factoría. Visteon se marchaba de El Puerto por “la reducción de pedidos en el sector” y por “la ausencia de nuevas líneas de negocio”. Y porque en China, con mano de obra muy barata, multiplicaría los beneficios que cosechaba en la región.
“Me quedé en shock. Bloqueado”, recuerda Sánchez. “Y yo empecé a fumar…”, añade su amigo Romero. Las administraciones se hicieron con la tutela de los terrenos de la factoría pero las garantías de recolocación para estos técnicos punteros en electrónica eran escasas, al menos a corto plazo. José Antonio Rodríguez admite que tanto él como sus compañeros estaban abocados a emigrar o a sumarse a la lista del paro. Pero los tres decidieron cambiar de rumbo y emprender, “reivindicar que si antes éramos trabajadores muy válidos, ahora podemos seguir siéndolo”, defiende Rodríguez. No tenían experiencia en hostelería pero sí eran amantes del vino y del atún rojo de almadraba. “Vimos ahí una oportunidad de montar un pequeño negocio que cuidara mucho esa oferta, una alternativa al bar más tradicional que hay en la ciudad”.
En septiembre del año pasado, con la indemnización que recibieron por el despido y la capitalización de la prestación por desempleo, los tres emprendedores pusieron en marcha De Almadraba, donde también venden conservas de Barbate y algunos de los productos que sirven. “Es una forma de salir adelante, de demostrar que sí se puede, que es el momento de tomar la iniciativa”, apuntan. De su paso del sindicalismo al mundo empresarial, los hosteleros extraen que los trámites burocráticos para poner en marcha un negocio son todavía demasiado complejos. En sólo cuatro meses han conseguido hacerse con una clientela suficiente y se preparan para abrir su segundo establecimiento en la ciudad de Cádiz, en un local más grande, con más posibilidades.