Hay una Europa sin alma. Una Europa capaz de traicionar sus valores más profundos. Una Europa que se niega a sí misma adentrándose por caminos inquietantes. Uno es el camino del rechazo, del despliegue de políticas disuasorias que en su conjunto transmiten un nítido mensaje: “no vengáis”. El otro camino es el del engaño, manipulando y desviando la atención sobre las terribles consecuencias que sus políticas están teniendo para las vidas de miles de personas necesitadas de protección.
Esta Europa inquietante se nos ha revelado con la crisis de los refugiados. Acuerdos con países como Turquía, entre otros, para que actúen como gendarmes de nuestras fronteras y dificulten que las personas refugiadas puedan llegar a Europa. Y en virtud de estos acuerdos, la devolución de cientos de ellas a países con enormes carencias en la protección de las personas refugiadas e inmersos en situaciones de inestabilidad política y violación de derechos humanos.
Para las que sí consiguen llegar, procedimientos de reconocimiento de protección internacional extremadamente lentos, faltos de garantías y discriminatorios según nacionalidades. A lo que se suma una escandalosa falta de determinación para reubicar a las personas refugiadas llegadas a Italia y Grecia, condenándolas a condiciones de acogida, en muchos casos, deplorables. Por si todo lo anterior no fuera suficiente para “disuadir” de llamar a las puertas de Europa, blindaje y militarización de fronteras.
Así, entre otras medidas, se refuerza la Agencia Frontex cuya prioridad es combatir la “inmigración ilegal” y las mafias de tráfico de personas, y no el salvamento y la protección de las personas refugiadas. Si algo han demostrado años de implementación de políticas similares, es que son ineficaces para tal fin. Sólo sirven para agravar las situaciones que deben enfrentar las personas refugiadas, empujándolas a arriesgar sus vidas en manos de mafias y rutas cada vez más peligrosas.
Pero la Europa sin alma quiere engañarse a sí misma, quiere seguir viéndose como la tierra de los derechos humanos. Quiere, a pesar de todo, seguir considerándose tierra de acogida de quién huye del horror de la violencia y las injusticias. Para ello trata de hacer pasar por humanitario el Acuerdo con Turquía, apelando a la cantidad de personas que han dejado de arriesgar sus vidas en el mar. Trata de justificar el blindaje de sus fronteras, invocando el combate contra las mafias. Habla de inmigración ilegal, cuando en realidad son refugiadas muchas de las personas expulsadas.
Cuesta mantener el engaño, sin embargo, si la sociedad civil europea es testigo de las consecuencias reales de todas esas políticas. Que organizaciones humanitarias y de derechos humanos intervengan allí donde las personas refugiadas se juegan la vida por llegar a Europa o que actúen como observadoras y voceras de las violaciones de derechos humanos que se cometen por parte de mafias, “Estados gendarmes” y agentes de fronteras, amenaza con desvelar la verdad.
Para evitarlo hay que restarles credibilidad. Qué mejor forma que sembrando sospechas ante la opinión pública sobre sus intenciones reales y los efectos de sus acciones. Así Italia ha impulsado un Código de Conducta para las organizaciones que realicen rescates en el Mediterráneo, mientras Frontex, la Comisión Europea o el ministro del Interior español insinuaban que las ONG estaban colaborando con las mafias, aunque fuese de forma inconsciente o involuntaria.
Esta deriva manipuladora inaugura un escenario enormemente preocupante, enfrentando a la Europa sin alma con la Europa que asume sus responsabilidades en la protección de las personas refugiadas, con la Europa que se niega a perder su alma.
José A. Rubio es experto en migraciones y refugio. Ha desarrollado su trayectoria profesional y activista en organizaciones de derechos humanos y de cooperación internacional. Trabaja en el Instituto de Migraciones, Etnicidad y Desarrollo Social (IMEDES) de la Universidad Autónoma de Madrid.
Hay una Europa sin alma. Una Europa capaz de traicionar sus valores más profundos. Una Europa que se niega a sí misma adentrándose por caminos inquietantes. Uno es el camino del rechazo, del despliegue de políticas disuasorias que en su conjunto transmiten un nítido mensaje: “no vengáis”. El otro camino es el del engaño, manipulando y desviando la atención sobre las terribles consecuencias que sus políticas están teniendo para las vidas de miles de personas necesitadas de protección.
Esta Europa inquietante se nos ha revelado con la crisis de los refugiados. Acuerdos con países como Turquía, entre otros, para que actúen como gendarmes de nuestras fronteras y dificulten que las personas refugiadas puedan llegar a Europa. Y en virtud de estos acuerdos, la devolución de cientos de ellas a países con enormes carencias en la protección de las personas refugiadas e inmersos en situaciones de inestabilidad política y violación de derechos humanos.