Pasear por la playa de Punta Paloma o por cualquier rincón de Tarifa es un sinónimo de vida. Será por eso que es una zona marcada por las necrópolis, legado de los pobladores de estos parajes hace más de cuatro mil años, que también quedaron encantados con la belleza del lugar. Qué mejor sitio para descansar eternamente.
No es un dato muy conocido, pero Tarifa es el municipio a nivel mundial de mayor concentración de arte rupestre. Y también ofrece una gran riqueza en yacimientos. Una historia marcada por ser un sitio de cruce donde se fusionó la cultura atlántica con la mediterránea, Europa con África. Un punto estratégico que ha tenido mucho mestizaje y que no pasó desapercibido para las civilizaciones que la habitaron en el pasado.
Resulta muy interesante conocer de cerca este parte de la historia y es posible hacer una ruta de las Necrópolis de la mano de la empresa Arqueoroutes, que ofrece recorridos de contenido arqueológicos o senderismo a la carta. La primera parada es la Necrópolis de los Algarbes, cuyos enterramientos datan del Calcolítico. Tuvo un uso continuo de unos mil años,un vacío de otros mil y después fue reutilizada por fenicios, romanos, cartagineses, musulmanes y cristianos. En los años 50, en la postguerra, fue usada como vivienda en días de gran precariedad.
Aquí se observa una transición de enterramientos colectivos a individuales. Inicialmente contenía enterramientos colectivos, pero no se enterraba toda la población, sino sólo las élites, y eso se fue repitiendo con el paso del tiempo. Allí descansaban las unidades familiares y también grupos gremiales. En la edad del Bronce ya entró la individualidad y los grupos familiares no eran tan amplios. Hay un camino hacia lo individual, se marcó el “yo” de cada persona.
Sus moradores tenían un concepto de que la muerte era como una extensión de la vida, que estaban en el mismo plano. Lo interpretaban como la noche y el día. Por eso en un enterramiento individual se veía al fallecido en posición fetal, con todas sus posesiones, sus objetos de prestigio y orientado hacia donde sale el sol. No era tan dramático como en la actualidad.
La ubicación no es por casualidad. Los que la crearon justo allí lo hicieron por ser un punto elevado y también un lugar estéril, una emanación rocosa. En aquel momento tenía una gran importancia no robar productividad a la tierra y simboliza una emanación de la madre tierra, algo de mucho valor. Se aprecia mucha influencia de culturas mediterráneas semitas, pero también de la atlántica. En el uso de la Necrópolis hay un vacío entre el 1.500 a.c. hasta la era de Hierro, el siglo V a.c., donde vuelve a ser tomada por cartagineses y fenicios. Coincide con la corriente atlántica que viene de Francia o las Islas Británicas de hacer enterramientos al agua.
La segunda parada es la Necrópolis del Betis, un singular conjunto de tumbas antropomorfas talladas sobre unas enormes rocas que descansan en una campa. Está datada en época medieval, pero dentro de la comunidad científica existen divergencias sobre esta afirmación. José Lestón, de Arqueoroutes, ofrece mil detalles en la visita y abre la mente del visitante para no ofrecer una verdad absoluta.
Es un placer para los sentidos recorrer la falda de San Bartolo, una formación rocosa singular que dispara la imaginación. Forma parte de una ruta de unos diez kilómetros, que ofrece una dificultad media porque hay que saber deambular por caminos abruptos. En sus cuevas hay muchos ejemplos de arte rupestre y también se puede practicar la escalada.
Y llama mucho la atención, ya bien cerca de Baelo Claudia, una piedra enorme que recibe el nombre de Peña Sacra de Ranchiles, donde no se ha hecho ninguna excavación. No es una tumba, le otorgan la funcionalidad altar de sacrificios, de la cultura celta. Lo complicado es hilvanar de dónde viene la relación con lo celta porque inicialmente implica un asentamiento. Existe la teoría de que los 'celtici', un pueblo guerrero, moró en estas tierras. La peña reúne las características propias de estos altares, donde tras dar muerte al reo, el druida veía lo que deparaba el futuro según cómo cayeran las vísceras. Costumbres de otras épocas en un paraje que parece detenido en el tiempo.