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La vida de Otto Engelhardt, o las historias de la represión franquista que escuchará la ONU

Las manos –más nerviosas que en otras ocasiones– sostienen fotografías de víctimas del franquismo. Quienes las portan son sus familiares, los hijos, sobrinos, nietos, bisnietos, de aquellos republicanos que sufrieron la represión. Se reúnen, en un hotel de Sevilla, con el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que llega a Andalucía para comprobar qué ha hecho España para investigar los crímenes cometidos por el fascismo desde 1936, por qué sólo Camboya acoge en el mundo más personas enterradas en fosas comunes o cuáles son las razones para que, por ejemplo, el que fuese cónsul alemán, Otto Engelhardt, siga desaparecido 77 años después de su asesinato.

La cita de este viernes en la capital hispalense incluye a instituciones, abogados, historiadores y asociaciones y colectivos de Memoria Histórica, enmarcados en la recién creada Plataforma Andaluza de Apoyo a la Querella Argentina (PAz). Con esos retratos en blanco y negro que reflejan dolor, tortura y genocidio, pero también lucha, denuncia y esperanza –llegados desde cada provincia de Andalucía, y también de Extremadura–, los expertos del organismo internacional construirán un informe relativo a España que se expondrá en el pleno de Naciones Unidas a principios de 2014.

Se vive una suerte de epílogo a unas jornadas plagadas de noticias. La jueza María Servini de Cubría solicita la extradición a Argentina de cuatro torturadores del franquismo, el juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz informa que citará a declarar por este asunto a los dos que siguen vivos, la Unión Progresista de Fiscales (UPF) lamenta la incapacidad de los tribunales españoles para afrontar estas causas, se abren los consulados argentinos para acoger denuncias por crímenes de lesa humanidad… Al tiempo, el presidente español, Mariano Rajoy, interviene ante la Asamblea General de la ONU.

El cónsul alemán que condenó el nazismo

Y mientras, miles de descendientes de republicanos, como Ruth Engelhardt, dan nuevos pasos en ese camino de exilio interior que construye la memoria de sus familiares. Siguen sin investigarse, impunes, más de 130.000 crímenes de desaparición, con más de 2.500 fosas comunes por exhumar y decenas de miles de niños robados. Historias –cocinadas a fuego lento, a oscuras entre el miedo y el silencio– que buscan verdad, justicia y reparación.

“Mi bisabuelo, Otto Engelhardt, se definía como republicano convencido y pacifista”, cuenta Ruth. Era cónsul alemán y rechazó el nazismo de manera pública a través de artículos que firmaba en el periódico El Liberal de Sevilla –dirigido por su amigo José Laguillo–, diáfanas condenas a la ideología fascista que supusieron, a la postre, su condena de muerte. La llegada de Adolf Hitler al poder en 1933 motivó su dimisión y la renuncia a sus condecoraciones. Se hizo español en una República que nombraba cónsul honorario a un ingeniero nacido en la Baja Sajonia y había sido director de la Compañía Sevillana de Electricidad y también de Tranvías de Sevilla.

“Los trabajadores –para los que consiguió derechos como la reducción de jornada, relata su bisnieta– le tenían en muy alta estima”. Durante la Primera Guerra Mundial intentó crear un colegio alemán que acogiera a refugiados llegados desde Portugal e impidió un sabotaje de un oficial de su país. Alemania le condecoró por estas acciones. Pero el ascenso de Hitler y el Partido Nazi lo cambia todo. Se sabía vigilado por la Embajada en Madrid –lo fue de 1929 a 1935– y respondió con un artículo titulado La Dictadura en Alemania.

“La instauración del terror como sistema”

En ese texto describe el “objeto” del fascismo como “la instauración del terror como sistema, el canibalismo del cual este ejército particular ya ha dado numerosas pruebas sangrientas para destrozar la forma republicana del Gobierno”. Un nazismo que vaticinó acercarse: “¡Gracias a Dios que vivo ahora como ciudadano español, bajo la protección de un Gobierno que está tan lejos del fascismo como yo de Hitler y sus príncipes!”. Desde 1933 ayudó a emigrantes alemanes y, según contaba, fue denunciado por “un representante del hitlerismo en Sevilla” como “hombre peligroso”.

Otto vivía junto a su familia en Villa Chaboya, una casa ubicada en San Juan de Aznalfarache –frente a la parada de Metro, la vivienda se deteriora en manos de una inmobiliaria mientras la familia intenta que las instituciones la recuperen–. En la última etapa de su vida fundó el laboratorio Sanavida. Comercializó medicamentos para el tratamiento de la epilepsia, insomnio, vómitos, embarazo y trastornos nerviosos en general (alguno tan popular como el Ceregumil). “Se sentía muy bien en España, como protegido”, dice Ruth.

Una flebitis le obligó a ingresar en el Hospital de las Cinco Llagas. Al recibir el alta médica, los golpistas lo condujeron hasta la delegación de Orden Público de la calle Jesús del Gran Poder. Ahí permaneció detenido hasta su ejecución. Otto Engelhardt fue fusilado en septiembre de 1936. Tenía 70 años. Sus asesinos se encargaron de ocultar también su historia. Pero su familia, como las de miles de republicanos víctimas del franquismo, la rescata de, como dijo el poeta sevillano Luis Cernuda, “donde habite el olvido”. Hoy, un bisnieto y un tataranieto suyo se llaman Otto.