Casco en la cabeza, remo en la mano y salvavidas ajustado. Jacinto y su hijo esperan las indicaciones del guía, José, para subir a una balsa. Desde la orilla, el ambiente es fresco a pesar de ser pleno verano. El agua baja con fuerza, como demuestran algunos troncos que van río abajo. Unos metros más arriba solo hay olivos, pero en la ribera la naturaleza es salvaje, casi tropical, regalando una sensación de libertad que crece a bordo de la barca. El sol aprieta y el primer meandro avisa de que lo viene: un tramo de nueve kilómetros a lo largo del río Genil con suficiente interés y numerosos rápidos para que la práctica del rafting sea más que atractiva. “Hoy lo vamos a pasar bien”, advierte el pequeño a sus compañeros de viaje.
¿Rafting? ¿En el Genil? Es la primera pregunta a la que se enfrentan en Salta Ríos, primera empresa que apostó por esta actividad en un río que, tras nacer en Sierra Nevada y regar la vega de Huétor Tajar, ayuda a llenar el pantano de Iznájar. Allí se regula su caudal y cada verano, cuando los regantes lo necesitan, se abren las compuertas para dejar correr 35 metros cúbicos de agua por segundo que, entre otros cultivos, riega los campos de zanahoria morá de Cuevas Bajas. La temporada estival es así el momento ideal para el descenso de aguas bravas en un recorrido que discurre por los términos municipales de Benamejí y Palenciana.
Salta Ríos tiene su sede en El Tejar, una pedanía benamejicense. Allí, cada mañana, quienes se atreven con este deporte reciben el material necesario, así como las indicaciones básicas necesarias para que la actividad transcurra con la mayor seguridad posible. La forma de sujetar el remo, qué hacer si alguien cae al agua y la importancia de seguir las instrucciones del guía forman parte de una charla inicial tan instructiva como necesaria. Con estas palabras José acaba su charla: “El monitor es el timonel, el que se preocupa de la dirección; pero vosotros sois el motor. Somos un equipo”.
Nueve kilómetros de recorrido
Tras un breve paseo en autobús hasta el punto de partida, se lleva a la práctica toda la teoría. Bajo sus indicaciones de “adelante”, “atrás” y “stop” los viajeros sortean los meandros, esquivan las ramas de los muchos árboles que crecen en las riberas -chopos, higueras, sauces llorones- y se preparan para los rápidos. Los primeros tres kilómetros sirven como práctica de iniciación: permiten al equipo coger confianza, hacerse con la balsa y el gesto para remar e incluso hay tiempo para un baño en el frío caudal del Genil. “Qué barbaridad. Esto está congelado”, dice uno de los deportistas, José Arias, mientras se da un rápido chapuzón. La razón es sencilla: el agua procede directamente de las profundidades del pantano de Iznájar -donde no llega el sol- y el baño casi corta la respiración.
Las riberas están repletas de vegetación. Muchas zarzamoras, pequeños bosques de pino y numerosos olivares pintan el paisaje hasta que el cauce se adentra en hondos cañones de grandes paredes. Antes de llegar a la zona más movida, una parada sirve para que desembarquen los más pequeños. En los siguientes seis kilómetros comienza la marcha de verdad y, por seguridad, los menores de 12 años deben bajar de las balsas. El trayecto completo, que dura alrededor de hora y media, nunca se vuelve peligroso, pero sí emocionante. Olas creadas por la fuerte corriente, piedras en el camino y hoces cerradas dificultan la navegación, que siempre se ejecuta con seguridad bajo la constante voz de los monitores.
José, Sergio y Alba -en prácticas- son quienes guían las barcas de la empresa este verano. Tienen un conocimiento del terreno pasmoso. Detectan cada nuevo tronco varado en el recorrido. Y hasta han puesto nombre a cada rápido. La piedra del mexicano y la ola del francés son dos de los principales, bautizados así por alguna anécdota ocurrida durante los descensos, que en verano son casi diarios. La cueva, los agujeros negros o la ola del surf son algunos de los más atractivos. “Y siempre hay que tener en cuenta que el río cambia todos los días porque el nivel del agua nunca es el mismo debido a la presa. Eso hace que los obstáculos también sean diferentes. Hay que estar siempre muy atentos”, explica Sergio. “Y también hace que quien disfrute pueda venir más de una vez, porque el recorrido nunca a va a ser igual ni en las mismas condiciones”, añade José.
Las circunstancias perfectas
Salta Ríos comenzó la práctica del rafting en esta parte del Genil hace casi dos décadas. De hecho, en 2019 cumplirá su vigésimo aniversario. Su principal impulsor es Iñaki Arrate, gran aficionado a los deportes de agua que ha remado en numerosos países del mundo. Los inicios no fueron fáciles: a finales de los años 90 parecía una locura el descenso de aguas bravas en este río en la frontera entre Málaga y Córdoba. “Las caras de los alcaldes entonces era un poema. Pensarían '¿de dónde ha salido este loco?', recuerda Arrate. Pero su apuesta fue fuerte y tras mucha lucha burocrática, consiguió los permisos adecuados. ”Agua, desnivel y piedras para crear espuma y emoción. El Genil es perfecto para lanzarse en este deporte“, subraya Arrate.
Esas condiciones del descenso, la cercanía con la Costa del Sol y el hecho de que, en verano, sea uno de los pocos ríos en los que se puede practicar rafting al sur del pirineo catalán, han hecho del Genil un lugar de peregrinaje para quienes quieren remar. Y, aunque Arrate fue pionero, poco a poco han ido llegando otras empresas. Alúa es una de ellas, como también Ocio Aventura Cerro Gordo, Sulayr Aventura o Tropical Extreme.
Algunas ofrecen igualmente la posibilidad de desarrollar esta actividad en los otros únicos cuatro ríos donde se puede realizar en Andalucía. En Granada, el Guadalfeo -a la altura de Órgiva- es la estrella, mientras que un tramo del Guadiana Menor a su paso por el altiplano granadino es perfecto para la aventura en familia. El recorrido inicial del Guadalquivir en Cazorla (Jaén) y el Guadiato, en Sierra Morena, son las otras dos opciones. Además, todas estas firmas ofertan otras modalidades acuáticas como el kayak o deportes como el barranquismo, vías ferratas, paquetes multiaventura o campamentos infantiles.
Los últimos tres kilómetros son una sucesión de rápidos que dispara la adrenalina y permite disfrutar sin riesgos de una experiencia diferente en pleno corazón de Andalucía. Al final del recorrido las caras reflejan alegría. Junto a la orilla y tras transportar las barcas hasta el remolque, es el momento de unas fotos para el recuerdo y un corto viaje de vuelta a El Tejar para comentar los mejores momentos del descenso. Un almuerzo en el restaurante Carmona, junto a las instalaciones de Salta Ríos, es el punto ideal perfecto para reponer fuerzas a base de salmorejo, lomo de orza o flamenquines: un sabroso descenso hacia la gastronomía cordobesa para acabar la jornada de rafting con el mejor sabor de boca.