Los pensionistas resucitan el pulso del 1 de Mayo en una protesta masiva

La manifestación del 1 de Mayo, Día del Trabajador, es un termómetro que mide la temperatura de la indignación social con los poderes públicos. La magnitud y el volumen de la protesta dicen mucho del aguante de los ciudadanos ante el deterioro de su situación laboral: por el paro, la precariedad de sus trabajos, los salarios bajos, el vaciamiento de la hucha de las pensiones, la siniestralidad, el acoso a las empleadas…

Si la concentración se desborda, los sindicatos convocantes –UGT y CCOO- toman apuntes para una posible huelga general. La última vez que convocaron un paro generalizado fue en 2012, en el epicentro de la crisis económica. Ese año hubo dos huelgas generales, la primera el 29 de marzo contra la séptima reforma laboral en España, que abarató el despido y mutiló la negociación colectiva; la segunda el 14 de noviembre contra las políticas de ajustes del Gobierno de Mariano Rajoy. Tanto la reforma laboral como los recortes en el gasto público siguen en vigor hoy, 1 de Mayo de 2018, y el partido que gobernaba entonces fue ratificado en el poder en las últimas elecciones generales.

La manifestación del 1 de Mayo también barema el papel de los sindicatos de clase como contrapeso del Gobierno de turno y garante de los derechos laborales. Su capacidad para movilizar a los trabajadores y tensionar a la sociedad ante el desgaste de las condiciones laborales se ha visto en entredicho durante la crisis. El paro alcanzó cotas históricas, la recuperación fue desigual y dejó en el camino derechos que parecían consolidados, el Gobierno se pasó los primeros cuatro años de la crisis jibarizando el gasto público –sanidad, educación, políticas sociales- y hablando de consolidación fiscal y control del déficit. Términos macroeconómicos que sirven a un país para recuperar la confianza de los mercados y de las estructuras supranacionales –la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional-, pero de poco le sirven a Esteban Gómez para llegar a fin de mes.

Gómez es un jubilado sevillano de 67 años que cobra una pensión de casi mil euros, con la que mantiene a su mujer, ama de casa, y a dos hijos: uno estudiante, el otro en paro. Cuatro de cada diez jubilados andaluces están en una situación similar, sosteniendo con sus pensiones una familia con algún miembro en desempleo, según datos de CCOO. Este hombre, barba blanca y rala, jersey verde cacería con coderas y gorra hasta las cejas, camina calle abajo por la Avenida de la Constitución de Sevilla, sosteniendo una bandera republicana de plástico, rodeado de miles de personas.

Los pensionistas, posiblemente el colectivo que más se ha manifestado este año, han resucitado el pulso del 1 de Mayo, después de años caminando en el desierto. Los organizadores calculan que han venido unas 15.000 personas, cifra record en los últimos años. Otras cifras estiman que algo menos de 6.000 asistentes, lo cual también sería un record. Cientos de personas han abarrotado una de las avenidas céntricas más anchas de Sevilla, y cuando la cabeza de la comitiva ha llegado hasta el Ayuntamiento, aún quedaban grupos diseminados saliendo del punto de partida, en la Puerta de Jerez.

La marcha del 1 de Mayo no ha sido ni tan multitudinaria ni tan ruidosa como lo fue la multitudinaria protesta de jubilados del pasado febrero, ni tampoco como la marea feminista del 8 de Marzo, en el que salieron seis millones de personas a las calles, la mayoría mujeres, y que también tuvo categoría de huelga general. La manifestación de este martes se ha alimentado de estas dos últimas concentraciones masivas que, esta vez sí obligaron al Gobierno y a los partidos a reaccionar con sobresalto. Ha sido una protesta muy envejecida y muy masculinizada. El factor edad no es de extrañar, porque la generación que hoy lucha por sus pensiones es la misma que hace 50 años despertó a la movilización social del país. El factor género también tiene sentido, porque el mercado laboral hace 50 años era más de hombres que de mujeres (también la acción sindical).

Sin embargo, sorprende la escasez de mujeres el 1 de Mayo, dos meses después de la multitudinaria protesta del 8 de Marzo, en el que se reclamaba, entre otras muchas cosas, una igualdad laboral y salarial para las trabajadoras, y una sonora protesta contra la discriminación y el acoso sexual en el trabajo. Además, las federaciones andaluzas de CCOO y UGT están ahora lideradas por dos mujeres, Nuria López y Carmen Castilla, que hoy encabezaban las pancartas en la marcha de Huelva.

Es cierto, hay más pensionistas hombres que mujeres. La pensión media en España, incluyendo las prestaciones de incapacidad permanente, jubilación, viudedad y orfandad, es de 932,20 euros al mes. Pero esta cifra hay que partirla en dos, porque existe una brecha de género evidente: los hombres perciben de media 1.247 euros al retirarse y las mujeres 797 euros. Hay 6,3 millones de jubilados en el país, que cobran una pensión media levemente más alta (1.077,52 euros mensuales), seguidas de las de incapacidad permanente (940 euros). El promedio de una pensión de jubilación ronda los 652 euros al mes.

Los jubilados han recuperado el pulso del 1 de Mayo, pero aún no han convencido a sus hijos y a sus nietos de que se unan a la manifestación. Estos sufren otro tipo de problemas laborales: seis de cada diez asalariados andaluces cobra menos de mil euros, según un informe de CCOO. Muchos no han conocido los derechos que sus mayores están viendo recortados, han entrado en el mundo laboral desde la precariedad absoluta, muchos perciben a los sindicatos como organizaciones ancestrales, aparatosas, con un lenguaje recargado con el que no se identifican. Muchos jóvenes palpitan y se mueven por los impulsos de las redes sociales, pueden resumir su situación laboral en 140 caracteres de un tuit, y le sobran los densos discursos sindicales que apelan a la lucha de la clase obrera, el proletariado y la burguesía.

Hay una mezcla de tiempos viejos y tiempos nuevos en esta movilización. Ondean las banderas de plástico de CCOO, UGT, las banderas tricolor de la II República, las banderas rojas soviéticas…son las mismas del año pasado, cuando termina el último discurso, alguien anuncia por megáfono dónde depositar sus banderas hasta el año que viene o hasta la próxima protesta en la calle. La música va cambiando, trata de buscar el ambiente de júbilo para captar adeptos. Sigue sonando el Canto a la Libertad de José Antonio Labordeta y La Internacional comunista, himnos de todos los 1 de Mayo, pero a ratos alguien ha hecho sonar el I want to break free, de Queen. Aquel en el que Freddie Mercury pasa la aspiradora de la casa vestido de mujer.

Los organizadores creen que la marcha ha sido un éxito de asistencia. Ha habido unas 20 pancartas distintas, algunas de colectivos laborales que han sufrido ERE o despidos, otras de partidos políticos. Han estado representantes del PSOE, Podemos e IU. De todas maneras, ha sido una manifestación muy silenciosa, a ratos fúnebre, nada que ver con el entusiasmo frenético de la marea feminista y de la marcha de pensionistas.

Al fondo de la comitiva, un grupo de chicas jóvenes, de 19 a 23 años, sí salta, baila y corea cánticos. Son de las Juventudes Obreras Cristianas (JOC). Ellas no se han ido de puente, están aquí manifestándose con sus padres, pero con una pancarta propia. “Algunas están contratadas por dos horas al día, otras trabajan 12 horas al día y cobran 40 euros, hay quien hace horas extra y no por ello cobran más”, dice Laura Barba. Ella y sus amigas son de las pocas que sonríen en medio de todos los manifestantes, están contentas de estar aquí, “comprometidas, luchando”. Se lo están pasando bien, como sus padres hace 40 años.