Un esquimal distingue 80 tipos de blancos. Tiene sentido, le va la vida en ello. La diferencia entre pisar un “blanco panza de foca” o un “blanco lomo de oso polar” puede ser continuar el paseo hasta el iglú de tu amigo o caerte en agua helada y quedarte pajarito.
Luego iremos con los pajaritos.
Si un esquimal conoce 80 tipos de blanco, nosotros tenemos que tener localizadas, mínimo, 80 tapas estrella, porque igualmente nos va la vida en ello. Y no solo la vida, también el prestigio, porque si a la pregunta “¿Dónde vamos?” uno responde “Di tú que yo esta zona no me la conozco”, queda claro que no ha aprovechado su vida.
Por eso, comparto mis diez tapas preferidas en Sevilla. Hay muchas más, pero ojalá estéis de acuerdo en que las que están, son.
Buen apetito.
-Croquetas en Casa Ricardo.
La prueba del 9 de que alguien es amigo tuyo es que va a por cerveza y te trae una sin preguntar. La prueba del 9 de que estamos ante una tapa estrella es entrar en el bar en cuestión y pedir con “Ponnos una”. El camarero, los clientes y tus amigos ya saben qué va a ponerse encima de la barra. En este caso hablamos de las mejores croquetas que nadie se vaya a meter en la boca. Si alguien descubre el secreto, que no lo cuente.
-Boquerones en adobo en el Blanco Cerrillo.
El lugar más sencillo de encontrar de Sevilla. A 500 metros a la redonda ya puede olerse y, si tienes pituitaria, no te hace falta ninguna indicación más para llegar. Los vasos altos de la cerveza, el palillo plano que trincha o apoyarse en el poyete del Zara para comérselos son los ingredientes de lugar de esos que los turistas cuentan como “un sitio a donde van los sevillanos”.
-Montadito de Pata de Mulo en Casa Moreno.
Como si fuera un bar clandestino, para entrar en el bar de Casa Moreno tienes que atravesar una maravillosa abacería. Llegas a un bar especial, que ningún interiorista podrá nunca copiar porque lo auténtico no se puede reproducir. Aparece, y ya. Las neveras llenas de fotos y de notas con frases deliciosas crean un ambiente ideal para inflarse a montaditos y botellines. Lo imprescindible es el de queso Pata de Mulo y dejarte sorprender por el que se hayan inventado esa mañana.
-Tortilla de jamón en El Rinconcillo.
¿Se puede destacar en algo tan simple como una tortilla de jamón? Pues se puede, no sé cómo, pero sí sé lo que se siente al probar la tortilla de El Rinconcillo. El folklore pide pedir un plato de jamón para entender que el jamonero es una necesidad creada y, si quieres que parezca que eres un cliente de toda la vida, solo tienes que pedir al entrar “medio coronel” para beber.
-Montadito de pringá en Las Columnas.
Cualquier cosa, a 300 metros de la Giralda está buena, pero es que el montadito de pringá de Las Columnas estaría bueno sobre cualquiera de los 80 blancos del esquimal del polo norte.
-Pajaritos del Ruperto.
Angry Birds no es lo que más felicidad ha dado a la humanidad usando pájaros, ese título es para el Ruperto. Mesas altas sobre albero para saborear, poquito a poquito, uno de los manjares de la ciudad.
-Tacos del Salomón.
Salomón se autoproclama justamente “Rey de los pinchitos” pero para mí la estrella de la carta no es el pinchito, príncipe quizá, sino el taco de ternera. Habrá habido fichajes de otros bares, pero para mí sigue siendo el rey.
-Chicharrones en Intramuros.
Después de El Tremendo y El Jota, para mí la mejor cerveza de Sevilla está en la calle Matahacas. Es el gran tapado pero todo el mundo repite. La heterodoxia bien entendida del vaso ancho para la cerveza se combina con unos chicharrones de esos que uno no sabe si comérselos o meterlos en un banco a plazo fijo.
-Mantecaito de Casa Rafita.
Pasa con los molletes con aceite, tomate y jamón, que uno piensa al acabárselo: “me comía doce más”. Algo parecido ocurre con el Mantecaito de Casa Rafita, un montadito con lomo, jamón y un huevo de codorniz encima que si lo presentaran a un programa de cocina de los de la tele le obligarían a pasar un control antidoping.
-Flamenquín de Santa Marta.
Nacho Vidal no se lo acabó. Espectacular flamenquín de aproximadamente cuatro kilómetros y medio de largo que, a pesar de su tamaño, se hace corto.
Habría mil más, la ensaladilla que tiene varios reyes, el combate a muerte por ser el dominador de los caracoles en la ciudad, el arroz con pato del Aljarafe, el jamón que no se cae del plato si le das la vuelta en el barrio Santa Cruz pero cada uno tendrá los suyos, y lo importante es que si vais a alguno de estos sitios y nos encontramos allí, me invitéis a un botellín y digamos aquello de “Que cuando estemos peor, estemos como ahora”.