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Nereo, astilleros tradicionales contra viento y marea

En Pedregalejo, el antiguo barrio de pescadores del este de Málaga, cada vez se pesca menos, si es que se pesca algo. Abundan los chiringuitos con sus barcazas cargadas de brasas varadas en la arena, y ese es el modelo al que parece atado el futuro del barrio: restaurantes en el paseo marítimo, separando el mar de las casas de quienes un día fueron pescadores. Y entre todos esos chiringuitos, hay unos astilleros donde los barcos se ensamblan con cáñamo y brea, según patrones de origen fenicio que han llegado hasta hoy porque el aprendiz las conoció del maestro. El lugar es un “museo vivo” y lleva aquí más de un siglo. También es una especie de aldea gala de resistencia.

Al llegar a Astilleros Nereo nos recibe Klaus, un jubilado que está construyendo su propio barco. Cada día se desplaza de Nerja a Málaga para dar forma a un sardinal “de vela latina”, una embarcación marenga tradicional. Alfonso Sánchez Guitard, cuarta generación al frente de los astilleros, explica luego que esos botes estuvieron a punto de perderse en Málaga, donde sólo quedaba uno. Hoy se están construyendo cinco. El lugar da cuenta de una labor que se pierde y que él se empeña en conservar: “Todavía hay gente que pesca cuando sale el Lucero, que es Venus. Y los ojos de las jábegas se pintan en todo el Mediterráneo”.

Klaus explica al fotógrafo las herramientas, los planos, todo demasiado complejo para comprenderlo a la primera. A través de la Asociación Cultural, los voluntarios pueden diseñar y construir su propio barco en el astillero bajo la tutela de Sánchez Guitard. Hay también talleres y hasta 2009 se impartió un módulo de Formación Profesional, de 720 horas. Pocas, porque el oficio sólo se aprende pasando muchas horas en lugares como este. “Primero barriendo, luego sujetando una tabla… y poco a poco te inicias en el oficio. Así lo aprendí yo”, comenta.

Lo que ocurre es que lugares como este ya no quedan. Es el único de España donde se mantiene la carpintería artesanal de ribera y los astilleros reciben encargos de lo más diverso, más allá de encargos particulares. Desde préstamos para series de televisión hasta peticiones de la Armada. El Príncipe de Dubai pagó dos embarcaciones a tocateja y ahora trabajan en dos proyectos Marca España: la reproducción de un barco fenicio con 2.700 años de antigüedad usando patrones idénticos a las jábegas malagueñas, y una réplica del bergantín Galveztown, con el que Bernardo de Gálvez derrotó a los ingleses en la batalla naval de Pensacola. La réplica es un encargo de la ciudad más antigua de Estados Unidos, San Agustín. La quilla que ocupa el patio le servirá de esqueleto, a partir de las 354 toneladas de roble americano que el municipio ha donado al proyecto.

Los astilleros son algo más que un lugar de producción. Es una actividad interés etnológico, inscrita como tal en el Catálogo General de Patrimonio Histórico Andaluz e integrada en la Red de Centros de Promoción de la Artesanía y la Etnografía de la Junta de Andalucía. Es un lugar que no se entiende sin la identidad marinera del barrio que creció a su alrededor. Cada año la visita de cientos de escolares, a quienes un oficial de marina retirado explica cuáles son las naves o qué tipo de herramientas se usan para calafatear. Pepe Molina, marengo de familia marenga (“No tengo sangre en las venas, sino agua salada”, dijo en una entrevista), les muestra las redes. Cada sábado los miembros de la asociación salen a remar con Rosario y Ana, una jábega de 1942.

Los astilleros son hoy el testigo vivo de algo que muere porque se deja morir. “Salir a pescar está en la médula de esta gente desde hace años. Hay un potencial tremendo para un turismo cultural de calidad que mantenga nuestras señas de identidad, sin que haya que arrasar para hacer lo mismo que hay en todos los sitios. ¿Por qué esto no se organiza? ”, se pregunta Sánchez Guitard.

Tiene una respuesta: falta el interés político municipal. El ayuntamiento tiene un proyecto aprobado desde hace años, con el que pretende unir en línea recta Pedregalejo y el paseo marítimo a la altura del Morlaco, atravesando los astilleros y el balneario de los Baños del Carmen. El lugar dispone hasta ahora de una concesión administrativa, que podría ser rescatada. Cada año salta la noticia de que el Nereo irá abajo, y ahí sigue, a pie de rebalaje. Le han ofrecido compensaciones económicas o nuevas ubicaciones, pero él se niega porque entiende que los astilleros sólo pueden estar donde están. Junto al mar. El asunto, ya judicializado, llegará al Consejo de Estado, al que Sánchez Guitard ha pedido audiencia.

“Yo tengo la obligación de conservar esto, por ley, de manera que se garantice la integridad de sus valores. Nosotros y ellos tenemos esa obligación”, dice, poco antes de citar a toda velocidad las normas en las que se apoya. “¿Usted se va a cargar un lugar de interés etnológico, patrimonio cultural inmaterial catalogado como tal e inventariado en el registro de industrias centenarias, para retranquear una acera que no sólo no ha arreglado, sino que destrozó con una tubería ilegal? ¿Por qué me aplica la ley de manera desigual en cuanto al deslinde de la zona marítimo terrestre? ¿Tenemos que llegar hasta el Tribunal Constitucional o hasta Europa? Pues vamos a llegar a Europa con los pleitos”. No hay resignación en sus palabras, sino voluntad firme de resistencia: “Nos han convertido en noticia porque hemos resistido”. Y ahí sigue, contra viento y marea.

Astilleros Nereo