Puede que para muchos Torremolinos lo encarne la imagen del turista autóctono con rostro de Alfredo Landa, pero hay que decir que esa postal no está completa. Durante décadas, Torremolinos fue un refugio cosmopolita y singular, una especie de no-lugar libérrimo y hedonista, por donde pasó la más amplia nómina de estrellas que registrara cualquier localidad española. ¿Quién puede presumir dar alojamiento –y a veces refugio- a Dalí y a Sinatra, a Bardot y a Sylvie Vartan? ¿Qué otro municipio español vivió en aquellos años semejante explosión de tolerancia sexual? ¿Dónde convivieron de similar manera autóctonos y turistas, pescadores y crápulas de todo pelaje?
Una buena parte de esa historia la cuenta la edición especial de la revista Litoral (a su vez protagonista), que ahora se reedita. Se titula “Torremolinos: de pueblo a mito”, y consigue lo que pretende: explicar cómo una “constelación de circunstancias” transformó un pueblito de “molinos harineros y afanosos pescadores arrastrando el copo en la madrugada” en “un oasis de tolerancia, cobijo ideal de una fauna orlada de herejes”, en palabras de Alfredo Taján, coordinador de este volumen.
Todo empezó con el Castillo del Inglés, una fantástica construcción que era casi una atalaya sobre el mar, y donde los Langworthy se dedicaron a hacer el bien a pobres y enfermos, a quienes entregaban una peseta a cambio de que leyeran. Por eso a él se le conoció como “el inglés de la peseta”. Con el tiempo, el Castillo del Inglés se convirtió en simiente del turismo chic. Dicen que por allí pasaron Cernuda y sus amigos de la revista Litoral (Altolaguirre, Hinojosa, Emilio Prados, Concha Méndez).
De aquellos días data también el primer topless documentado en España: Gala en las playas de Torremolinos, desnuda para tomar el sol, apenas dejando un collar alrededor del cuerpo. Ahí está el futuro de Torremolinos: los turistas que rompen el molde de los tiempos. Habían llegado Dalí y ella, entonces amantes huidizos, dejando atrás París y a Paul Elouard.
Un poquito más hacia el interior, en Churriana, descansaban en su finca Gerald Brennan y Gamal Woosley, regresados definitivamente a España. Si venía alguna celebridad literaria, lo más probable es que se alojara en casa de los Brenan a disfrutar de la sombra de su cañaveral de bambú, aunque Hemingway eligió La Cónsula, muy cercana, para pasar el penúltimo verano de su vida y escribir para Life el reportaje sobre el mano a mano entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez.
El incidente Sinatra y la tolerancia sexual
El incidente Sinatra y la tolerancia sexualLa historia de Torremolinos es también la de sus hoteles, y así lo cuenta Litoral. De todos, el que mayor impacto alcanzó fue el Pez Espada, inaugurado a bombo y platillo 1959, portada de Blanco y Negro mediante. Allí se refugiaron la princesa Soraya, que venía de ser repudiada por el Sha de Persia, o Juan Domingo Perón, protegido por el franquismo cuando huyó de Argentina.
Pero sin duda, la gran historia del Pez Espada la protagonizó Frank Sinatra. Es la historia de una mulata, un reportero entrometido y una foto no deseada, que derivó en una persecución en coche por las calles del pueblo y el actor ante la policía. Hay quien dice que escupió y blasfemó al ver la foto de Franco. Una nota oficial resume el resultado de este affaire: “En la tarde de hoy (sábado 20 de septiembre) y para responder a ciertos cargos hechos al actor cinematográfico Frank Sinatra como consecuencia de la alteración de orden público con su conducta en la sala de fiestas del Hotel Pez Espada, así como no prestar la debida obediencia a los funcionarios de Policía, ha sido conducido a la Comisaría del Cuerpo General de Policía de esta capital. Aclarados los hechos, el gobernador civil de Málaga ha acordado imponerle una sanción de 25.000 pesetas”.
El caso es que los escándalos se toleraban bien en Torremolinos. Juliette Greco cantaba cada poco en Le Fiacre. Judy Garland elegía Torremolinos para su luna de miel. Y John Lennon y Brian Epstein pasaron un par de semanas en el pueblo, y a su vuelta a Liverpool el genio escuchó tantos chismorreos que tuvo que defender su honra a puñetazos.
“Torremolinos y lo gay emergieron gozosamente a destiempo. Y había conciencia de la hazaña. En todo el mundo. Tanto como para convertirse en un lugar de peregrinación”, escribe Lucas Martín. “Había garantías, en definitiva, de que podía pasar de todo”. De la elegancia bohemia de los 40 y 50 se había pasado al espacio de libertad y libertinaje, el puro hedonismo y la alegría desinhibida de los 60 y 70. Aquello era el carnaval perpetuo y como relata Guillermo Busutil, los pescadores dejaban las redes para “faenar alemanas”. Los extranjeros conformaban el batallón de avanzadilla, y esto al régimen le venía de perlas, sobre todo por las divisas que traían.
Pero ¡ay!, a veces basta una persona para dar con todo al traste, y ese fue un gobernador civil, al que aquello le pareció ya demasiado escandaloso. Las redadas de 1971 se saldaron con cientos de arrestados (“El mariquita aborigen al calabozo y el de fuera, que era bastante numeroso, deportado”) y quizá con algo más: aquello no volvió a ser lo mismo. Desde entonces, ha sido otra cosa.
Torremolinos: nuevo paraíso del vecino español
Torremolinos: nuevo paraíso del vecino español El turismo de masas acabó con el Torremolinos chic. Muchos de aquellos guiris excéntricos acabaron en Ibiza y Torremolinos se convirtió en la aspiración veraniega de una nueva clase media española. El cambio de paradigma se refleja en el landismo, más que un subgénero cinematográfico, reflejo de una clase social. Para el imaginario colectivo, Torremolinos empezará a definirse por El turismo es un gran invento, El abominable hombre de la Costa del Sol o Pepito Piscina.
“La catetización, si es que existe esta palabra, fue extendiéndose lenta pero inexorablemente y llegó a imponerse definitivamente en el 2002 con el descubrimiento a todo boato del inefable Monumento al Turista”, escribe Javier Ojeda, vocalista de Danza Invisible y vetado en 2003 por un alcalde de otro tiempo. Ojeda cuenta que durante años prefirió no identificarse como torremolinense, por no hacerlo con un pueblo que ya se veía retrógrado. “Qué paradoja, el paradigma de las libertades en la España de Franco ha de aprender a ser libre”.
Durante muchos años aquellos días cayeron casi en el olvido, apenas rescatados por la labor dos arqueólogos de aquel no-lugar cosmopolita y sensual. El resultado de ese trabajo es una web, Torremolinos Chic, que constituye un testimonio aquel sitio resplandeciente en medio de la oscuridad represiva de la dictadura. Lo dijo Brigitte Bardot: “Torremolinos era un sueño, un lugar idílico, casi desierto, un lugar para amar”.