La Axarquía malagueña se extiende entre paisajes montañosos, lomas infinitas y riachuelos laberínticos. En otoño e invierno sus paisajes están dibujados por los colores rojizos de las viñas, por las uvas tomando el sol en los paseros. En ella se esconden pueblos minúsculos, en los que el tiempo parece discurrir a otro ritmo y donde pasan desapercibidas algunas joyas de la historia. La población árabe vivió en la comarca hasta finales del siglo XV y su influencia no se ha desvanecido. Aún se conservan tesoros que conforman una inusual riqueza en este pequeño mundo rural que cuenta con el compromiso de sus vecinos: en muchas ocasiones, son los propios vecinos quienes enseñan su patrimonio al visitante.
La llamada Ruta del Mudéjar une seis minúsculas localidades donde las raíces árabes son más que evidentes. Se trata de ejemplos de un estilo único, el mudéjar, caracterizado por la pervivencia del uso de formas y técnicas islámicas en las construcciones cristianas, consiguiendo la fusión arquitectónica de ambas religiones.
Alminares, torres de vigilancia, estrechas callejuelas y castillos forman parte del sexteto de poblaciones formado por Arenas, Corumbela, Árchez, Salares, Sedella, Canillas de Acietuno. Entre todos suman poco más de 4.000 habitantes, pero poseen un patrimonio único que permite establecer un seductor road trip en busca de la huella andalusí. De paso, la ocasión es toda una oportunidad para saborear la espléndida gastronomía local. Y también para perderse por rutas senderistas que discurren por un peculiar entorno medioambiental de influencias continentales, mediterráneas y tropicales en pleno Parque Natural de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama.
Las sorpresas del mundo rural
“Esta zona es de pueblos pequeños, de montaña. Pero siempre sorprenden a quien los visitan”, cuentan Juan y Rosa, que regentan el bar Juanete, a la entrada de Arenas. De comida familiar, tapas del día y menú diario, la mujer prepara platos de cuchara cada día dejando para los domingos los callos, su especialidad, aunque también tiene hueco el chivo con almendras.
Es un lugar de parada habitual para quienes cada fin de semana quieren acercarse al mundo rural axárquico y, también, para los muchos ciclistas que se atreven con carreteras como la MA-4111. Es precisamente esta vía la que une la capital comarcal, Vélez-Málaga, con Arenas, que aparece de repente tras una curva después de un ondulante recorrido.
Barandillas, escaleras, adarves y arcos conforman un municipio que escapa a las prisas y al ajetreo de las grandes ciudades. “Las calles conservan su trazado andalusí”, cuenta Laureano Martín, alcalde de Arenas, que recuerda que el origen del pueblo fue una alquería árabe. “Luego, la llegada de los cristianos hizo que las casas se fueran extendiendo por las dos lomas que ocupa hoy”, añade el regidor.
La principal referencia arquitectónica local es la iglesia de Santa Catalina Mártir y es en ella donde se descubre una nueva maravilla mudéjar: su torre, que un día fue alminar. El templo se construyó aprovechando una antigua mezquita, de ahí que se aprovechara el símbolo musulmán para convertirlo en cristiano. En ella se contemplan algunos de los materiales más utilizados en el mudéjar: ladrillo, mampostería, yeso y cerámica. Además, el templo posee en su baptisterio un mural de Evaristo Guerra, hijo adoptivo de la localidad.
A las afueras del pueblo permanecen algunas ruinas de lo que un día fue el castillo de Bentomiz, declarado Bien de Interés Cultural (BIC). Un asentamiento de origen íbero que luego fue utilizado por fenicios, griegos y romanos hasta convertirse en una gran fortaleza árabe que dominó estas tierras junto a los castillos de Comares y Zalia. Fue la fortaleza de mayor tamaño de Málaga y tuvo un papel de gran importancia durante el levantamiento morisco en Granada a mediados del siglo XVI.
Sin embargo, desde que se apagara la rebelión en 1570, el recinto cayó en desuso hasta la actualidad. Abordarlo hoy supone una bonita excursión a pie a través de senderos que premian dejar el coche atrás y que regalan unas preciosas panorámicas de la zona en 360 grados.
La historia del Reino de Granada
Desde allí, en apenas dos kilómetros y medio la carretera MA-4109 llega hasta la pedanía de Daimalos. De nuevo, la Iglesia del Cristo de la Salud levantada en el 1505 conserva un precioso alminar, que se cuenta con 300 años más ya que fue construido en el siglo XII. Es accesible desde el interior y supone toda una inmersión en la historia del Reino de Granada.
Cinco kilómetros, diez minutos y 25 curvas después, la MA-4110 desemboca en Corumbela, localidad que forma parte del municipio de Sayalonga. En su perfil destaca otro alminar, en este caso junto a la iglesia de San Pedro. Está construido con mampostería de gruesas piedras planas cruzadas por hiladas de ladrillos y supone otro punto de interés en este recorrido por el mudéjar axárquico. “El pueblo es pequeño, pero tiene sus cosas. Y el alminar es muy bonito, es nuestro orgullo”, cuenta Angelina Córdoba, vecina que reside junto a la parroquia y quien posee la llave de la misma para abrirla cuando llegan visitas.
Descubrir el plato de los montes
El camino se dirige después hacia Árchez, donde la venta El Curro se presenta como una estupenda parada gastronómica. Uno de sus fuertes es el tradicional plato de los montes, compuesto por migas, lomo en manteca, pimientos fritos, chorizo y morcilla. La ración es casi infinita, así que lo que sobre se puede pedir para llevar.
En la casa son también especialistas en carnes de corte argentino a la brasa o a la cruz, por lo que cualquier visita a la casa de Curro promete diversión, más si se acompaña con alguno de los reputados vinos Ariyanas, de las cercanas bodegas Bentomiz.
Tras la comilona y cruzando el viejo puente romano, un paseo por el desordenado y coqueto urbanismo de Árchez desemboca siempre en la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, cuyo campanario fue en su día el alminar de una mezquita almohade construida en el siglo XIV. La torre es lo único que se conserva de la construcción original y, en sus quince metros de altura, posee una bonita decoración a base de ladrillos. Fue declarado Monumento Histórico-Artístico a finales de los años 70 y, desde entonces, es el mayor atractivo turístico de esta localidad de pequeñas dimensiones.
Desde Árchez, una opción es tomar la dirección hacia Canillas de Albaida y Cómpeta, pero para seguir el rastro mudéjar hay que tomar la dirección hacia Salares y Sedella. Por el camino se pueden observar muchos de los paseros donde se deja secar la uva moscatel, así como los viejos viñedos de la zona en terrenos que obligan a vendimiar con mulas.
Superado el río de Salares, la carretera MA-4108 llega hasta esta población, una de las más pequeñas de toda la provincia de Málaga con apenas 181 habitantes. Entre sus calles reina la tranquilidad a cualquier hora del día y los gatos buscan la sombra en verano y el sol en invierno.
La calle del Arroyo es uno de los pocos lugares para aparcar junto al casco urbano y, desde allí, la calle Iglesia se dirige hasta el templo de Santa Ana, con una pequeña nave blanca donde sobresale el alminar, que también perteneció originalmente a una mezquita árabe.
Recientemente restaurado, destaca por sus ladrillos cruzados en forma de rombo y por ser uno de los ejemplos de la arquitectura almohade más de Andalucía. Declarado Monumento Histórico Artístico Nacional y de gran altura respecto a las casas bajas del pueblo, su mampostería resalta entre fachadas blancas solamente coloreadas por las múltiples macetas de puertas y ventanas.
A un paso, la calle puente desciende hasta el río de Salares, donde existe un precioso puente romano, de un solo ojo y que es el punto de partida a varias rutas senderistas que recorren los montañosos terrenos del corazón del Parque Natural de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama.
A cinco minutos por la MA-4107, Sedella se encuentra encajonada entre colinas. Su corazón late en la Plaza de la Constitución, donde vecinos y unos pocos turistas se citan mientras pasean por el pueblo o se dan un descanso. Allí se ubica la iglesia de San Andrés, levantada en el siglo XVI con una alta torre cuadrada culminada por un cierre octogonal.
A su lado existe otra huella andalusí: la Casa Torreón, construida en el mismo siglo y en la llaman la atención sus arcos de estilo mudéjar y la decoración de estética morisca.
Una carta en siete idiomas
En la parte alta del pueblo se encuentran las ruinas del castillo árabe, fortaleza que defendía de los ataques a la comarca y, en la parte baja, el bar El Theo es un pintoresco lugar para hacer una parada. En su ecléctica carta en siete idiomas se pueden encontrar estupendas ensaladas con productos de huerto propio y platos tradicionales como el chivo con almendras o el potaje de hinojos, que se pueden acompañar de sangría de vino de la tierra. “También hacemos muchas propuestas con aguacate de la zona, como las brochetas de aguacate, panceta de cerdo y pasas”, cuenta Manuel Teodoro, propietario del negocio.
En las mañanas dispone de full English breakfast, desayunos a la inglesa que hacen las delicias de las muchas personas británicas que habitan la zona. Cuando el lugar está tranquilo, merece la pena tomar un café para que el mismo Manuel Teodoro te enseñe sus peculiares reproducciones del patrimonio local a base de terrones de azúcar: siete kilos para el puente romano y diez para la iglesia. “Y ahí siguen, en pie siete años después”, comenta orgulloso.
Antes de abandonar la localidad, la carretera regala otra postal para el recuerdo, con el bonito pueblo en primer término y La Maroma, el pico más alto de la provincia de Málaga, sobre el horizonte. La ubicación, precisamente, hace que desde esta población parta uno de los senderos que alcanza esta cima, que también se puede afrontar desde Canillas de Aceituno a la que se llega recorriendo poco más de seis kilómetros por la vía MA-4105. El municipio sirve de punto final a la Ruta Mudéjar.
En su casco urbano llama la atención la antigua Casa de los Diezmos, conocida también como la Casa de la Reina Mora. Su base de construcción son los ladrillos rojos, que hoy están bajo varias capas de cal, aunque unos arcos en su torre permiten intuir su carácter morisco.
Muy cerca se ubica el restaurante La Sociedad, que regenta la familia Aguilera desde los años 40 del siglo pasado. Es, por tanto, ya un clásico de la comarca de La Axarquía, cuya especialidad es el chivo lechal al horno de leña, aunque también disponen de otras exquisiteces como el potaje de hinojos. La taberna familiar es un perfecto punto final para este paseo por las montañas malagueñas en busca del influjo islámico.