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Cuesta Maneli: la belleza de arena blanca

Las playas de Huelva aparecen, en ocasiones, como las grandes desconocidas del litoral andaluz. Tesoros costeros que guardan su inmensidad al consumo masivo. Caso de Cuesta Maneli, enclave que se baña en incesantes horas de sol entre las más turísticas Matalascañas y Mazagón. Casi un secreto de arenales que se funden con el océano Atlántico en una colosal experiencia natural. Y nudista, si se quiere. ¿Los celosos guardianes? Dunas, acantilados y un sinuoso sendero al que escoltan pinares esculpidos por el viento.

Una alfombra de más de 120 kilómetros de arena fina y suave, casi blanca, se extiende en la costa onubense. Cinco de estos pertenecen a la colosal Cuesta Maneli, conocida también como Rompeculos, en pleno Parque Nacional de Doñana. La bañan aguas por lo general tranquilas. Un verdadero paraíso natural en la Costa de la Luz. Lejos de la civilización. Y, a un tiempo, a minutos de zonas turísticas con variada oferta gastronómica, hotelera, náutica y deportiva.

La pasarela de madera que lleva hasta la playa discurre durante 1.200 metros clavada en el sistema dunar. Ofrece la posibilidad de disfrute de fauna y flora. Ahí, la arena se aferra a especies vegetales como clavellinas, alhelíes de mar, cardos, barrones, camarinas... El mundo animal, de su parte, pinta la arenisca con miles de huellas y tiene en la orilla un vivero de restos de peces, moluscos, crustáceos y cetáceos. Es lugar apreciado, y recóndito, para pescadores y mariscadores.

El visitante elige al final del sendero: a la derecha, zona familiar y, a la izquierda, playa naturista. Antes, el mirador del Acantilado del Asperillo –considerado Monumento Natural por la riqueza de sus formaciones geológicas– detiene el tiempo con sus impresionantes vistas. Todo es playa virgen, tierra inexplorada y agua infinita.

Cómo llegar

La única vía para pisar la fina arena de Cuesta Maneli tiene acceso en mitad de la carretera A-494 que serpentea paralela a la línea de costa. A unos ocho kilómetros de Matalascañas, un aparcamiento señalizado da inicio a la senda. En unos 20 minutos, a pié, aparecen los acantilados. Con más tiempo, surge la opción de disfrutar paisaje, flora y fauna, desveladas en carteles informativos que salpican el recorrido cada decenas de metros.