Sensación de impunidad o simplemente desesperación. Durante la jornada del domingo, los bañistas y los paseantes atestaban Bajo de Guía, la desembocadura del Guadalquivir en Sanlúcar de Barrameda. A plena luz del día, dos tripulantes de sendas lanchas cargadas de fardos de hachís, junto con un enjambre de motos náuticas, intentaba eludir sin éxito la persecución conjunta de la Guardia Civil y de la Policía Nacional. Tras embarrancar una goma en la barra del río y otra cerca de Bonanza, sus tripulantes fueron detenidos cuando intentaban escapar a pie, ante la sorpresa de los numerosos testigos del suceso.
El viejo río que, desde hace décadas, conecta el narcotráfico con los distribuidores de la droga en localidades como Dos Hermanas y Sevilla, constituye una de las nuevas vías de entrada de hachís en la Península, después de que la acción de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, Policía Local o Servicio de Vigilancia Aduanera, hayan deparado la detención de 5.000 personas en el Campo de Gibraltar, según el cálculo que formula Francisco Mena, portavoz de la Federación de Coordinadoras contra la Droga en dicha comarca.
De Huelva a la Axarquía
Si el Estrecho de Gibraltar es la autopista del hachís, según pregonan los titulares de prensa, los capos de la droga buscan ahora carreteras secundarias, ante la indudable presión policial de los últimos meses. Las nuevas rutas, sin embargo, no lo son tanto: Huelva, por ejemplo, se perfila como uno de las nuevas cabezas de puente para el desembarco del chocolate y otros derivados de la cannabis. La costa malagueña, desde Estepona a la Axarquía, también. Pero el Guadalquivir constituye una tentación o una trampa perfecta.
Uno de los primeros en comprobarlo en sus propias carnes fue El Mosquito, un treintañero cuya propia banda estaba al servicio de la de los Castañitas. Dedicado al transporte de hachis, por tierra, mar y aire, este piloto audaz que picaba su narcolancha a velocidades imposibles de alcanzar, fue detenido pocos días antes de que una de sus embarcaciones también fuera sorprendida a comienzos de año en el Guadalquivir, a la altura de Lebrija, cuando intentaba alijar 70 fardos de hachís que no habían logrado serle decomisados al jefe cuando éste cayó en manos de la justicia. En la localidad malagueña de Almayate, en la Axarquía, había construido una plataforma para botar narcolanchas sin despertar la sospecha de las autoridades.
En marzo, ya habían caído 51 personas en una redada que incluyó bienes por valor de 530.000 euros entre estos una embarcación semirrígida; tres motores; una embarcación recreativa; tres vehículos sustraídos; 14 vehículos aprehendidos y la clausura narco-embarcadero. El mapa de esta dispersión también ha llegado hasta Granada o Almería: en todos los casos, los narcos del Estrecho exigen la colaboración de los narcos de cada uno de los territorios a donde ahora se dirigen, una práctica habitual entre las distintas organizaciones que si bien no llegaron a constituir un “cartel” al modo colombiano, pero han creado un pool intereses en el que se intercambian estibadores, pilotos o lo que sea preciso.
Conexiones con Europa
A juicio de José Chamizo, ex Defensor del Pueblo de Andalucía y activista antimafia en el Campo de Gibraltar de los años 90, las nuevas rutas no son tan nuevas: siempre hubo guarderías de droga en pueblos pequeños de Extremadura, como vuelve a darse el caso, o desvíos hacia la provincia de Huelva, al menos desde los tiempos en que les siguió la pista el superjuez Carlos Bueren. Desde uno y otro confín, las conexiones internacionales de los narcos locales se relacionan con la Ndranghetta italiana, las bandas del Reino Unido, de Francia, de Bélgica o de Portugal, por poner ejemplos próximos. A la provincia onubense no sólo llegan embarcaciones cargadas de droga que siguen ruta hacia Portugal o las guarderías extremeñas. También han sido detectadas avionetas, de las que cruzan el Estrecho. Hace unos meses, en una de ella, fueron localizados 1.200 kilos de cannabis en Bollullos de la Mitación, a bordo de un aparato de estas características.
En otro tiempo, las operaciones se desviaron hasta Barbate –donde reinaba Antón y su clan--, Conil, Chiclana o, nuevamente, Sanlúcar y Huelva. La geografía es tozuda y el punto más próximo entre España y Marruecos, el mayor productor de cannabis del entorno europeo, estriba en las once millas náuticas que, aproximadamente, separan a la costa tarifeña de la de Tánger. Lo más rápido y hasta ahora lo más seguro era esa travesía, aunque a veces los productores de cannabis se han visto obligados a ensayar el desvío a través de las costas de Mauritania, ahora en un periodo de relativa normalidad tras la elección de su nuevo presidente, Uld Ghazuani, por mucho que la limpieza de su victoria electoral se encuentre en entredicho.
A esta orilla del mundo, la nueva hoja de ruta del chocolate pasa desde luego por el Guadalquivir, como quedó demostrado, a finales de junio, cuando Vigilancia Aduanera de incautó allí de 2.500 kilogramos de dicha droga. Otros dos tipos transportaban ochenta y seis bultos marcados con el Chapo Guzmán, a bordo de una lancha semirrígida que terminó embarrancando. Ambos eran de La Línea, una de las ciudades que más está notando las redadas, la escasez de movimientos de droga que da empleo clandestino a lancheros, conductores, puntos, busquimanos y otros de los habituales oficios del narco, a quienes se les adeuda, por cierto, mucha guita tras la oleada de detenciones y de incautaciones de droga.
Del Perejil a las Chafarinas
A mediados de julio, sin embargo, sorprendía el desmantelamiento de una base de narcotraficantes en las Islas Chafarinas –Isla del Congreso, Isabel II y del Rey Francisco—de soberanía española pero a 50 millas de Melilla y tan sólo a 1,9 millas de la costa marroquí, con la vista puesta en el mar de Alborán. Seis narcos fueron detenidos allí, al socaire de la Operación Karsana, como denominó la Guardia Civil al dispositivo, quizá en referencia a la ciudad nigeriana del mismo nombre. Con la colaboración del Mando de Operaciones del Estado Mayor de la Defensa, la Guardia Civil comenzó a seguirle la pista a una serie de embarcaciones de recreo que eran abastecidas de droga y combustible por narcolanchas. Varios servicios frente a la costa malagueña alertaron sobre la posibilidad de que se estuvieran utilizando barcos nodriza para transportar la droga hacia puntos de la costa menos vigilados que los del Estrecho.
Se trataría, según la Guardia Civil, de establecer una guardería de droga y combustible, similar a las de tierra adentro pero esta vez en alta mar, donde la seguridad parecería mayor. Narcolanchas de gran potencia, capaces de transportar hasta 3.000 kilos de droga y con dispositivos técnicos que le permitían conversaciones libres de escuchas o la posibilidad de detectar si les vigilaban. A pesar de todo, cayeron. Ni en este ni en otros casos, nadie podría descartar que existieran delaciones ante el alto número de detenidos y la versatilidad de los narcos, que pasan de una banda a otra con relativa facilidad e incluso conocimiento de como funcionan por dentro cada una de ellas.
Sin embargo, no es la única guarida de similares características que las bandas utilizan en el trasiego de droga por el Estrecho. Desde mucho antes de la jocosa mini-guerra entre España y Marruecos, la isla del Perejil ya cumplía con este mismo cometido. Y sigue haciéndolo: a comienzos de enero, sin ir más lejos, se intervinieron 600 kilogramos de resina de hachís en las inmediaciones del islote que provocó que Colin Powell, a la sazón secretario de Estado de EE.UU., fuera despertado de madrugada para decirle que el reino de Marruecos lo había invadido. Eso sí, otras rutas alternativas que se recuerdan del pasado –la que iba de Libia a Egipto, por ejemplo—han sido desmanteladas ante la explosiva situación que presenta dicha región desde las frustradas primaveras árabes.
El éxito de la presión policial puede quedarse en tormenta de verano. Hay más bandas plenamente operativas en la zona, aunque sin tan largo alcance como las que se han desarticulado. Y, de momento, hay síntomas de sequía en el mercado negro de la droga.