Santiago Abascal siente el vértigo de los sondeos tras meter a Vox en la “cuna del socialismo”: “No tengáis tanta prisa”

Santiago Abascal se ha presentado como candidato a la Presidencia del Gobierno en el municipio sevillano de Dos Hermanas, bastión socialista por antonomasia, donde el PSOE lleva gobernando ininterrumpidamente y con el mismo alcalde desde 1983. Pedro Sánchez resucitó aquí en enero de 2017, cuando anunció su candidatura a las primarias para recuperar el liderazgo del PSOE. Pablo Iglesias vino a esta ciudad en 2015, para demostrar que el músculo de Podemos era tan fuerte como el del 15M. Vox obtuvo aquí 132 votos en las elecciones generales de 2016, hace sólo tres años. Este martes, a cinco días del 10 de noviembre, la extrema derecha ha rebasado de largo los 3.500 asientos del auditorio Los del Río. “Estamos aquí, en un feudo socialista, con un mitin de 5.000 personas que no es capaz de convocar Pedro Sánchez en esta ciudad”, anunció Abascal nada más tomar el micrófono.

Aquel Vox de 132 votos no es éste. No lo era ya el pasado abril. El partido de Abascal viene a Dos Hermanas a “conquistar” los feudos del PSOE, y Dos Hermanas tiene mucho de símbolo y mucho de inexpugnable. Hace seis meses ya lograron 2.117 papeletas más que el PP en este municipio y pasaron de los 132 a 10.232 votos, un 13,57% del escrutinio, por encima de la media andaluza y nacional. “Hemos elegido Dos Hermanas, feudo del eterno Francisco Toscano [alcalde del municipio] y cuna del socialismo andaluz”, proclamó Reyes Romero, número uno de Vox por Sevilla.

El mitin de Abascal en Dos Hermanas tiene algo de paradójico: es una imagen que retrotrae a otro momento de la política española, al PSOE que llenaba escenarios a principios de los ochenta o al PP que arrastraba masas a principios de los noventa. Es un mitin clásico con la pulsión de un cambio de ciclo. Se parece a los actos electorales de los albores de la democracia, pero donde también se oyen gritos sueltos de ¡viva Franco! “A los muertos se les respeta, se llamen Franco o La Pasionaria”, repite el candidato. “¡Canallas, profanadores!”, le responden desde la platea.

Aquí hay un público heterogéneo, jóvenes y mayores, familias con niños, parejas adolescentes, señores con corbata que vienen directos de la oficina. Llevan los colores de la bandera española en la ropa -pulseras, pañuelos, polos, corbatas, sombreros, llaveros- pero son distintos. Coinciden en un mitin de Vox y probablemente no coincidirán en muchos más sitios juntos. Se nota por cómo escuchan la música que sale de los altavoces del escenario mientras esperan a Abascal. Si suena Cuando nadie nos ve, de Morat, se ponen en pie los millennials, bailan agitando sus banderitas de España y se hacen selfies; si suena Soy español de José Manuel Soto, se levantan los matrimanios. El punto musical en el que todos confluyen es Manolo Escobar. Suben los decibelios de ¡Que viva España! y unas 3.000 personas se reconocen como parte de un mismo grupo, de pie, agarrando la bandera rojigualda.

En este auditorio, un enorme foso enclavado en un enorme parque, cantó Rocío Jurado y cantó Camarón unos meses antes de morir. Tiene su propia mítica, los más veteranos lo recuerdan, distraídos, mientras Abascal carga contra la izquierda. Uno de los leit motiv del mitin es describir España como un país sometido a amenazas: la inmigración que delinque, la inmigración que se queda con el trabajo y las subvenciones de los “españoles de bien” -“no se va a ayudar a nadie antes que a los españoles”-; “el sectarismo de la izquierda cuando habla del vientre de la mujer y nos dice mi cuerpo es mío”; los independentistas catalanes -aplicar el artículo el 116 de la Constitución este fin de semana para declarar el Estado de excepción, alarma y sitio en Catalunya-; los nacionalistas vascos; la cobardía del PP y Ciudadanos. Es un totum revolutum, pero no son muchas ideas, media docena a lo sumo, y casi todas las arengas terminan con una exaltación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Como si la respuesta a todos los males estuviera en manos de la Policía, la Guardia Civil y el Ejército. “¡Viva España!, ¡Viva la Guardia Civil!, ¡viva la Policía Nacional!, ¡viva la Legión!, ¡viva el Ejército español!”

Los mítines de Vox son actos con mucha interlocución entre el candidato y el público. Hay una complicidad tremenda entre el pastor y su rebaño. Los simpatizantes se conocen sus consignas y mueven los labios mientras el líder las repite, como groupies tras una estrella de rock. El público de Vox se identifica con el líder y su mensaje, no es sólo un vínculo político, tiene algo de emocional. De tripas. Una mezcla explosiva de ilusión e indignación. A ratos, la gente parece tener más prisa que el propio candidato por llegar a la Moncloa. “No tengáis tanta prisa, ésta será una batalla larga”, bromea, conjurándose contra las encuestas que le calientan las expectativas para el 10N. “Que no os trastornen” los sondeos, avisa.

Si Abascal dice que Íñigo Errejón ha insultado a su padre en televisión, la gente le grita: “¡Errejón, hijo de puta, ilegalízale!”; si dice que en el programa de Pablo Motos el regidor silenció el aplauso del público, que le gritaba presidente, presidente, la gente se siente dolida: “¡Periodistas falsos, sectarios, manipuladores!”. Si menciona a Pedro Sánchez, a Pablo Iglesias o a Catalunya, la gente se enciende, entra en efervescencia, y el tumulto se vuelve más y más ruidoso. Y mientras esto ocurre, un señor sentado tras la fila de los periodistas le explica a otro que “la izquierda está llena de odio, que sin la momia [Franco] ya no tienen discurso, y que están cagados porque no saben pararnos”.

Andalucía, por mor del adelanto electoral del 2 de diciembre de 2018, fue la cuna de Vox en las instituciones. Irrumpió en el Parlamento autonómico con más de 400.000 votantes y 12 diputados, cuyos votos sostienen al primer Gobierno de PP y Ciudadanos. Su participación en la gobernabilidad de Andalucía es relativo. En cifras, por ejemplo, el impacto de sus 35 exigencias en los recién pactados Presupuestos de 2020 ronda los 15 millones de euros. Una cantidad exigua dentro de un montante de 38.500 millones.

Sin embargo, Vox ha cambiado el lenguaje institucional de la Junta de Andalucía, que ahora regula medidas contra la violencia intrafamiliar, término que la extrema derecha usa en sustitución de violencia de género; ha empujado al Gobierno de PP y Ciudadanos a aumentar en casi un millón de euros el gasto para seguridad en centros de menores migrantes, pese a reconocer una tasa de delincuencia del 0,54%. El mérito de Abascal consiste en remover el estómago y las conciencias de un público de correligionarios que ha ido creciendo exponencialmente desde el año pasado, gente indignada con el establishment político y periodístico, gente ilusionada con un mensaje inclusivo que les hace sentir parte de algo importante. Todo lo que no está aquí, sobra.

La dirección nacional de Vox ha negado la acreditación de prensa a los periodistas de eldiario.es para poder cubrir el mitin de Santiago Abascal en Dos Hermanas, instando al redactor encargado a asistir “como oyente y parte del público”.