Decenas de ancianos con el rostro surcado por arrugas y manos que tiemblan buscan en una pirámide de mármol blanco el nombre de sus muertos. Cuando lo encuentran dejan un clavel rojo junto al nombre, lo más cerca posible de la placa en la que ha quedado grabado: “Por lo menos, sé que está aquí”. Más de 4.400 víctimas ya tienen donde descansar, y sus familiares, donde honrar su memoria. Este sábado se inauguró en Málaga el panteón del cementerio de San Rafael, y ante él Antonio Muñoz-Frías, hijo de fusilado, leyó esto: “Papá, hoy no huele a pólvora. Hoy vengo a enterrarte después de 77 años”.
Sobre el mármol quedarán grabados 4.410 nombres de personas arrojadas a esta fosa común desde febrero de 1937 hasta, al menos, 1957, si bien los investigadores cifran en 4.571 el número de víctimas. Como Francisco Pérez Camacho a quien lo entregó la Falange a la Guardia Civil el 27 de febrero de 1937. “Me faltaban ocho días para cumplir dos años. Mi padre dejó viuda y dos huérfanos. Y luego murió mi madre y un hermano”, cuenta su hijo mientras recorta con una fina navaja el tallo de un clavel. “Creía que moriría sin ver esto; ya lo he visto”.
“Más vale tarde que nunca”, comenta Dolores Moya, que viene de El Borge. Su padre fue fusilado “sin justicia ninguna” cuando él contaba 35 años y ella uno. La madre pasó siete días a las puertas de la prisión, hasta que fue ejecutado: “Los echaron a todos como perros y mi madre lo reconoció por los calcetines”.
Antonio Guzmán Urbano tiene 86 años y sujeta un certificado del consejo de guerra al que fue sometido su padre. Murió con las manos esposadas con alambres.
Hay en el panteón de San Rafael tantas historias como nombres. Francisco Gutiérrez Muñoz (84 años) ha venido desde Collado Villalba. Su padre ocupó un cargo en el PSOE de Comares y por eso fue pasado por las armas. Pero eso él lo aprendió en un libro: “Yo hasta entonces no sabía quién era, pero un asesino, eso seguro que no”. Entonces muestra su foto, que lleva en la cartera desde hace 20 años. Está desconcertado: tiene varias flores en la mano y no sabe qué hacer con ellas porque no encuentra en la pared el nombre que busca. Le han dicho que ha habido un error y que sustituirán una de las placas. “Por lo menos sé que está aquí. Y si no está, como si estuviera”, comenta luego.
El acto supone también el reconocimiento a la tenacidad y el coraje de muchos familiares. José Dorado fue fundador de la Asociación contra el Silencio y el Olvido y por la Recuperación de la Memoria Histórica de Málaga, constituida en el año 2004, y su presidente hasta hace tres días. Inició el camino en solitario “el Día de los Santos de 2002”, cuando se enteró de que el cementerio se iba a transformar en pista deportiva. “Ya estaban los rellenos echados. Entonces fui al ayuntamiento, y ningún político me escuchaba. Le dije al gerente del cementerio que lucharía y le di mi teléfono para si alguien más venía, me llamara”, recuerda un par de días antes de la inauguración del monumento. Explica que nadie creyó en su fuerza y con orgullo, recuerda que finalmente consiguió que todas las administraciones colaboraran (Junta de Andalucía y Gobierno de la Nación, en manos del PSOE, y Ayuntamiento de Málaga, del PP) y que el panteón se instalase cerca de la verja, “para que todo el mundo vea a quienes fueron asesinados porque no querían una dictadura”.
Dice que probablemente hubiera sido ferroviario, como también lo fue su padre y como lo había sido su abuelo, si una pareja de la Guardia Civil no se hubiera presentado en su casa de Bobadilla una noche de marzo de 1937. Nunca supo por qué, y nunca hubo condena. “Fue secuestrado, porque no había un gobierno legítimo ni el juicio fue válido”, razona. Su madre crió en solitario a tres hijos y la familia quedó marcada de por vida por un supuesto estigma: “Donde quiera que fueras te miraban por encima del hombro. De eso uno se da cuenta cuando se hace mayor”. Si vive lo suficiente para que los técnicos identifiquen qué restos corresponden a su padre los llevará junto a su madre: “Toda mi satisfacción es que repose dignamente”.
“La deuda sólo se salda con justicia y verdad”
“Mis hijos pequeños vieron los cuerpos, y yo les dije que todos los cadáveres eran mi abuelo, su bisabuelo”, dijo durante el acto el hijo de Manuel Muñoz Frías (uno de los miembros más activos de la Asociación, fallecido recientemente), justo después de que concluyera la ofrenda floral y el minuto de silencio, y dejara de sonar la marcha fúnebre. Cadáveres de maestros de escuela, panaderos o ferroviarios, según recordó Francisco Espinosa, uno de los fundadores. También a la labor de la asociación rindieron homenaje los cargos políticos que intervinieron en el acto, entre ellos el consejero de Turismo, Rafael Rodríguez y el alcalde de la ciudad, Francisco de la Torre, recibido con algunos abucheos. Ondearon banderas republicanas, se oyeron vivas a la república y el tono general fue de contención y respeto. “Ha tenido que pasar mucho tiempo hasta que las autoridades han asumido su deber. Pero la democracia sigue teniendo una deuda con decenas de miles de personas que solo se salda con verdad y justicia”, opinó Rafael Rodríguez.
“Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas. La ciudad de Málaga en memoria de aquellos que perdieron su vida en defensa de la libertad y la democracia, cuyos restos reposan en este panteón y otros lugares”, se lee en la inscripción que corona la pirámide. Es una frase de Melchor Rodríguez, el Ángel Rojo de quien se dice que, como delegado de prisiones de la república, frenó a la turba de linchar a un millar de presos franquistas en Madrid. “No ha habido odio ni rencor ni revanchismo. Nuestra reivindicación era de justicia. No se puede vivir sin memoria”, dijo luego Francisco Espinosa. El 11 de enero de 2013, la memoria quedó grabada en piedra en lugar donde durante tanto tiempo no pudieron reposar las víctimas.