El rebujito orgánico de Susana Díaz y Pedro Sánchez en la Feria de Abril de Sevilla

No es difícil pensar en el Real de la Feria como un escenario post bélico, basta quedarse hasta altas horas de la madrugada, cuando hay que sortear objetos y personas tirados por las calles de albero. Es más complicado imaginar un campo de batalla a plena luz del día, con el mismo escenario iluminado por el sol, pigmentado de colores vívidos, envuelto en olores fuertes y con toda la soldadesca riendo, cantando y bailando. Ese era el ambiente de Feria la primera vez que el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se adentró solo y casi de incógnito en el Real de la Feria. Nadie de la dirección regional del PSOE andaluz fue a recibirle, nadie, excepto el outsider sevillano Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, le sirvió de cicerón por las calles de albero.

Corría abril de 2016. De aquella manera se propició un encuentro forzoso con la presidenta andaluza, Susana Díaz, entonces la mayor autoridad de facto en el partido. Aquel fue uno de los capítulos más incómodos de ver de la larga guerra (primero fría, después ardiente) entre ambos dirigentes por el control del partido. Lo fue, quizá, porque el escenario de fondo de aquella batalla soterrada era la Feria de Sevilla en todo su esplendor, un carrusel para ella, un territorio hostil para él.

Y el escenario se ha repetido este martes de feria, 17 de abril de 2018. Pedro Sánchez y Susana Díaz se han vuelto a encontrar en el Real, esta vez en la caseta de la Asociación de la Prensa de Sevilla, que entrega anualmente sus Claveles de la Prensa, donde se han saludado y han comentado. El pasado año, Sánchez no visitó la Feria al coincidir con la campaña de las primarias a la Secretaría General del PSOE. “Con la presidenta de la Junta hay muy buena relación. El PSOE respalda su gobierno”, ha dicho Sánchez. También se ha referido al juicio de los ERE que se está celebrando, repitiendo como el día anterior que Chaves y Griñán ya asumieron “las responsabilidades políticas”. “Espero que tengan la mejor de las defensas”, ha recalcado pese a la insistencia en la pregunta de si confía en su inocencia.

Susana Díaz había realizado antes del encuentro un recorrido por el Real acompañada por el secretario de Organización del PSOE andaluz, Juan Cornejo, y buena parte del Gobierno andaluz. Se detuvo en la caseta de la Cadena Ser, donde ofreció una entrevista y aseguró que “todo el que viene a la Feria es bien recibido”. “Y si es mi secretario general pues más”, subrayó. Pedro Sánchez llegó a la misma caseta 15 minutos más tarde, casi se cruzó con Díaz en la tradicional recepción de la emisora, pero finalmente coincidieron en la caseta de la prensa.

Guerra civil, guerra fría

Finalmente la guerra civil de los socialistas terminó estallando en toda su magnitud. Sánchez se vio forzado a dimitir seis meses después de pasearse por el Real aquel abril de 206, Díaz desplegó sus poderes orgánicos por todo el mapa de España, el PSOE se abrió en canal como nunca antes y, en el imaginario colectivo, se dibujó un relato forzado en el que las bases socialistas peleaban contra la aristocracia de un partido centenario con el objetivo de reponer en su puesto al líder destronado. Todo muy shakespeareano, pero con ruido de reggaeton de fondo, sin la sutileza del bardo, más bien como si cazaran moscas a cañonazos. Susana Díaz fue derrotada de manera ostentosa y Sánchez recuperó el poder, que no el liderazgo.

Ambos dieron por acabada la pugna interna, la presidenta andaluza se replegó en su fuero y con el tiempo renacieron síntomas de guerra fría. Pedro Sánchez, el vencedor de las primarias, no despega en las encuestas de intención de voto -le sobrepasa Ciudadanos, que gana terreno a costa del PP- y le sigue amenazando Podemos, aunque en menor medida que hace dos años. Susana Díaz se ha apartado temporalmente del juego orgánico -“el partido me aburre”, dice- y se ha metido de lleno en su papel institucional, una presidenta autonómica que se cita con el presidente Mariano Rajoy en Moncloa un miércoles de Feria, para hablar de los Presupuestos Generales de 2018 y de la reforma del modelo de financiación autonómica, un asunto que salpica al debate territorial, y que difícilmente puede resolverse en un encuentro bilateral como éste.

El desencuentro entre Pedro Sánchez y Susana Díaz es un sainete irreversible. Cada vez que tienen que coincidir, se dispara la política de gestos y detrás de ello trasluce un partido desunido donde aún reina la desconfianza mutua. Al menos han logrado convivir con la prensa cuidándose mucho de no dejar escapar dardos contra el otro, como hacían antaño casi a diario, y a veces hacen gestos de sana convivencia, como la última vez que se vieron en Sevilla. El líder del PSOE dio una conferencia en la capital andaluza, donde hizo suyas medidas punteras del Gobierno de Susana Díaz -como la gratuidad de las matrículas universitarias-. A nadie se le escapó que aquélla fue la iniciativa estrella que usó la presidenta de la Junta a pocos días de comenzar la campaña de las primarias socialistas, una promesa electoral como quien compite en las urnas con un rival.

Ni a Díaz ni a Sánchez les conviene evidenciar un PSOE roto o unido malamente con pegamento. La presidenta andaluza despacha con cierta paciencia irónica a la nube de periodistas que la rodea cada vez que va a reencontrarse con el líder de su partido: “Presidenta, ¿hay deshielo en el PSOE?” Y Díaz se sonríe: “Esto no es Frozen”. Con todo, la andaluza es muy consciente que su relación con Pedro Sánchez, y los rescoldos de la guerra civil socialista, es lo único que le devuelve ya al foco de la atención mediática nacional. Como cuando era favorita para tomar el timón del partido, con todos los barones territoriales y los ex presidentes a su lado, cuando cada palabra suya -sobre España, Cataluña o Gibraltar- se escuchaba como la voz de la futura líder de la oposición, la renovación ansiada del “PSOE de siempre”.

Por mucho que se cuiden las formas, sigue sin haber sintonía entre ambos mandatarios. Además, los dos, cada uno por su lado, están rodeados de asesores que desconfían más que ellos mismos del contrario. En el equipo de Sánchez se sientan ahora viejos rivales de Susana Díaz en el PSOE de Sevilla, como Gómez de Celis, el alcalde de Dos Hermanas, Francisco Toscano, o Paco Salazar. El último desencuentro abrupto fue hace unas semanas, cuando el secretario general del PSOE organizó una “Escuela de Gobierno” en Madrid, invitó a todos los barones regionales y ex presidentes, y fue respondido con un desinterés generalizado. Susana Díaz apuró hasta el último minuto para excusar su “ausencia justificada”, pero en su respuesta volvió a evidenciar su distanciamiento del líder y “su” proyecto. “Ellos lo van a hacer bien en su escuela, seguro. Yo como mejor ayudo al PSOE es haciendo mi trabajo en Andalucía”, dijo.

Así que mientras Pedro Sánchez hace “su” Escuela de Gobierno, tratando de reunificar al PSOE, Susana Díaz encara todo un año preelectoral hasta las andaluzas (previstas para marzo de 2019) con los sondeos a favor. Aquí serán los primeros comicios de un largo y decisivo ciclo electoral: autonómicas, europeas, municipales y quién sabe si generales. La oposición especula a diario con un adelanto electoral, viendo la profusa agenda de Díaz desde hace semanas, y la hostilidad con la que se encara a sus rivales en el Parlamento, como si las urnas estuvieran a la vuelta de la esquina. Su mayor temor es que Rajoy haga coincidir las generales con las andaluzas, porque el PP suele puntuar más en Andalucía cuando se vota al presidente del Gobierno -fue el partido con más apoyos en la última cita electoral, por delante del PSOE de Díaz-.

Los socialistas andaluces actúan desmarcados de sus compañeros en Madrid, están más consolidados -después de 36 años seguidos en el poder- y tienen a una oposición menos afianzada que en la capital. Estas cosas se ven a diario, pero no se dicen. Según el manual del PSOE, el partido está unido, Díaz está a disposición de lo que necesite Sánchez, y las elecciones andaluzas serán cuando toque, dentro de un año. Y lo demás es rebujito.