Las “niñas” violadas y asesinadas por los franquistas no están en el pozo de El Aguaucho

No están en el pozo. La búsqueda de las “niñas” que fueron violadas y asesinadas en 1936 por un grupo de franquistas ha resultado negativa. El cortijo de El Aguaucho seguirá guardando el secreto del destino ofrecido a las jóvenes andaluzas. Porque los asesinos cumplieron el macabro objetivo: aplicar el terror y ocultar el crimen.

El caso es un símbolo de la represión de género y el trato que el fascismo español aplicó a la mujer durante la guerra civil. Pero el intento de exhumación ha resultado infructuoso. Todo, pese al trabajo realizado, la primera vez que en España se realiza una labor arqueológica de tales dimensiones debido a la “especial complejidad” de la teórica sepultura y que precisaba bajar a casi 10 metros de profundidad alrededor del pozo donde fueron arrojados supuestamente los cuerpos inertes y mancillados.

“Esta noche hemos tenido carne fresca”, gritaban los fanáticos de Franco cuando entraron en el pueblo con la ropa interior de las “niñas” ensartada en sus fusiles. Eran “las más nuevas” de Fuentes de Andalucía (Sevilla). Las desapariciones forzadas son el paradigma de la estrategia de ocultación de los crímenes.

Sin rastro de las “niñas”

Ya lo advertían los agentes implicados en la intervención: “prudencia” por la “complejidad” del caso. Caso del director general de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, Javier Giráldez, que señalaba en declaraciones a este diario que los “testimonios” orales han perdurado en el tiempo y nacieron “de los propios asesinos”. Ellos dijeron “que fueron vejadas, asesinadas y arrojadas a un pozo”.

Corroborar estos relatos es el fin de la “metodología científica” con la que se afronta la exhumación de una fosa del franquismo. “En el pozo no ha aparecido ni una sola evidencia, ni un mínimo rastro de que estas mujeres hubieran sido arrojadas allí”, en palabras de la arqueóloga directora del proyecto de excavación, Elena Vera.

¿Qué ha podido ocurrir? Que nunca fueran tiradas en ese lugar es la opción más factible. Que los asesinos usaran otra zona para cometer los crímenes y mintieran. O como dice algún testimonio: “un camión cargado con los cuerpos de las niñas llegó al pueblo vecino de La Campana”. Quién sabe.

El dolor de los familiares de las víctimas queda multiplicado en una situación así. “Ha sido un trago difícil”, confiesa la arqueóloga Elena Vera. “Pero hay que dejarles claro que se ha hecho todo lo posible y que en el pozo no hay nada”, certifica.

Represión de género

La tumba ilegal debía albergar los restos de al menos cinco mujeres: Coral García Lora (16 años) y su hermana Josefa García Lora (18), María Jesús Caro González (18), Joaquina Lora Muñoz (18) y María León Becerril (22). Y era posible que otras víctimas con un final parecido: Josefa González Miranda (17), Dolores García Lora (25, hermana de Coral y Josefa), María Caro Caro (35) y Manuela Moreno Ayora (40).

No ha podido ser. El terrorífico crimen seguirá impune. Al menos, la historia de las “niñas” de El Aguaucho quedará como un significativo episodio ejemplo del terror ejercido por los franquistas contra la mujer. De cómo usaron los cuerpos femeninos como campo de batalla. Una tipología criminal “que pone en evidencia que hubo una represión de género y esto se ve en el número de mujeres que hay en las exhumaciones y en el trato especializado que los verdugos tuvieron con ellas”, en palabras de Giráldez.

Aquellas sirvientas de señoritos quedan en la memoria. Aquellas “mujeres jornaleras” que hicieron huelga para protestar contra el boicot de los terratenientes, que paraban la recolección de las cosechas para sabotear a la República. Aquellas “niñas” que cosieron banderas republicanas. Aquellas sonrisas borradas por el fascismo español.

“Me llevaba a todos sitios con ella, siempre en brazos, me acuerdo cuando me cogía de la mano...”. A Pablo Caballero González (87 años) se le entrecorta el habla cuando habla de su tía, Josefa González, “hermana de mi madre”. Con los ojos inundados en lágrimas recuerda cómo los asesinos hicieron “lo más malo del mundo”.

“Llegar, estar comiendo ellos, y las tenían en cueros... Lo que hacían con ellas... yo qué sé. Eso es lo que decían los más viejos del pueblo, que se divirtieron todo lo que quisieron y luego las mataron. Yo me he enterado de todas esas cosas. Sí, sí. Desnudas”, cuenta a este medio. Los franquista buscaron “carne fresca”. Y la tuvieron. Luego ocultaron el crimen. Para siempre.