La Sierra de Huelva es un paraíso en cualquier época del año. En estos meses su naturaleza se llena de vida y ofrece una de sus mejores caras. Acompañado de un clima aún suave que permite pasear por senderos, visitar pueblos y dejarse llevar, se convierte en un excelente destino rural. ¿Te vienes?
Higuera de la Sierra
El municipio es uno de los más conocidos de la sierra onubense por su famosa cabalgata de los Reyes Magos, en la que sus habitantes se vuelcan durante meses hasta componer numerosas carrozas vivientes. Y aunque su vía principal se llame Avenida de La Cabalgata y posea un museo sobre sus majestades de Oriente, Higuera de la Sierra merece una escapada en cualquier momento del año, especialmente en primavera.
Su principal atractivo es la gastronomía. Basta acercarse cualquier fin de semana al restaurante Jacarandá, cuando no cabe ni un alfiler y su equipo de camareros y camareras se desvive casi corriendo por sus salones para atender a la clientela. Sus mesas se reparten por las estancias de una vieja casa y su cocina mezcla la gastronomía tradicional con apuestas novedosas.
Por eso, lo mismo se puede pedir un huevo a baja temperatura sobre crema de patatas y boletus edulis, que un plato de migas cubiertas por huevos fritos. Flamenquín crujiente, cabrillas o presa ibérica son también apuestas seguras.
Justo enfrente, el bar Los Pajaritos ofrece una estupenda terraza en la que degustar setas de temporada, ricas carnes y una amplia carta de tapas para quienes disfruten probando muchos bocados diferentes. Las vistas a la Plaza de la Constitución y la iglesia de San Sebastián completan la experiencia.
Higuera de la Sierra es también punto de partida para numerosas rutas senderistas como la que llega hasta La Umbría, que permite un primer acercamiento hacia el paisaje de dehesa de buena parte del Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche.
Aracena
Imponente desde la parte más alta del municipio, el castillo de Aracena domina buena parte de su comarca. Fue construido a mediados del siglo XIII, cuando las tropas cristianas tomaron la villa islámica. Desde entonces se convirtió en un gran fortín que permitió controlar esta eterna tierra de frontera hasta el siglo XVI, cuando su uso empezó a decaer. El recinto, que cuenta también con la iglesia prioral y la torre mayor, sirve como perfecto punto de partida para conocer la localidad y el resto de los rincones que conforman este Parque Natural onubense.
Aracena es un pueblo típicamente serrano, de calles estrechas y empedradas. De ritmos pausados, donde la agricultura y la ganadería valen su peso en oro. Es también lugar de viejas iglesias, fachadas blancas y plazas abiertas.
En su casco urbano se encuentra igualmente La Gruta de las Maravillas, uno de los grandes atractivos de la región. Descubierta en el siglo XIX y abierta al turismo a comienzos del siglo XX, adentrarse en ella es toda una aventura. En ella, el agua, la piedra y el tiempo han ido labrando numerosas estalactitas, estalagmitas, columnas, coladas y otras muchas formas.
Ya a la luz del sol, es alrededor de las plazas donde gira la vida de Aracena y donde, también, se encuentran la mayor parte de restaurantes que ayudan a entender la fama de la gastronomía local capitaneada por el cerdo ibérico.
Junto a la plaza del Marqués de Aracena hay una decena de restaurantes y bares entre los que destaca Puerta 20. Allí se puede degustar un shawarma de lagartito ibérico con alioli de castañas, solomillo ibérico con jamón y unas ricas croquetas caseras, además de numeras opciones para el tapeo.
En otra plaza, la de San Pedro, existen también diversas propuestas gastronómicas entre las que destaca el restaurante Jesús Carrión, especializado en tapas. Huevos rotos con jamón, risotto de boletus o carpaccio de pluma ibérica son solo algunos de sus mejores bocados.
Linares de la Sierra
A ocho kilómetros de Aracena y prácticamente escondido entre colinas, sería fácil pasar de largo de este municipio sin las indicaciones viarias. Porque Linares de la Sierra parece querer pasar desapercibido tumbado bajo la falda de una montaña en un pequeño valle alejado de ojos curiosos.
Sin duda, merece la pena bajar las cuestas de acceso hasta su casco urbano, que sorprende por muchos motivos. Uno de ellos son los mosaicos de piedra con diferentes símbolos que decoran la entrada de las casas en plena calle. Otro es la iglesia de San Juan Bautista, de tamaño considerable y levantada en el siglo XVIII. Y también llama la atención la plaza redonda que existe en uno de los lados del templo. Cuenta con gradas y, en determinados momentos, se llena de albero para acoger un coqueto coso taurino.
A un lado de la plaza se encuentra el restaurante Riandero, un excelente lugar para degustar las setas de temporada, especialmente en otoño pero también en una primavera precedida de constantes lluvias como la de 2018.
Y en el otro extremo se ubica El Balcón de Linares, uno de esos establecimientos donde las cantidades llaman, y mucho, a la clientela. Por eso su plato más famoso es La tapita, con el que tiran de ironía para nombrar a una ración a compartir que incluye un surtido de carnes a la plancha, pimientos y patatas fritas, chorizo y una decena de huevos fritos.
Oculto entre sus callejuelas, Arrieros es quizás la opción más interesante para quien busque una cocina arraigada a la tierra pero técnica. Liderado por Luis Miguel López, ha conseguido recientemente su primer Sol Repsol. Galardón que premia el concepto de cocina serrana creativa que tanto tiempo lleva el chef desarrollando en este rincón onubense. Su carta se centra en los productos de temporada y no hay que dejar de probar la poléa, uno de los postres más tradicionales de la comarca.
Desde Linares de la Sierra, además, existen diversas opciones para la práctica del senderismo, como el paseo que enlaza con Alájar a través de la bella aldea de Los Madroñeros, la ruta circular que llega hasta Aracena o el camino que transcurre por la Vereda de los Cerreños.
Almonaster La Real
Rodeado de pinares, dehesas de enormes encinas y una densa vegetación, este bonito y pequeño pueblo destaca por su tranquilidad, su cuidado y su patrimonio histórico. De hecho, es quizás la parte alta de la localidad la que más llame la atención precisamente por ello. Allí se encuentra la vieja mezquita: construida hace mil años, es una de las visitas más impactantes de toda la comarca. A su alrededor se encuentran algunos restos del viejo castillo y, a su lado, llama la atención una plaza de toros de muros de piedra.
Desde esta localización se poseen unas bonitas vistas al entorno natural, pero también al casco urbano de Almonaster La Real, donde sobresale la iglesia de San Martín.
Junto al edificio hay pequeñas calles con diminutos establecimientos como el bar Almonaster o la singular Unión Amistosa El Casino. El restaurante Isabel II no falla por sus carnes, revueltos y exquisitos platos de cuchara que se pueden maridar con el vino Bemoles, elaborado por una bodega local.
A las afueras, eso sí, El Rincón de Curro se erige como verdadero templo gastronómico de la localidad gracias a su respeto al producto de calidad que le rodea y a la propuesta de cocina serrana a base de ibéricos, jamón, setas y potajes, aunque también dispone de diversos pescados.
Cortegana
Con su urbanismo ordenado, sus fachadas blancas y su agitada vida rural, Cortegana es uno de los mayores municipios de la comarca gracias a sus cerca de 5.000 habitantes. Su mayor atractivo es el castillo de Sancho IV El Bravo.
Fue construido entre los siglos XIII y XIV para la defensa del Reino de Castilla y es uno de los que mejor conservados ha llegado al siglo XXI. De hecho, es visita obligada para quienes disfruten con la historia y el patrimonio. Tiene una cerca exterior con un gran muro de mampostería con varias torres, un bonito patio de armas y en sus dos plantas se reparten las antiguas dependencias del alcaide, habitaciones en las que existe una colección de legajos, tapices, mobiliario medieval, armas y armaduras. A su lado se encuentra la ermita de La Piedad.
La fortaleza es también el perfecto lugar para fotografiar Cortegana, ya que el cerro donde se levanta ofrece una panorámica completa de la localidad. Desde allí, unas calles empedradas descienden hacia un animado centro urbano donde sobresale la llamada Casa Estrada. Un claro ejemplo de eclecticismo arquitectónico ya que su construcción, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, sigue las líneas de numerosas corrientes de la arquitectura. Junto a la plaza del Divino Salvador se ubica la iglesia del mismo nombre, aunque quizás el templo más atractivo es ermita de San Sebastián, de estilo gótico mudéjar y conocida por los vecinos como “El Santo”.
La gastronomía local vive también de los productos ibéricos, los castañares, las setas y la tradición. En la Plaza de la Constitución, Tendido 11 y la bodega La Esquinita son dos interesantes lugares para tapear y dar un primer paso para comprobar la gran gastronomía local.
Casa Ferré o El Pontón son otras dos apuestas seguras. Y, a las afueras, en la carretera que se dirige hacia El Repilado, merece la pena visitar La Posada de Cortegana, un exquisito restaurante ubicado en un precioso entorno junto al Barranco de Carabaña. También dispone de una serie de cabañas de madera como alojamiento rural.
Aroche
La última parada nos lleva hasta Aroche, cuyas sierras dan también nombre al Parque Natural. Una visita a pie por el pueblo bien podría empezar por la Plaza Juan Carlos I, en la que se ubica el ayuntamiento. A unos pasos por la calle Real se alcanza la iglesia de La Asunción, que comenzó a construirse en diferentes fases desde finales del siglo XIV hasta el siglo XVII lo que permite ver una mezcla de estilos constructivos como mudéjar, gótico y renacentista. Alrededor se distribuyen unas callejuelas que alcanzan las murallas del castillo. Su interior es sorprendente ya que, curiosamente, alberga la plaza de toros del municipio. Uno poco más lejos, el puente de Felipe II, que salva el Barranco de la Villa, es otro punto de interés.
Eso sí, al norte del municipio, a poco más de tres kilómetros, se encuentra uno de los lugares más singulares de toda esta comarca. Se trata de la ciudad hispanorromana de Turóbriga, fundada en el siglo I en época de Nerón. Sirvió para proteger las extracciones mineras de la zona, aunque fue abandonada a comienzos del siglo III. De hecho, la ermita de San Mamés y el Castillo de Aroche fueron construidos con piedras de los edificios de esta antigua villa.
Un punto y seguido del viaje que puede continuar a pie por rutas senderistas como la que se acerca a las Peñas de Aroche a través del río Alcalaboza o incluso la que llega hasta Cortegana.