Es el corazón prehistórico de Sevilla. Y está preservado por un alma cubierta de piedras. Cuando los primeros ‘sevillanos’ eligen el Aljarafe, otean desde sus cornisas las zonas costeras que el lago Ligur diseña en su retirada al mar. El rastro eterno de aquellos asentamientos originales tiene nombre: los dólmenes de La Pastora y Matarrubilla, en Valencina de la Concepción. Como un santuario megalítico capaz de soldar el tiempo.
Que el espacio aljarafeño es una tierra ideal para echar raíces. Eso pensarían los primeros pobladores de la zona hace entre 40 y 50 siglos. Antes de que tartesios y romanos tomaran el relevo. Tan lejos de burbujas inmobiliarias y crisis explosivas. Acertaron, parece, a tenor del resultado.
El conjunto dolménico data de la Edad del Bronce. Más de 400 hectáreas que suman uno de los más grandes asentamientos del III milenio a.C y amplía horizonte hasta la vecina Castilleja de Guzmán. Una zona arqueológica reconocida por la Junta de Andalucía y declarada Bien de Interés Cultural (BIC).
El rastro del primer 'sevillano'
Y ahí, en la parte alta y norteña del Aljarafe, aparece el primer ‘sevillano’. Lo contaba una investigación a medias entre las universidades de Sevilla y Complutense de Madrid. Al descifrar el ADN mitocondrial aparece un joven procedente de Eurasia occidental. Comerciante o artesano, por el ajuar que acompaña su tumba, como apunta el estudio desvelado en el año 2015.
Quedaron huellas de aquellos moradores. Los poblados primerizos quedan intuidos en restos de cabañas, silos, fosos… construcciones primitivas que tuvieron réplica monumental en edificaciones funerarias que muestran la importancia adquirida por este corazón prehistórico de Sevilla.
Las necrópolis convierten la zona en el máximo exponente del megalitismo en la provincia y uno de los referentes del país. Valencina, al cabo, cuenta con uno de los más importantes yacimientos prehistóricos de la península ibérica. Este sitio patrimonial –incorporado a la Red de Espacios Culturales de Andalucía– es visitable y está emplazado en la periferia suroriental del casco urbano.
La Casa de la Cultura acoge además el Museo local con un Monográfico del Yacimiento Prehistórico. Una oferta turística completa para tocar la génesis hispalense.
Dice la historia que la plantación de un viñedo dejó al descubierto en 1860 el dolmen de La Pastora. Un hallazgo fortuito que en 1917 alcanza el de Matarrubilla en circunstancias similares. Años más tarde, en 1948, la construcción de una vivienda en el campo saca a la luz el de Ontiveros, para unir la trilogía megalítica de Valencina.
Lugares sagrados de especial relevancia
Los dólmenes o ‘tholos’ registran una galería que da a una cámara central. Todo en piedras acumuladas por manos primitivas. El de La Pastora tiene el corredor más largo de la península y suma un detalle significativo: su anómala orientación astronómica al ocaso cuando la norma suele ser al orto solar. Este carácter, unido al diseño constructivo, dimensiones y objetos recuperados como puntas de jabalina, le otorgan una consideración que supera el simple sepulcro y alcanza una significación de lugar sagrado de especial relevancia.
Matarrubilla culmina igualmente en una cámara circular después de un largo corredor. Resalta, en este caso, un monolito de piedra de enorme tamaño colocado antes de culminar las paredes y techumbre de la construcción y que se interpreta como pila o mesa de ofrendas. Esta funcionalidad ceremonial hace especial el monumento.
La basta investigación del yacimiento prehistórico aljarafeño arranca en el siglo XIX. Y hay mucho camino por recorrer. La carta arqueológica resume las actuaciones en un espacio que pudo llegar a los 2.000 habitantes entre la Edad del Cobre y la del Bronce. Atado a este proyecto clave, coordinado por el arqueólogo municipal de Valencina de la Concepción, Juan Manuel Vargas, la zona sigue marcada en rojo por los especialistas como uno de los principales focos del megalitismo peninsular.