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Ardales: la cueva prehistórica que resiste al turismo

Foto: Miguel Heredia

Néstor Cenizo

Reivindicar el deseo de quedar al margen del turismo es un anatema en estos tiempos. Pues bien, aquí está la herejía: “Nuestro mérito está en que hemos impedido que el gran turismo entre donde no puede”. Lo dice Pedro Cantalejo, conservador de la Cueva de Ardales desde hace tres décadas. Sólo quince personas cada día pueden visitar el lugar donde neandertales y homo sapiens dejaron huella en forma de manos, ciervos y decenas de figuras pintadas o grabadas con sílex o punzones: “El formato no es turístico sino cultural, porque la cueva sigue investigándose”.

Descubierta cuando el terremoto de 1821 abrió la entrada, esta fue, paradójicamente, la primera cueva turística de España. El lugar quedó expedito para los turistas a dos reales la visita en 1823, tan pronto como los primeros mineros comprobaron que aquello que allí brillaba no eran diamantes sino calcita. Treinta años después, Trinidad Grund dispuso las escaleras por las que todavía se accede y creó uno de los primeros paquetes turísticos del país: alojamiento en Carratraca, baños termales y visita a la cueva, amenizada en noches especiales con espectáculos flamencos.

Durante la Guerra Civil la cueva sirvió de refugio a los ardaleños, a los que la aviación franquista bombardeó sin piedad. Luego cayó en el olvido, hasta que en 1985 se decidió su reapertura previa limpieza de las toneladas de basura acumuladas durante décadas.

La resistencia a sacrificar la Cueva de Ardales en el altar del turismo la explica Cantalejo con didáctica conservacionista. Mientras otras cuevas adoptaron el “modelo turístico”, durante siete años el CSIC comprobó cómo el calor corporal y el dióxido de carbono afectaban a la Cueva de Ardales, hasta que propuso un número: 15 personas pueden visitarla diariamente sin que se note su impacto.

La lista de espera ronda los tres meses y si se modificase un solo parámetro en su explotación cambiaría su conservación, explica el experto: “Ahí está la clave: que la cueva se olvide pronto de los visitantes”. De esa forma se evita el mal verde, que el calor convierta el carbonato cálcico en bicarbonato y la desaparición de la humedad que es el alimento de la cueva. De esa forma la oscuridad sigue ganando, aquí, a la luz.

La gruta es un recorrido didáctico de algo más de 1,5 kilómetros y dos horas entre espectaculares estalactitas y estalagmitas en calizas y mármoles del Triásico y, por supuesto, vestigios del primer arte pictórico. El lugar, al que completa un museo a la entrada del municipio, fue un refugio que conserva el rastro de las primeras cocinas y salas de estar. Hace 22 años la temperatura exterior era de 14 grados menos y aquí, explica el guía Gerardo Anaya, se mantiene constante la temperatura media de la zona, que hoy en día ronda los 17 grados.

La cueva alberga signos de un lenguaje antiguo: la marca de los dedos de un niño de hace 35.000 años, que pintó la roca con óxido de hierro. “Podría indicar que esto era el final de cueva. Lo hacía un niño porque al ser pequeños eran los exploradores”, explica Anaya. También contiene un raro ejemplo de mano negativa: la silueta de la mano marcada en la pared gracias a una técnica que, con dos canutillos y un cuenco con pigmento diluido, recuerda a un espray primigenio.

Hay decenas de figuras animales en escenas con hasta 25.000 años de antigüedad, descubiertas en 1918 por el abate Henri Breuil, y once figuras de mujer. “Arte primigenio” que a veces requiere de una mirada aguda. Las representaciones no alcanzan la finura de Altamira, pero es que Altamira es la excepción.

El lugar contenía también un notable osario, y quién sabe cuántos más secretos guarda en su interior. Equipos de las universidades de Colonia y de Cádiz dirigen los estudios de la cueva, una especie de reloj de arena invertido donde los sedimentos se levantan varios metros sobre el suelo original. Cantalejo, que comenzó a investigar en la cueva en 1985, no tiene prisa: “Se interviene lo mínimo. En nuestra generación no vamos a llegar a saber lo que hay bajo esos sedimentos. Somos muy restrictivos porque sabemos que dentro de 25 años a lo mejor no hace falta ni excavar”.

Dice Cantalejo que la clave es “guardar y atesorar” la información: “No nos interesa conocer ahora, sino que se conozca dentro de cien años sin tener nada roto”. Su tesis se resume en una pregunta: ¿cuántas muestras óseas quedaron destrozadas para realizar una prueba de carbono catorce para la que hoy basta un gramo?

Por este afán conservador, en esta cueva aún es posible apagar las linternas y sentir la oscuridad de un modo parecido al que la sentían hace 30.000 años.

Más información: 952 458 046 o en este enlace.este enlace

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