Por los pasillos rojos del 41º Congreso del PSOE, celebrado en Sevilla el último fin de semana de noviembre, fluían dos debates subterráneos sobre el anfitrión, el otrora poderoso PSOE de Andalucía: uno sobre el cambio de nombres en su ejecutiva, que se sustanciará en los próximos dos meses y concluirá en el 15º Congreso regional de Armilla (Granada) del 22 al 23 de febrero.
El otro es el cambio de ciclo pendiente en una federación socialista que no ha recuperado el pulso desde que perdió el Gobierno andaluz en 2018, después de 37 años ininterrumpidos en el poder. Aunque pueda parecerlo, no son debates conectados entre sí.
De hecho, ni Juan Espadas -actual secretario general del PSOE-A- ni quienes más zarandean la corriente crítica que aspira a desbancarlo representan un proyecto de refundación del partido, como el que supuso la victoria contra pronóstico de un desconocido José Luis Rodríguez Zapatero en el 35º Congreso federal, en 2000.
De Zapatero se habló mucho en los pasillos del último cónclave socialista. El expresidente andaba por allí, desinhibido, cubriendo la ausencia física y moral de Felipe González en Sevilla, insuflando ánimos a la tropa para que no bajara la cabeza ante el “asedio judicial” de la derecha contra Pedro Sánchez. “En el PSOE, la lealtad por toda regla”, les vino a decir a los mil delegados socialistas. Pero su nombre también apareció en los corrillos donde se buscaba un diagnóstico acertado para el PSOE andaluz en el peor momento de su historia reciente.
“Zapatero fue un punto de inflexión en el PSOE. No sólo propició un salto generacional, también una refundación completa: de personas, de programas, de estrategias, incluso del modo de organizarnos. Era un desconocido que conectó con su tiempo, que protagonizó el cambio de época que sigue a una crisis como la que vivíamos entonces. Y eso todavía no lo hemos hecho nosotros en Andalucía”, se quejaba una exconsejera de José Antonio Griñán invitada al congreso federal.
Mientras se dirime el futuro inmediato del PSOE andaluz, marcado por el calendario de primarias que enfrentará a Espadas con un rival aún por definir, elDiario.es ha recogido la reflexión de una treintena de dirigentes socialistas, exconsejeros, exministros, alcaldes, concejales, secretarios y exsecretarios provinciales con una visión más panorámica, más a largo plazo. Todos creen que “el PSOE andaluz tiene un problema de fondo, que va más allá del nombre del líder que elija el próximo congreso regional”.
“Nos hace falta que entre otra generación, no sólo de edad, también de mentalidad. Hay que archivar los tomos del PSOE de Chaves y de Griñán, que son los mismos que de Susana Díaz y de Juan Espadas, y abrir una nueva etapa en el socialismo andaluz. Con gente que no aspire a seguir, sino a empezar. Con hambre, sin complejos, que vengan a comerse el mundo. En Andalucía necesitamos una generación Zapatero”, resumía un exconsejero andaluz y exdirigente socialista con varios trienios.
En el año 2000, un joven de León de 40 años se atrevió a disputarle la Secretaria General del PSOE a los herederos naturales de Felipe González, es decir, al aparato del partido. Zapatero irrumpió con energía, ilusión y un optimismo recalcitrante en un momento de bajón existencial del socialismo, y su inesperada victoria (por nueve votos) significó descolgar del poder orgánico a toda la generación de Felipe.
A todos, menos a uno: el expresidente andaluz Manuel Chaves, que fue nombrado ese año presidente del PSOE federal y terminaría siendo vicepresidente del Gobierno de Zapatero nueve años después. Algunos de los dirigentes consultados en el congreso de Sevilla creen que la supervivencia de Chaves en el organigrama del PSOE de Zapatero “dificultó” o “retrasó demasiado” un cambio de ciclo similar en el PSOE en Andalucía, donde éste llevaba gobernando diez años, y aún estaría nueve años más.
Zapatero y Chaves “pactaron/forcejearon” el relevo de este último como presidente de la Junta en 2009, cuando le sucedió otro exministro de la generación felipista, José Antonio Griñán. El nombre que se quedó en el camino -la preferida de Zapatero- fue el de la exconsejera jiennense Mar Moreno, que se habría convertido en la primera presidenta de la Junta. “Cuatro años después de la designación de Griñán, sí hubo un cambio generacional en el PSOE andaluz, pero no hubo un cambio de mentalidad, sino más de lo mismo”, sentencia un exdirigente sobre la llegada al poder de Susana Díaz.
Griñán, punto de inflexión
Griñán fue una rara avis como secretario general. “Conocía mejor los engranajes de la administración pública que los de su partido”, relata un colaborador, al recordar cómo el expresidente andaluz intentó compensar aquel desconocimiento orgánico rodeándose de jóvenes curtidos en la dureza de las Juventudes Socialistas.
Fue lo más cerca que estuvo el PSOE andaluz de un cambio de ciclo, del relevo generacional que hoy se echa en falta. Pero muchas voces consultadas creen que “llegó tarde y mal”: con el desgaste que arrastraba el socialismo tras casi tres décadas en el poder y el mazazo de la corrupción que supuso el caso ERE y las condenas a Chaves, Griñán y parte de la cúpula de sus gobiernos por delitos de prevaricación y malversación (anulados parcialmente 13 años después por el Tribunal Constitucional).
En la cantera del PSOE de Andalucía, se dice que los jóvenes aprenden “lo mejor y lo peor de la política”. Griñán colocó en la cúpula de su ejecutiva a tres prometedores cachorros -Rafael Velasco, Susana Díaz y Mario Jiménez-, que no habían conocido otra carrera profesional que la política, y que acabarían despedazándose entre sí. Los dos últimos siguen en activo -ella es senadora; él es diputado en el Parlamento andaluz- y siguen enfrentados, aunque ahora les une el proyecto común de derrocar a Espadas.
Muchos de los que hoy cuestionan el liderazgo del secretario general son los mismos que le respaldaron en las primarias contra Susana Díaz en junio de 2021, cuando el exalcalde de Sevilla se impuso con el 55% de votos de la militancia, 17 puntos por encima de la entonces secretaria general.
Espadas contó con dos puntos a su favor: el aval indisimulado de Pedro Sánchez y un amplio consenso en las direcciones provinciales del PSOE-A para expulsar a la expresidenta andaluza que perdió la Junta tras casi cuatro décadas de gobiernos socialistas.
Sánchez le había pedido a Espadas que dejara la Alcaldía de Sevilla -que ganó a un PP con mayoría absoluta- para pilotar un PSOE andaluz en la oposición sin hábito ni conocimientos ni ganas de hacer oposición. En las elecciones andaluzas de 2022 obtuvo el peor resultado de la historia, con 30 diputados, frente a los 58 del PP, que consolidó la mayoría absoluta y el liderazgo de Juan Manuel Moreno.
Espadas no ha logrado abrir del todo una etapa nueva en el partido. Creó una ejecutiva mastodóntica -de más de 60 miembros- reclutando a alcaldes y concejales, con idea de crear “un gobierno en la sombra” que fiscalizase, política a política, la gestión del Ejecutivo de Moreno.
Pero en el día a día ha ido estrechando cada vez más su círculo de confianza, “reducido a un pequeño grupo de colaboradores que no comparte las líneas maestras de su estrategia de oposición con el resto”, advierten fuentes del grupo parlamentario. Sus críticos le reprochan que tratase de extrapolar al ámbito autonómico la forma de hacer política de un ayuntamiento. “Andalucía no es un ayuntamiento ni tampoco es Sevilla”, dicen.
Lo que sí es extrapolable a las provincias es la debilidad del PSOE andaluz tras la debacle de las municipales de 2023. Hoy, cuando un secretario provincial levanta la voz para respaldar o criticar a Espadas, no se entiende que su agrupación entera represente a esa voz de forma unánime. Excepto Sevilla y Jaén, que conservaron las diputaciones provinciales, el liderazgo del resto está muy discutido internamente.
La refundación del PSOE andaluz es un debate en dos tiempos, porque la falta de pulso de la ejecutiva regional es igual o mayor en las provincias. “El partido tiene que entrar en el taller, no sólo tenemos el motor agripado, tampoco nos funcionan las luces cortas, las luces largas y los espejos retrovisores. Tenemos a cinco de ocho secretarios provinciales en Madrid, en el Congreso o en el Senado, y eso significa que no están en sus territorios con la oreja pegada al suelo”, se lamenta un dirigente en Sevilla.
La pérdida de poder institucional, de cargos públicos y de salarios que supuso el fiasco de las municipales alimenta al sector crítico, pero se trata de un sector crítico segmentado, con un común denominador resuelto a brochazos, a saber: la censura al líder regional y a su proyecto -“no se puede ganar al moderado Moreno con el moderado Espadas”-; y la sustitución inmediata por otro candidato, el que sea.
“No hay un debate de fondo en las provincias. Se usa muy a la ligera el lenguaje de la renovación del partido pero, ¿sabe alguien qué le ha pasado al PSOE desde que no tiene el poder institucional?”, se pregunta un exministro socialista.
Esta es una idea recurrente entre los consultados: se habla del PSOE andaluz como aquel rey desnudo del cuento de Andersen, cuyo traje invisible sería, en este caso, la Junta de Andalucía. “Resulta que sin el gobierno, el partido estaba desnudo, no ha sabido cómo funcionar. Las direcciones provinciales se han convertido en estructuras bunkerizadas, muchos se han ido, y los que se han quedado no están dispuestos a coger el coche por las tardes, después de su trabajo, para visitar a la militancia en las casas de pueblo del PSOE”, anota un veterano exdiputado andaluz.
A su lado, una parlamentaria le escucha: “Las casas de pueblo están cerradas”, matiza, y rememora la “desmovilización brutal” de la campaña de las elecciones europeas del pasado junio, que el PP ganó a los socialistas en Andalucía por primera vez desde 1987.
El PSOE andaluz, todavía la federación más numerosa del país, perdió casi dos militantes por día desde las últimas primarias que ganó Juan Espadas, en junio de 2021, hasta la consulta a la militancia sobre los pactos de Sánchez con los independentistas, a finales de 2023. El censo del PSOE en Andalucía en aquel referéndum era de 43.610 afiliados, cuando en las primarias dos años antes se fijó en 45.374.
Este periódico ha pedido insistentemente la actualización de esta cifra para saber cuántos militantes podrán participar en las próximas primarias, pero desde el PSOE andaluz aseguran que es la dirección federal quien maneja el número exacto y rehusa facilitarla. “Unos 40.000 militantes”, concluyen. El censo válido para el congreso federal en Sevilla era de 40.138 militantes, aunque puede variar levemente de aquí al cónclave regional de finales de febrero.
“¿Juan Espadas tira?”
La pregunta más recurrente en el 41º Congreso del PSOE fue “si Juan Espadas tira”, es decir, si era el mejor candidato que tiene el partido para plantar cara a la derecha en la comunidad más poblada de España, si puede quebrar -al segundo intento- la mayoría absoluta de Moreno en las próximas elecciones andaluzas, previstas para 2026.
Es una pregunta que trasciende el ámbito regional, porque Andalucía -con permiso de Castilla y León- abrirá el nuevo ciclo electoral en el que Pedro Sánchez se ha propuesto recuperar, con nuevos liderazgos territoriales, el poder autonómico que ahora monopoliza el PP.
“Espadas fue su peor enemigo en el congreso federal”, admite uno de sus más fieles aliados. El exalcalde de Sevilla se enredó en profundos análisis de complejas estructuras discursivas, a lo largo de 22 minutos, y cuando terminó de hablar tenía sobre sus hombros la marca escarlata de la sucesión. “Se ha inmolado”, dijo, pasmado, un miembro de su propia ejecutiva.
Salió con menos apoyos de los que entró, con Sánchez de perfil, y un coro de dirigentes críticos pidiéndole que se apartara para facilitar el relevo a un candidato con más mordiente. Pero el presidente del Gobierno no hizo señales de humo en aquel congreso a favor o en contra de Espadas, hizo lo mínimo para que los oficialistas y los críticos siguieran leyendo entre líneas.
24 días después, ya con el calendario congresual de Andalucía aprobado y el plazo de inscripción de candidaturas a las primarias a las puertas -del 7 al 10 de enero-, no hay aspirante en firme a disputarle la secretaría general a Juan Espadas.
En un despacho de Ferraz se mueve el nombre del diputado jiennense Juanfran Serrano, de 34 años, pero el PSOE de Sevilla y de Jaén se han conjurado para que el futuro secretario general del partido en Andalucía no venga impuesto por Madrid. En las últimas 24 horas, dirigentes socialistas de Jaén han movido ficha, avalando el nombre de Serrano como oponente a Espadas, siempre que no haya una alternativa de más consenso.
Esa alternativa no es un secreto, se sigue manoseando en Madrid y en todas las provincias andaluzas, y lleva el nombre de María Jesús Montero, vicepresidenta del Gobierno y vicesecretaria general del PSOE. Montero no representa un cambio generacional (tiene 58 años, la misma edad que Espadas) y tampoco es un giro copernicano respecto al socialismo histórico andaluz, porque fue consejera en los gobiernos de Chaves, Griñán y Susana Díaz.
Pero quienes promocionan su nombre aseguran que, hoy por hoy, es el “único capaz de coser al partido” y chutarle adrenalina de cara a las andaluzas de 2026. Es el diagnóstico que le ha llegado a Pedro Sánchez de históricos dirigentes del PSOE andaluz, conocedores del partido y de la política autonómica. Montero ha dicho públicamente dos cosas: que no quiere volver y que está a disposición del partido y del presidente del Gobierno.
La ministra es un puntal para Sánchez y en su agenda lleva dos de los grandes retos de esta legislatura: la negociación para reformar la financiación autonómica -con la singularidad pactada con los independentistas para Cataluña y la mayoría de gobiernos regionales del PP en contra- y los Presupuestos Generales para 2025. Mucha tela que cortar a la que añadir, ahora, el liderazgo de la federación más numerosa del PSOE.
Fuentes de la dirección federal señalan que “no es incompatible” que siga en el Gobierno y pilote la renovación en Andalucía hasta las autonómicas, que podrían solaparse con las generales en 2026. Las mismas fuentes recuerdan que María Dolores de Cospedal compatibilizó la secretaría general del PP, la presidencia de Castilla La Mancha y el Ministerio de Defensa.
Pero los recelos de Montero son de una complejidad aún mayor: en el PSOE se está barruntando, a fuego lento, el postsanchismo. La etapa que viene tras la salida de Sánchez, que hoy no se vislumbra, pero que el propio presidente convirtió en algo tangible cuando verbalizó ese escenario en sus famosos cinco días de reflexión.
Estos días de interludio navideño se está escribiendo el próximo capítulo del PSOE andaluz. Dirigentes de peso han expresado abiertamente su temor a celebrar unas primarias a cara de perro en el momento de mayor debilidad del partido en la historia reciente.
Hay movimientos en Sevilla y Jaén, las agrupaciones más sólidas, para que Espadas dé un paso al lado y propicie el cambio si logra imponerse un candidato de consenso. No parece que Juanfran Serrano concite esa armonía necesaria entre Ferraz y el socialismo andaluz y, de momento, el exalcalde de Sevilla se mantiene firme en su intención de presentarse a la reelección.
Es posible que esta incertidumbre, que no tiene precedentes en la historia de un partido con 145 años de historia, sea el dato más significativo para entender el vértigo que produce pilotar un cambio de ciclo en la federación más numerosa del PSOE, con más de 700 agrupaciones diseminadas por la comunidad más poblada de España.
La que solía ser granero de votos socialistas y apuntalar a presidentes del partido en la Moncloa. “Moreno está muy fuerte. Ha sido muy inteligente, ha absorbido el discurso y el espacio político de centro que tenía el PSOE, y nos ha dejado poco margen para recuperarlo”, se queja un secretario provincial.
La paradoja es que los socialistas andaluces han heredado hoy el discurso de lamentación que usó el PP durante casi 40 décadas en la oposición: “Aunque pasemos de 30 a 40 diputados, miramos a los lados y no tenemos a nadie con quien pactar en el centro y a nuestra izquierda para arrebatar el gobierno a Moreno”, resume este mismo dirigente.